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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 23 de diciembre de 1979

 

 

1. Todo el Adviento es un período de espera y preparación a la venida del Salvador. La última semana de Adviento podría llamarse el tiempo de la invitación. En estos días que preceden inmediatamente a Navidad, la Iglesia invita. Invita a través de toda su liturgia en la que ocupan puesto particular a lo largo de estos días, las llamadas "Antífonas mayores", unidas al canto del Magníficat durante las Vísperas. Son preciosas y, al mismo tiempo sencillas y profundas de contenido. La Antífona de hoy, última de este ciclo (en efecto mañana es la Vigilia), se dirige con estas palabras a Aquel que debe venir:

"O Emmanuel, rex et Legifer noster, exspectatio gentium et salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine Deus noster".

"¡Oh Emmanuel, / nuestro Rey, Salvador de las naciones, / esperanza de los pueblos, / ven a libertarnos, Señor; no tardes ya! / Ven pronto, Señor. ¡Ven, Salvador!".

¡Emmanuel! Es la última invocación; la última palabra de estas Antífonas invitantes. Parece testimoniar que la invitación ha sido correspondida porque "Emmanuel" habla de que Dios está con nosotros. De modo que la última de estas grandes Antífonas de Adviento expresa la certeza de la venida del Señor. Habla ya de su presencia en medio de nosotros.

Si caemos en cuenta de las circunstancias del nacimiento de Dios, si recordamos que "no había sitio para ellos en el mesón" (Lc 2, 7), comprenderemos todavía mejor la invitación de la liturgia de Adviento y la expresaremos con paz interior muy profunda. Y con amor muy grande a Aquel que está a punto de llegar.

Con el mismo espíritu de estas palabras de la Antífona de Adviento me dirijo ya a todos los presentes y a todos los habitantes de Roma: ¡Emmanuel! ¿Qué más podemos desearnos sino que Dios este con nosotros? Así que os lo deseo de todo corazón. Y pido a todos que aceptéis esta felicitación. Esta nos prepare a recibir mejor a Cristo. Y ayude a todos a abrimos recíprocamente unos a otros

2. Quiero recordar después el encuentro fraterno que he tenido días pasados con los obispos de Ecuador, que habían venido a Roma para su "visita ad Limina Apostolorum".

Este contacto directo tanto el privado como el colegial― con estos prelados, se encuadra en el marco de la comunión profunda que liga al Episcopado del mundo entero con el Sucesor de Pedro y con la Sede Apostólica, y me ha permitido conocer más de cerca la vida de la Iglesia en dicho país.

Con los celosos Pastores de las 22 circunscripciones eclesiásticas ecuatorianas he tenido modo de detenerme sobre todo en algunas cuestiones a las que ellos dedican mucha atención:

― la comunión del obispo con sus sacerdotes y con cuantos colaboran en la obra de evangelización centrada en Cristo, Hijo de Dios, Redentor y esperanza del hombre;

― la dimensión social de la Buena Nueva que se anuncia en pro de la dignidad efectiva de todo ser humano considerado a la luz del plan de Dios;

― las ansias y esperanzas de los jóvenes, que esperan de la Iglesia una respuesta a sus inquietantes interrogantes y el anuncio cada vez más auténtico del Evangelio.

Pedimos la intercesión de la "Virgen de las Mercedes", Patrona de Ecuador, a la vez que imploramos dones muy abundantes del Señor sobre esta querida nación.

 

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