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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 29 de abril de 1979

 

Hermanas y hermanos queridísimos:

1. Hoy es un día de gran alegría para todos nosotros: la Iglesia venera a dos nuevos Beatos, Francisco Coll y Santiago Laval. Hemos concluido, hace poco, la solemne celebración litúrgica, pero deseo hablar de nuevo brevemente sobre estas dos figuras excepcionales de testigos del Evangelio y de auténticos catequistas del siglo pasado.

Francisco Coll, hijo de España, nacido en Gombreny, aldea de los Pirineos Catalanes, siguió la vocación dominicana. Cuando en 1835 fueron cerrados por la ley los conventos en esa nación, Francisco, permaneciendo siempre fiel a su consagración religiosa, se dedicó a la predicación de la Palabra de Dios, mediante las "misiones populares" y, en agosto de 1856 fundó en Vich las Dominicas de la Anunciata, dedicadas de modo especial a la educación de las jóvenes. Su muerte acaeció en abril de 1875.

Santiago Laval es hijo de Francia. Nacido en Croth, en la diócesis de Evreux, en 1803, fue primero médico y, tras luchas interiores, se rindió finalmente a la llamada de Jesús. Ordenado sacerdote en 1838, partió para la Isla de Mauricio en 1841 con el fin de dedicarse a la evangelización de los negros, convirtiéndose en mauriciano con los mauricianos. Hasta su muerte, ocurrida en 1864, pasó en esa Isla 23 años, consagrados íntegramente al anuncio del Evangelio en medio de dificultades humanamente insuperables.

Toda la Iglesia se alegra mucho por el don que Dios le ha hecho de otros dos nuevos intercesores en el cielo y de dos ejemplos que imitar sobre la tierra. Para mí supone, además, una alegría intensa, ya que Francisco Coll y Santiago Laval son los primeros Beatos de mi pontificado y espero que serán mis protectores.

En este momento tan exaltante deseo expresar una viva felicitación a las dos familias religiosas, la Orden Dominicana ―hoy también de fiesta por la solemnidad litúrgica de Santa Catalina de Siena, Patrona de Italia― y a la Congregación del Espíritu Santo han enriquecido a la Iglesia y a la humanidad, y tienen la satisfacción inmensa y el privilegio de habernos dado a estos dos hijos suyos. Y no podemos olvidar dirigir nuestro pensamiento de aplauso sincero a sus respectivas patrias, España y Francia, y por el Beato Laval también a su patria de adopción, la Isla de Mauricio. La Iglesia les está particularmente agradecida por este nuevo, magnífico don de santidad.

Las personalidades de los dos Beatos, tan ricas, tan abiertas a los problemas espirituales y sociales del mundo moderno, nos apremian a renovar el deseo de que todos los pueblos, todas las naciones, todos los continentes puedan estar representados en la Iglesia terrena, encaminada hacia su culminación en la gloria eterna.

2. Los dos nuevos Beatos nos proponen una vez más hoy de modo concreto la urgencia siempre actual del mandato de Jesús a los Apóstoles y a la Iglesia: "Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15). En octubre de 1977, la IV Asamblea General del Sínodo de los Obispos estudió el tema "La catequesis en nuestro tiempo con especial atención a los niños y a los jóvenes". Al finalizar los trabajos, los padres sinodales pidieron al Papa Pablo VI, de venerada memoria, que dirigiese a la Iglesia universal un documento sobre la catequesis. Este documento se publicará en los meses próximos. Además los padres sinodales enviaron a todo el Pueblo de Dios un apremiante "mensaje", en el que -entre otras cosas- dirigían su gratitud y estima a los catequistas, en estos términos: "Son muchos las mujeres, los hombres, los jóvenes -incluso los niños- que, llenos de caridad verdadera, dedican su tiempo -con frecuencia sin recibir pago alguno de este mundo- a extender y construir el reino de Dios por medio de la catequesis: ellos hacen nacer así a Cristo Jesús en el corazón de los hombres y se empeñan por hacerlos crecer en la vida cristiana con vistas a que alcancen un día la plenitud vital en el Señor" (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 6 de noviembre de 1977, pág. 8).

3. Recordando esas palabras, dirijo hoy un saludo afectuoso, un justo agradecimiento y un vivo estímulo a todos los catequistas del mundo: sacerdotes, religiosos, religiosas, laicos ―hombres y mujeres―; sobre todo, me dirijo a los padres, que son y deben ser los primeros, insustituibles y ejemplares catequistas de sus hijos, educándolos desde la infancia en el conocimiento y amor de Jesús y de su mensaje de fe operante, de caridad activa, de solidaridad universal. Un recuerdo especial dirijo también a todos los que enseñan religión en las escuelas, en los diversos países, y en particular en Italia.

A todos los presentes mi felicitación y mi bendición apostólica.

* * * * *

Preocupación del Papa por la situación en Uganda

Querría ahora dirigir la mirada a África, tierra de tantos consuelos y esperanzas para la Iglesia y la difusión del Evangelio. Particularmente pienso en Uganda, en estos días de dolorosa prueba para esa nación. Recemos juntos por el pueblo ugandés, para que vuelva a encontrar la tranquilidad, para que no se derrame más sangre, y prevalezca el espíritu de reconciliación, de la que la Iglesia querría ciertamente ser signo y, si es posible, también instrumento. Es una Iglesia viva y ferviente de fe, que ha crecido exuberante por el esfuerzo de sus obispos, sacerdotes y fieles, y por la colaboración de tantos misioneros, también sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos llegados para llevar el mensaje de Cristo. Precisamente ayer se ha sabido que un misionero comboniano, el padre Lorenzo Bono fue asesinado. Recemos por él. Vaya un pensamiento particular a todos los obreros del Evangelio, uniéndonos al sentimiento de sus familias lejanas, y en estos días con pena y frecuentemente angustia por la incertidumbre de la suerte de sus seres queridos, y pidiendo al Señor que se puedan tener de todos noticias tranquilizadoras, incluso de los territorios donde provisionalmente están impedidas las posibles comunicaciones.


Después del Regina Caeli

Saludo cordialmente al grupo de la parroquia de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo de Sacconago di Busto Arsizio, de la archidiócesis de Milán. Queridísimos: Sé que se cumple este año los XXV que celebráis la llamada "antorcha"; bendigo la antorcha que portáis desde el santuario de Pompeya a vuestra parroquia, deseando que con vuestra vida cristiana deis siempre testimonio generoso de vuestra fe, de la que habéis querido que la antorcha sea símbolo elocuente.

Doy ahora mi bendición a los que están reunidos en el círculo recreativo "San Francisco" de Sassuolo, diócesis de Módena, para celebrar una carrera a pie, cuyo vencedor será premiado con un trofeo dedicado al Papa. Deseo de corazón que esta iniciativa contribuya a aumentar el espíritu de fraternidad y a promover los valores humanos y cristianos. Saludo a todos los peregrinos de Francia, España, Isla Mauricio y de toda Italia, que han venido a la beatificación. Saludo a todos los grupos con sus pancartas que no alcanzo a leer; pero a todos doy mi saludo y bendición.

Hoy es gran fiesta para mí porque por primera vez he podido prestar este servicio específico del Papa a la Iglesia universal dando a ésta dos Beatos más. Mi alma rebosa de gratitud a Nuestro Señor y a la Virgen Reina de los Santos. Oremos todos para que con esta exaltación de la santidad de las personas, de los cristianos, crezca y aumente la santidad de la Iglesia y de todo el Pueblo de Dios.

¡Alabado sea Jesucristo!

 



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