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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 18 de mayo de 1986
Solemnidad de Pentecostés

 

1. Queridos hermanos y hermanas:

Estamos reunidos aquí con María, Madre de Cristo, como los Apóstoles, en el Cenáculo de Jerusalén.

Los días anteriores a la fiesta de Pentecostés, después de la Ascensión de Jesús de esta tierra al Padre, fueron para los Apóstoles un tiempo de oración particularmente intensa. Así debe ser también para nosotros.

Que de nuestros corazones, como entonces de los suyos, se eleve la invocación que expresa tan bien la liturgia de hoy:

"Que baje tu Espíritu y renueve la tierra" (Resp. cf. Sal 103/104, 30).

Cristo había dicho: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado" (Jn 14, 16).

Entonces, los Apóstoles, junto con María se unen en esta oración del Maestro; piden el Consolador, que es el Espíritu de Verdad, piden el Paráclito.

2. "Que baje tu espíritu y renueve la tierra".

¿Son ellos solamente quienes rezan así? Sólo aquella pequeña comunidad, unida a Cristo de la forma más personal? ¿Sólo ellos?

Es toda la tierra la que reza del mismo modo: todas las criaturas, incluso cuando faltan la voz y las palabras, elevan este grito:

"¡Qué grandes son tus obras, Señor!... / la tierra está llena de tu riqueza... / Si les quitas el espíritu, mueren / y vuelven al polvo. / Si mandas tu espíritu, se recrean, / y así renuevas la faz de la tierra". (Sal 103/104, 24. 29-30).

El Espíritu es el que da la vida (cf. 6, 63).

Es el que renueva la faz de la tierra.

¡Que baje tu Espíritu!

3. El hombre reza, haciéndose voz de todo lo creado. Rezan los Apóstoles reunidos con María en el Cenáculo de Jerusalén. Reza la Iglesia, en nombre de toda la creación.

Pues las criaturas están sujetas a la vanidad (cf. Rom 8, 20) a causa del pecado, que está contra el Espíritu que da la vida.

Y he aquí que ante nuestros ojos crece la obra del hombre: el espléndido producto de la ciencia y de la técnica. Esta obra revela como nada la riqueza escondida de nuestra creación. Pero revela también la dimensión del pecado que hay en el corazón humano y que se extiende a la vida de la sociedad y a la historia del hombre.

Por eso crece también en el mundo el temor de que la creación, junto con la obra del hombre, pueda ser sometida a una caducidad aún más grande, a crisis y amenazas de crecientes dimensiones.

Por ello, más que por las obras del hombre, la creación, mediante la plegaria de toda la humanidad, grita por los hijos de Dios: "espera con impaciencia la revelación de los hijos de Dios" (Rom 8, 19).

4. Hoy estamos reunidos con la Madre de Cristo: en este Cenáculo de la Iglesia que está en Roma.

Recemos así al Señor:

"Permítenos hablar todas las lenguas del mundo contemporáneo: de la cultura y de la civilización, de la renovación social, económica y política, de la justicia y de la liberación, de la información y de los medios de comunicación social.

Permítenos anunciar en todas partes y en todo tus grandes obras.

¡Que venga tu Espíritu! Renueve la faz de la tierra mediante la "revelación de los hijos de Dios".



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