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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 21 de diciembre de 1980

 

1. "El Señor está cerca...".

Con estas palabras comenzamos las oraciones litúrgicas de cada día a partir del 17 de diciembre, esto es, durante el último período de Adviento, que precede inmediatamente a la Navidad.

Y hoy, con las mismas palabras, deseo saludaros a todos los que estáis reunidos en la plaza de San Pedro para la oración común. De modo particular, saludo a los niños de las parroquias romanas que han venido aquí con el Niño Jesús queriendo invitar así, a su modo infantil, al Divino Niño a las propias casas y más todavía a sus corazones.

Queridos niños: Al bendecir las pequeñas imágenes que lleváis en vuestras manos, deseo al mismo tiempo bendecir vuestros corazones y vuestras casas paternas, donde el Señor Jesús debe nacer mediante la fe, la esperanza y la caridad.

Este emocionante encuentro con los romanos más pequeños me ofrece la oportunidad de formular las más cordiales felicitaciones para la Navidad a todas las familias, a todas las parroquias, a todas las comunidades, a toda la ciudad de Roma, tan estrechamente ligada a la Sede de San Pedro.

Pienso particularmente en los abandonados y en los que sufren, en los enfermos de los hospitales o de las casas, en las personas ancianas, en los desocupados, en todos los que lloran a sus seres queridos, en aquellos que, después del terremoto, han quedado sin casa.

A todos digo: "El Señor está cerca". Preparémonos, pues, a su venida.

2. Pienso ahora de una manera especial en la querida nación de El Salvador, donde en estos últimos meses han aumentado las graves tensiones que turban profundamente la vida civil y provocan cada vez más numerosas víctimas en los varios sectores de la sociedad.

La comunidad católica de El Salvador, ya tan probada, ha sufrido de nuevo en los días pasados con la muerte de diversas personas, entre ellas también algunas eclesiásticas y religiosas, realizada mediante actos de violencia terrorista que parecen gozar de una fácil impunidad. Hace poco murieron así 4 religiosas de origen americano, misioneras en el país.

Para afrontar esta angustiosa situación, que se prolonga desde hace ya mucho tiempo, los obispos salvadoreños han manifestado muchas veces, hasta ahora, por desgracia sin éxito, la voluntad de ofrecer su obra de mediación entre las partes en conflicto, por el interés superior de la pacificación nacional.

Oremos para que el anuncio de paz que traen los ángeles en la Navidad de Cristo Salvador del mundo, suscite un esfuerzo de comprensión que haga cesar la lucha fratricida y restituya finalmente la tranquilidad a ese pueblo martirizado.

3. Ahora quiero comunicaros una gozosa noticia: del 16 al 27 de febrero del próximo año, iré al Extremo Oriente para una visita pastoral.

Desde los primeros meses de mi ministerio en la Sede del Obispo de Roma el cardenal Jaime L. Sin, arzobispo de Manila, se dirigió a mí, pidiendo que la futura beatificación del primer hijo de Filipinas, Lorenzo Ruiz, se pudiese celebrar en su tierra nativa. Habiendo llegado ya a feliz término el proceso de beatificación de los 16 mártires, entre los cuales se encuentra también ese filipino, quiero satisfacer el deseo de los dos cardenales y de todo el Episcopado de aquel país, correspondiendo así a su invitación y a la del Presidente de la nación filipina: a ellos va desde ahora mi más vivo agradecimiento.

Iré, pues, ante todo a Manila, teniendo también en cuenta el reciente 400 aniversario de la institución de esa gran archidiócesis, donde concluiré el año jubilar con la mencionada ceremonia de beatificación.

Luego visitaré también otras localidades de ese archipiélago, cuyos habitantes pertenecen, en gran mayoría, a la Iglesia católica.

Después me detendré brevemente en la isla de Guam, para llevar mi saludo al pequeño, pero generoso pueblo, que vive esparcido en las islas de esa zona del Pacífico.

4. El primer hijo de la Iglesia católica en Filipinas, que será elevado al honor de los altares, sufrió el martirio juntamente con otros 15 misioneros en Nagasaki, en tierra japonesa. Por esto la última etapa de esta peregrinación sobre las huellas de los mártires me llevará al Japón, acogiendo la invitación del cardenal Satowaki y de los arzobispos y obispos de la Iglesia de ese país. El Episcopado japonés, en la primavera del año 1980, que está para finalizar, hizo su visita "ad Limina", dando testimonio de la vida y de la actividad de la Iglesia en su patria.

En el programa del viaje también está prevista una visita a Hiroshima, esto es, al lugar donde por vez primera se manifestó la terrible fuerza destructora de la bomba atómica. Imploremos a Dios misericordioso que esto no se repita jamás en la historia de la humanidad.

También deseo expresar mi gratitud al Emperador y a las autoridades estatales por su benévola actitud con relación a esta iniciativa pastoral.

Os invito a todos a que os unáis conmigo en la oración, para impetrar la bendición del Señor sobre este viaje apostólico, que deseo pueda manifestarse fecundo en frutos para la Iglesia y para el incremento de la paz entre los pueblos.

 



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