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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Lunes 6 de enero de 1986
Solemnidad de la Epifanía del Señor

 

1. "Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo" (Mt 2, 2).

Son las palabras con las que los Magos que fueron de Oriente a Jerusalén piden informaciones sobre el "Rey de los judíos que ha nacido"; son las palabras que también nosotros repetimos hoy, en la solemnidad de la Epifanía del Señor, es decir, de la manifestación de Jesús como Mesías, Hijo de Dios y Salvador, a los pueblos que vivían en las tinieblas del paganismo.

Deseamos expresar sincera complacencia por el hecho de que dicha festividad, tan grata a la piedad del pueblo cristiano, se haya restablecido en Italia, dando así a los fieles la posibilidad de celebrarla de manera aún más plena y serena con sus auténticos contenidos religiosos y litúrgicos.

Los Magos, representantes de los pueblos paganos, sirven de ejemplo para nuestra búsqueda de Dios: en efecto, ellos perciben su silenciosa presencia en los signos de la creación; para hallar la Verdad, que sólo habían entrevisto, emprenden un viaje lleno de incógnitas y de riesgos; su itinerario se concluye en un descubrimiento y en un acto de profunda adoración hacia el Niño Jesús, que ellos ven junto a su Madre: le ofrecen sus tesoros, recibiendo en cambio el don inestimable de la fe y del gozo cristiano.

Acojamos la exhortación de San Basilio el Grande: "Con sólo ver la estrella, los Magos experimentaron una inmensa alegría. Acojamos también nosotros en nuestro corazón esa gran alegría... Adoremos al Niño junto con los Magos... Dios, el Señor, es nuestra luz: no en la forma de Dios, para no aterrar nuestra debilidad, sino en la forma de siervo, para llevar la libertad a quien yacía en la esclavitud. ¿Quién tiene el ánimo tan insensible, tan ingrato que no sienta la alegría de expresar con dones la propia exultación?... Las estrellas se asoman al cielo, los Magos dejan su país, la tierra se recoge en una gruta. Que no haya nadie que no lleve algo, nadie que no sea agradecido" (Homilía 6: PG 31, 1471 s.).

Que los Magos nos sirvan de guía para que nuestro camino cotidiano tenga siempre como meta y como término Jesús, eterno Hijo de Dios, y, en el tiempo, Hijo de María.

2. Esta tarde, en la basílica de San Pedro conferiré la ordenación episcopal a siete nuevos obispos, provenientes de varias partes del mundo. Es un acontecimiento eclesial importante y significativo porque ―como afirma el Concilio Vaticano II― "entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados obispos por una sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica" (Lumen gentium, 20).

Pido a todos vosotros, presentes en esta plaza, y a todos los que me escuchan, se unan a mi intensa oración por los ordenados y por las Iglesias y las misiones particulares que serán confiadas a sus cuidados y solicitudes pastorales.



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