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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Lunes 1 de enero de 1979
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Día mundial de la Paz

 

Ante todo debo pedir disculpas por el retraso. Bonita manera de comenzar bien el año nuevo.

Al comenzar un nuevo año, con qué otra palabra podría dirigirme a vosotros, carísimos, sino con una palabra de felicitación ¡"Feliz año nuevo", pues, para vosotros, mis hermanos y hermanas! A vosotros que habéis venido a esta plaza para testimoniar con vuestra presencia el afecto que tenéis al Papa, y "feliz año" a todos aquellos que espiritualmente están presentes aquí. El Papa desearía poder cruzar el umbral de todas las casas, especialmente de aquellas en las que la pobreza, la enfermedad, la soledad dejan sentir su peso -sin excluir los hospitales y las cárceles-, y llevar a todas partes una palabra de consuelo, de fortaleza y de esperanza.

"Feliz año" para todos, a la luz que se irradia desde el rostro dulcísimo de la Virgen María, que la liturgia nos invita, hoy, a venerar en el misterio de su divina Maternidad. "Concepit de Spiritu Sancto: Concibió por obra del Espíritu Santo", diremos dentro de un poco en el Angelus, y nuestra mente se sentirá invitada a meditar sobre el momento decisivo de la Encarnación del Verbo de Dios. Aquel momento solemne, si bien tan humilde y desconocido, nos pone en actitud de absorta admiración e instintivo respeto hacia el momento inicial de la existencia terrena de cada ser humano.

En el primer día de este nuevo año, quiero dirigir un saludo especial a todos aquellos que nacerán durante los próximos meses, y a cuantos recibirán el don de la vida en el año del Señor 1979. Que puedan ellos encontrar el calor afectuoso de los corazones que les esperan y que saben gozar del prodigio maravilloso de una nueva vida.

Hoy se celebra la Jornada mundial de la Paz. Es un tema, este de la paz, que si está en el corazón de cada ser humano responsable y generoso, suscita una particular y vivísima solicitud en el alma del Papa, el cual sabe que está puesto por Cristo como Pastor y Padre de la humanidad entera. A este propósito, hoy quiero encomendar a vuestra oración dos intenciones delicadas, ante las que la Santa Sede ha creído deber suyo poner en marcha iniciativas concretas: me refiero a la angustiosa situación del Líbano, donde tanta sangre, demasiada sangre, se ha derramado ya; y a la más reciente controversia surgida entre Argentina y Chile sobre la Isla del Canal de Beagle. Las Misiones enviadas por la Santa Sede han tenido, en uno como en otro caso, una cordial acogida, tanto por parte de las autoridades, como por parte de la población.

Es necesario ahora que la plegaria de todos obtenga de Dios abundantes dones de clarividencia, equilibrio y fortaleza para que puedan recorrer los caminos de la paz, y se alcance cuanto antes la meta de una solución justa y honrosa.

En este día ―que debiera ser de alegría para todos―, mi recuerdo se dirige , luego, a las víctimas de los secuestros, que todavía están detenidas con injusta violencia lejos de sus familias. Me entristece especialmente la situación de aquellos que, por encontrarse en edad joven, están más expuestos a los traumas sicológicos de semejante experiencia. Por ellos, todos nosotros aquí reunidos, elevemos a Dios nuestra súplica, confiando que el ambiente característico que impregna estos días, sea capaz de avivar en los corazones de sus opresores sentimientos de justo arrepentimiento y de renovada humanidad.

Oremos hermanos y hermanas.


Después del Ángelus

Os deseo un buen año 1979, y digo 1979 porque debemos acordarnos todos de que el 1978 ha terminado definitivamente. Alabado sea Jesucristo.

 



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