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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 27 de abril de 1986

 

1. "Cuando venga el Paráclito, que os enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad, que procede del Padre, Él dará testimonio de mí y también vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estáis conmigo" (Jn 15, 26-27).

Hoy, V domingo de Pascua, retornamos a estas palabras de Cristo. Y volvemos al Cenáculo de Jerusalén, donde fueron pronunciadas. La promesa que estas palabras contienen debe realizarse en el mismo Cenáculo, el día de Pentecostés. Las palabras de Cristo nos hacen pasar del acontecimiento de la Pascua a Pentecostés. Son como un puente.

2. El Espíritu Santo viene constantemente a los discípulos de Cristo como el Consolador, enviado por el Padre. Viene como Espíritu de Verdad para dar testimonio de Cristo, que lo envía desde el Padre.

La misión del Espíritu se vincula con la del Hijo. Por una parte, prepara toda la misión mesiánica de Cristo, y al mismo tiempo, toma de ella un comienzo nuevo; por la cruz y la resurrección viene de nuevo a nosotros el Espíritu Santo. Su testimonio nos introduce en el misterio trinitario de Dios. Nos introduce también en la economía salvífica de Dios. Gracias a este testimonio sabemos que Dios es Amor; sabemos que actúa como primero y definitivo Amor en la historia del hombre y del mundo: "Mi Padre sigue actuando y yo también actúo" (Jn 5, 17).

3. Esta actuación del Padre, que fue llevada a cabo por medio del Hijo, se realizó al mismo tiempo ante los ojos de los hombres. Se ha convertido en parte de su historia. También estos hombres ―ante todo los Apóstoles― son testigos de Cristo. Su testimonio es un testimonio humano, basado en el oír, ver, tocar (cf. 1 Jn 1, 1), basado en la experiencia.

Este testimonio humano edifica a la Iglesia desde el principio como comunidad de los discípulos de Cristo; como comunidad de fe, que fija su mirada en el misterio escondido desde los siglos en Dios (cf. Ef 3. 9), misterio que fue revelado en el Hijo nacido de María Virgen. Por tanto, este testimonio humano, apostólico, está orgánicamente vinculado al que da de Cristo el Consolador, el Espíritu de Verdad. En él está enraizado. De él saca la fuerza transformadora. La fe en Cristo transforma al hombre.

4. Hoy rezamos reunidos en torno a la Madre de Dios, a la que la Iglesia no cesa de manifestar su alegría pascual. Es ante todo su alegría. Es la alegría de la Madre del Resucitado: "Alégrate", Reina de los cielos.

A Ella le encomendamos, para que interceda ante el Espíritu Consolador, todo el testimonio de la Iglesia contemporánea.

A Ella confiamos la vigilia de oración que tendrá lugar en la plaza de San Pedro la noche de Pentecostés, en la que se reunirá la Iglesia de Roma: las varias asociaciones de apostolado, los movimientos y las parroquias.

En esta celebración, que culminará con la Santa Misa, se implorará la asistencia especial del Espíritu Santo, a fin de que resulten ricos de frutos la preparación y la realización del próximo Sínodo de los Obispos sobre "la vocación y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad".

Alégrate, Reina de los cielos. Prepara los caminos del testimonio de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Acerca a nuestros corazones el Consolador, que es el Espíritu de Verdad.



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