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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 4 de mayo de 1986

 

1. "Pero ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: ¿Adónde vas? Sino que por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 5-7).

Las palabras de Cristo, pronunciadas la víspera de la pasión y de la muerte en cruz, adquieren total plenitud de significado en el momento en que la Iglesia se prepara a la separación de Cristo, después de cuarenta días de la resurrección. Este día ya está cercano.

2. Y está cercana la alegría de la que habló Jesús a sus discípulos aquel día en el Cenáculo, antes de su pasión: "Vuestra tristeza se convertirá en alegría" (Jn 16, 20). Será la alegría por el nacimiento de la Iglesia. La tristeza por la separación de Cristo se cambiará precisamente en esta alegría, cuando los Apóstoles experimenten ―el día de Pentecostés― que en ellos está la fuerza del Espíritu de Verdad, que les permite ―por encima de toda previsión humana y de toda la debilidad humana― dar testimonio del Crucificado Resucitado.

A la vez, con la venida del Espíritu Santo comenzará en la historia de la humanidad el tiempo de la Iglesia, en la que continúa madurando la plenitud de los tiempos, que comenzó en la tierra con Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, que se llamaba María.

3. Es un gran misterio el que se encierra en las palabras que dijo Jesús en el Cenáculo: "Si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré" (Jn 16, 7). Se trata de palabras-clave. Son palabras que revelan la economía trinitaria, según la cual el inescrutable Dios ―Padre, Hijo y Espíritu Santo― actúa en el tiempo. Es la economía de la redención, es decir, del retorno salvífico del hombre a Dios por medio de la gracia.

― El retorno "al precio" de la venida de Dios al hombre en la Encarnación;

― el retorno "al precio" de la separación del Hijo Encarnado mediante la muerte en la cruz;

― el retorno del hombre y del mundo ―salido de las manos de Dios― a las mismas manos paternas: a la comunión con la Divinidad

― el retorno gracias a la filiación del hombre, en el Eterno Hijo: mediante la Gracia,

el retorno en el Espíritu Santo.

4. "Salí del Padre y vine al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre" (Jn 16, 28). "Dejo el mundo", aunque no me separo del mundo. Permanezco en él por medio del Espíritu Santo. Permanezco en él mediante la verdad del Evangelio. Mediante la Eucaristía y la Iglesia. Mediante la Palabra y los Sacramentos. Mediante la gracia de la filiación divina. Mediante la fe, la esperanza y la caridad.

"Dejo el mundo", pero no me separo del mundo. No me separo del hombre de todos los tiempos.

¡Lo llevo al Padre! A la casa del Padre. A pesar de toda resistencia y objeción que provienen del pecado en la historia del mundo, llevo el hombre al Padre.

La Madre de Dios nos precede en este camino. Unámonos a Ella en la oración, rezando el "Regina coeli".



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