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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 24 de febrero de 1985

 

"No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".

1. La solemne afirmación que resuena en los labios de Cristo, tentado por el demonio, nos lleva de nuevo al escenario inmenso del desierto, donde Él se retiró, impulsado por el Espíritu, para prepararse con la oración y el ayuno a la misión que lo espera.

"No sólo de pan vive el hombre...". Es una afirmación que la liturgia vuelve a proponer oportunamente cada año al comienzo de la Cuaresma, período en el que somos invitados a descubrir de nuevo los valores esenciales que dan sentido a nuestra existencia terrena: no son de orden material (el "pan" de la tentación), sino que pertenecen a la esfera del espíritu, donde lo que cuenta es la "palabra que sale de la boca de Dios".

2. Para percibir esta "palabra" y apreciar su riqueza, hay que disponer el propio corazón a acogerla con alegría. Lo que no es posible, si no nos comprometemos a orar y hacer penitencia. Oración y penitencia: dos términos que pueden parecer que no están de moda.

Y sin embargo, hay un dato de hecho, confirmado puntualmente por la experiencia: el hombre por sí solo, a pesar del progreso técnico que le permite dominar la naturaleza, no logra dominarse a sí mismo. Se encuentra dominado por sus instintos y por las instigaciones alienantes del ambiente. Y he aquí, pues, la consecuencia paradójica: frente a máquinas cada vez más grandes y complejas, el hombre acaba por encontrarse moralmente cada vez más pequeño y mezquino, en poder de las fuerzas oscuras de su inconsciente o de las no menos engañosas y potentes de la psicología de masa.

3. Para ser restituido a su libertad, el hombre necesita ante todo de una ayuda de lo alto que vuelva a ordenar su mundo interior, trastornado por el pecado: esta ayuda la obtiene orando. Necesita, además, una voluntad fuerte y decidida, capaz de sustraerse a las sugestiones falaces del mal, para orientarse valientemente por los caminos del bien: y esto supone el entrenamiento generoso en la renuncia y el sacrificio, esto es, supone la valentía de hacer penitencia, para conseguir el autocontrol que le permita dominarse a sí mismo fácilmente en armonía con la más profunda verdad del propio ser.

La Cuaresma está específicamente dedicada en el año litúrgico a este esfuerzo primario del cristiano. Hablando de él en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia, he subrayado que con el término "penitencia" se quiere indicar ante todo el cambio de corazón, pero esto comporta también el cambio de la vida, de modo que en "hacer penitencia" se incluye necesariamente el esfuerzo de "dar frutos dignos de penitencia". Y añadía: "Hacer penitencia es algo auténtico y eficaz sólo si se traduce en actos y gestos de penitencia" (n. 4).

Acojamos de buen grado, queridísimos hermanos y hermanas, la oportunidad de gracia, el kairós de Dios, que es la Cuaresma. En este camino de crecimiento y de maduración nos guiará la Exhortación Apostólica que acabo de citar, para una breve reflexión en los Ángelus de los próximos domingos sobre el valor y el significado de la práctica de la penitencia. Que la Virgen María, incomparable ejemplo de perfecta sintonía con la propia verdad de criatura y con el misterio trascendente y amoroso de Dios, nos asista con su intercesión maternal. 



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