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JUAN PABLO I

ÁNGELUS

Domingo 3 de septiembre de 1978

 

Allá en el Véneto, oía decir: Todo buen ladrón tiene su devoción. El Papa tiene varias devociones; entre ellas, a San Gregorio Magno, cuya fiesta se celebra hoy.

En Belluno, el seminario se llama «gregoriano» en honor de San Gregorio Magno. Yo he pasado en él siete años de estudiante y veinte de profesor.

Hoy precisamente, 3 de septiembre, él fue elegido Papa y yo comienzo oficialmente mi servicio a la Iglesia universal.

Era romano y llegó a ser primer Magistrado de la ciudad. Después dio todo a los pobres, se hizo monje, y fue designado secretario del Papa.

Al morir el Papa, lo eligieron a él y no quería aceptar. Intervinieron el Emperador y el pueblo. Finalmente aceptó y escribió a su amigo Leandro, obispo de Sevilla: «siento ganas de llorar, más que de hablar».

A la hermana del Emperador le dijo: «El Emperador ha querido que un mono se convierta en león» Se ve que ya en aquellos tiempos era difícil ser Papa.

Fue muy bueno para con los pobres. Convirtió a Inglaterra. Y sobre todo escribió libros muy bellos; uno de ellos es la Regula pastoralis: en ella enseña a los obispos su misión, y en la última parte dice: yo he descrito al buen pastor pero no lo soy; he mostrado la playa de la perfección a la que hay que llegar, pero personalmente me encuentro todavía en las oleadas de mis defectos y de mis faltas; así, pues, por favor —escribe— para que no naufrague, echadme una tabla de salvación con vuestras oraciones. Yo digo lo mismo; pero no sólo el Papa tiene necesidad de oraciones, también la tiene el mundo.

Uno escritor español ha dicho: el mundo va mal porque hay más batallas que oraciones.

Procuremos que haya más oraciones y menos batallas.



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