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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 23 de septiembre de 1979

 

1. El próximo viernes, 28 de septiembre, es el primer aniversario de la muerte de Juan Pablo I, que recordaremos con una solemne liturgia eucarística en la basílica de San Pedro y con la visita a la tumba de aquel Papa, a quien la Providencia confió el ejercicio del supremo servicio de la Iglesia, sólo durante 33 días.

Al día siguiente de esta conmemoración, sábado 29 de septiembre, emprenderé viaje a Irlanda, desde donde proseguiré, el 1 de octubre, a los Estados Unidos de América. Como he dicho ya en alguna otra ocasión, el primer estímulo para este viaje fue la invitación del Secretario General de la ONU, dr. Kurt Waldheim, hecha por este ilustre estadista a poco de iniciar mi pontificado y renovada luego durante el encuentro de mayo de este año. Al quehacer que me impone la presencia ante la Asamblea de las Naciones Unidas, atribuyo una gran importancia, por lo que hoy, una vez más, pido a todos la ayuda espiritual de oración.

2. Al mismo tiempo, mi corazón se dirige ya desde hoy a Irlanda, a este país que, a través de las pruebas sufridas en toda su historia, ha estado muy profundamente ligado a la Iglesia católica. En este año, la Iglesia en Irlanda celebra el centenario del santuario de María Santísima, en Knock. Y esa solemnidad ha constituido la ocasión inmediata para la invitación hecha al Papa por el Episcopado de Irlanda y, luego, por el Presidente de aquella República. Voy, pues, a Irlanda como peregrino, igual que hice primero en México y después en Polonia, mi patria. Ya desde ahora manifiesto la alegría de poderme encontrar mediante esta peregrinación en aquellos caminos, por los cuales, durante siglos, marcha hacia el Señor todo el Pueblo de Dios de la Isla Verde. Deseo que mi presencia sea para todos los hijos e hijas de Irlanda una confirmación de su fidelidad y entrega a Cristo en su Iglesia; que se convierta en señal elocuente de que la Sede Apostólica y toda la Iglesia está con ellos y condivide no sólo sus méritos, sino también sus sufrimientos y pruebas. Ante la Madre de la Iglesia, a quien confío esta peregrinación, expreso la inquebrantable confianza de que este viaje servirá para la gran causa de la paz y de la conciliación tan deseada por toda la nación irlandesa.

3. Está bien que nuestro camino hacia Nueva York, a la sesión de la ONU, pase a través de Irlanda, de modo que resulte una nueva peregrinación por los caminos del servicio papal a la Iglesia. Y está bien que esta peregrinación se alargue a los Estados Unidos, como visita a aquella Iglesia y aquella sociedad. Agradezco la invitación de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos, como también la que, al mismo tiempo, me dirigió el señor Jimmy Carter, Presidente de los Estados Unidos de América. Programada mi estancia en tierra americana hasta el domingo siete de octubre (no puedo estar más tiempo porque mis deberes me reclaman en Roma), me es imposible responder a todas y cada una de las invitaciones que en las últimas semanas, llegan en gran número a la Secretaría de Estado. Hoy, no obstante, deseo dar las gracias con todo el corazón por estas invitaciones y por las muchas pruebas de afecto.

Al recorrer los caminos escogidos de la peregrinación, trataré de corresponder al llamamiento que, procedente de muchas comunidades y de muchos corazones, llega al indigno sucesor de San Pedro en Roma. Pido a todos una oración, a fin de que pueda cumplir este mi servicio en la tierra de Washington, para gloria de Dios y para el bien de los hombres, mis amados hermanos y hermanas.


Después del Ángelus

Expreso una vez más mi profundo dolor por la terrible calamidad que se ha abatido sobre las poblaciones de Italia central y en particular las de Norcia y Casia, a raíz del terremoto de estos días, que ha causado cinco muertos y numerosos heridos, además de gravísimas destrucciones en aquella sonriente región.

Mientras renuevo la oración de sufragio por las víctimas de San Marcos y de Chiavano, para que el Señor las acoja en la luz y en la paz del cielo, aseguro mi paterna y concreta solidaridad con cuantos sufren ahora las consecuencias del seísmo.

Sobre todos invoco la providente asistencia divina.

Están presentes en la Plaza de San Pedro los miembros de la Unión de Campaneros boloñeses y romañolos, los cuales nos han hecho escuchar un melodioso concierto de campanas. En nombre de todos los presentes os expreso, hermanos carísimos, mi grata, complacencia por este vuestro obsequio armonioso y el deseo de que siempre sea acogido el sonido de las campanas que invita a la elevación del alma, a la oración ferviente, a sentimientos de amor mutuo y de paz universal.

Quiero pedir de nuevo que recéis por mí durante mi ausencia de Roma para que yo no olvide ni en Irlanda, ni en Estados Unidos, que soy Obispo de Roma y que mi puesto está aquí.

 



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