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VIAJE APOSTÓLICO A INDIA

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 2 de febrero de 1986
Estadio Indira Gandhi, Delhi

 

Por todo el mundo, en hogares e iglesias, en conventos y en seminarios, en los campos y las ciudades, en el trabajo y en el descanso, muchos cristianos hacen una pausa al mediodía para rezar el Ángelus, elevando sus mentes y corazones por unos momentos al Señor, y dando gracias junto a la Madre de Dios por el misterio de la Encarnación.

"El Ángel del Señor anunció a María y concibió por obra del Espíritu Santo".

María concibió al Eterno Hijo de Dios. "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros".

Sobre este gran misterio meditamos cada día en el Ángelus: Dios se hizo hombre en el seno de María.

A través de este gran misterio, la vida humana se cambió totalmente. La humanidad recibió una nueva dignidad. Dios se hizo uno con todos nosotros en todas las cosas, salvo en el pecado, para que nosotros pudiésemos ser uno con Dios. El momento en que María dijo sí ―"Hágase en mí según tu palabra"―, Dios bajó a la tierra, y la vida de todos los hombres y mujeres fue elevada. Nosotros seres humanos hemos sido acercados a Dios por Dios que se acercó a nosotros. Pero no sólo esto: también hemos sido acercados unos a otros.

La Palabra Eterna, el Hijo de Dios, se hizo hombre y se convirtió en nuestro hermano en la carne. Como resultado de esto, estamos vinculados unos a otros como hermanos y hermanas en el Señor. En la Encarnación, cada hombre se convirtió en nuestro hermano, cada mujer en nuestra hermana. Por esto San Juan dice: "Si alguno dijere: Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios a quien no ve. Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano" (1 Jn 4, 20-21).

Así, pues, en este Ángelus nos unimos a María, nuestra Madre alabando a Dios por la Encarnación, y pedimos a nuestro Padre celestial la gracia de amar a todos nuestros hermanos y hermanas como Cristo nos ha amado.



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