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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 12 de enero de 1986

 

1. La Navidad se hace Epifanía en la solemnidad litúrgica de los Magos.

Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo dio a los Magos de Oriente los ojos iluminados del espíritu (cf. Ef 1, 18), que les permitieron percibir la luz de la estrella. Siguieron esta estrella, buscando al que "debía nacer" (Mt 2, 4). Después de haber estado en el palacio de Herodes, llegaron a Belén. Los ojos iluminados de la mente les permitieron ver a Dios Encarnado en el Niño puesto en los brazos de María. La pobreza del lugar no se lo impidió. Se postraron y ofrecieron los dones que habían llevado.

Los ojos iluminados de la mente les permitieron adorar a Dios, que, siendo rico, se hizo pobre por los hombres (cf. 2 Cor 8, 9) desde el principio, ya en el misterio de su nacimiento en la tierra.

Los tres Magos de Oriente son testigos especiales de la Epifanía de Dios.

2. En este domingo la Iglesia pone ante nosotros otro testigo de la Epifanía divina: Juan Bautista.

¡Qué iluminados están los ojos de su mente, cuando al ver a Jesús de Nazaret a orillas del Jordán, exclama: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"! (Jn 1, 29). "Quita el pecado del mundo"; y, sin embargo, Jesús iba al Jordán a ponerse entre los pecadores, que recibían de las manos de Juan el bautismo de penitencia. Y lo recibió, a pesar de las protestas de Juan.

Sin embargo, éste sabía quién era aquel que recibía de sus manos el bautismo de penitencia. Había anunciado claramente: "Viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3, 16).

3. La Iglesia sitúa estos dos acontecimientos, distantes entre sí en el tiempo, en una sola unidad litúrgica: los tres Magos de Oriente poco después del nacimiento de Jesús en Belén y el bautismo en el Jordán.

La estrella misteriosa anunció a los Magos quién era el Niño nacido en Belén. La voz de lo alto, durante el bautismo en el Jordán, anunció a todos: "Este es mi Hijo, el amado, mi preferido" (Mt 3, 17).

A partir de estos dos acontecimientos comienza a desarrollarse en la historia de la humanidad la Epifanía definitiva de Dios, vinculada a la "plenitud de los tiempos".

Roguemos, por intercesión de la Madre de Dios, para que podamos participar en la Epifanía: para que se nos abran ampliamente los ojos de la fe que nos permitan ver y escuchar las "maravillas de Dios" (Act 2, 11).



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