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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 16 de mayo de 1982

 

1. "¡Dichosas todas las almas que obedecen la llamada del Amor eterno!".

Dichosos todos aquellos que, día a día, con generosidad inagotable acogen tu invitación, oh Madre, a realizar lo que dice tu Hijo Jesús (cf. Jn 2, 5) y dan a la Iglesia y al mundo un testimonio sereno de vida inspirada en el Evangelio.

¡Dichosa por encima de todas las criaturas Tú, Sierva del Señor, que de la manera más plena obedeces a esta Divina llamada!

¡Te saludamos a Ti, que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo!

¡Madre de la Iglesia, ilumina al Pueblo de Dios por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad! ¡Ayúdanos a vivir, con toda la verdad de la consagración a Cristo en favor de toda la familia humana, en el mundo contemporáneo!

Al poner bajo tu confianza, Madre, el mundo, todos los hombres y todos los pueblos, te confiamos también la misma consagración en favor del mundo, poniéndola en tu corazón maternal.

¡Corazón Inmaculado, ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables pesa ya sobre nuestra época y da la impresión de cerrar el camino hacia el futuro!

2. Estas palabras han sido pronunciadas en Fátima. He podido renovar, el 13 de mayo, el acto de consagración al Inmaculado Corazón de la Madre de Dios, según las necesidades de nuestro tiempo. He podido hacerlo en esta época nuestra en la que el segundo milenio después de Cristo se acerca a su fin.

Deseo dar las gracias una vez más tanto al Presidente y a las autoridades de Portugal, como a todos los hermanos en el Episcopado y, en primer lugar, al patriarca de Lisboa por la invitación y la cordial acogida en tierra portuguesa.

De modo especial doy las gracias a todo el pueblo portugués y a la Iglesia en esa nación, por el entusiasmo con que me han recibido, facilitando el cumplimiento de mi ministerio pastoral, durante los cuatro días de la semana pasada, que he estado entre ellos. Quiero dedicar también la próxima audiencia general al tema de esta peregrinación, tan entrañable para mí.

Deseo dedicar una palabra de gratitud sincera a los hermanos en el Episcopado de las diversas partes y diferentes países del mundo, que han manifestado su unión con el Papa peregrino a Fátima, y de modo especial a los que han participado personalmente en esta celebración.

En Fátima hemos reflexionado juntos y hemos rezado juntos, confiando nuestras personas y las de todos nuestros hermanos y hermanas del mundo a la solicitud materna de Aquella a quien Cristo, al morir, dejó a los hombres como Madre. Que la intercesión de María, a quien la liturgia saluda como "Virgo potens" sirva para acelerar el triunfo del bien sobre las fuerzas del mal que trabajan en el mundo.

3. En los programas preparados hace tiempo, después de la visita pastoral a Portugal, estaba prevista otra, también de carácter pastoral y apostólico: la visita a Gran Bretaña.

Sé con cuánto deseo y cuánta esperanza la espera aquella comunidad católica, minoritaria pero tan rica en vitalidad. Desde hace año y medio se está preparando espiritualmente, sin escatimar esfuerzos y entusiasmo.

La visita proyectada es importante para los católicos y no lo es menos desde el punto de vista ecuménico.

Bajo uno y otro aspecto, se la ha podido definir justamente como un acontecimiento histórico.

Las expectativas y esperanzas de los católicos y de todos los cristianos de Gran Bretaña son también las mías. Las comparto con todo el corazón.

Por desgracia, los sucesos bien conocidos, que han tenido lugar en el Atlántico Sur, han perturbado esta vigilia de espera, poniendo en duda la misma posibilidad del viaje, cuyo marco sólo puede ser un marco de paz y de serenidad.

A pesar de las noticias contradictorias que llegan, continúo abrigando viva la esperanza de que este marco pueda aún ser reajustado, gracias a la buena voluntad de los hombres y a la ayuda de Dios.

Con esta finalidad he orado y he pedido oraciones en Fátima. Con esta finalidad oro todavía y pido a todos que oren conmigo.

¡Que el Príncipe de la paz, que la Reina de la paz escuchen nuestra invocación confiada!



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