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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 18 de octubre de 1987

 

1. Nuestra oración mariana asume hoy una proyección especialmente amplia en la perspectiva del "Día mundial de las Misiones". La celebración recalca la actualidad y la urgencia del compromiso misionero. Al expresar mi profunda gratitud a cuantos, en distintas partes del mundo, se dedican a la causa de la evangelización, deseo subrayar, en consonancia con el tema del Sínodo de los Obispos, la importancia vital del servicio que desarrollan los laicos "en las misiones y para las misiones".

El Concilio, al hablar de las jóvenes Iglesias, ya precisó que "al momento de fundar una Iglesia hay que atender sobre todo a la constitución de un maduro laicado cristiano" (Ad gentes, 21). Con motivo de mis visitas pastorales a muchas de las Iglesias jóvenes, he tenido la alegría de constatar que la orientación del Concilio se está llevando a cabo. Son cada vez más numerosos los laicos que, en los consejos pastorales, o en el ejercicio de los distintos ministerios instituidos, o en las asociaciones y movimientos, colaboran activamente y de forma cualificada con los obispos y los sacerdotes en diversas iniciativas de apostolado. Esta vitalidad del laicado en las misiones es un signo consolador de que la Iglesia se desarrolla en el espíritu, querido por el Señor, de comunión y colaboración.

2. ¿Cómo no recordar en este contexto la aportación de esa benemérita falange de apóstoles laicos que son los catequistas? Hemos de reconocer que "prestan con grandes sacrificios una ayuda singular y enteramente necesaria para la expansión de la fe y de la Iglesia" (Ad gentes, 17). Bajo la guía de los sacerdotes, los catequistas se comprometen con sacrificio a proponer la doctrina evangélica y a organizar los actos litúrgicos y las obras de caridad. Mi agradecimiento se dirige también a los catequistas animándolos a continuar generosamente su servicio tan precioso.

3. Hay que reservar una especial mención a otra falange de laicos que presta su servicio en tierras de misión. Quiero referirme a esos laicos cristianos voluntarios que, en virtud de una vocación interior, van a las misiones y se dedican, durante un cierto número de años, a diversas tareas, realizándolas de modo competente, con espíritu de servicio y en comunión con los Pastores. También ellos son enviados por la Iglesia. También a ellos se les entrega el Crucifijo como ideal y ayuda. Quiero que sepan que el Papa está a su lado y les anima a ser siempre y antes que nada auténticos testigos de su fe y expresión concreta del intercambio de caridad entre las Iglesias.

Por intercesión de María, Estrella de la Evangelización, y de los Mártires inscritos esta mañana en el libro de los Santos, confío a Cristo el Señor, primer misionero del Padre, toda la comunidad eclesial, para que crezca en la conciencia de ser misionera y continúe dando una colaboración efectiva a los generosos anunciadores del Evangelio.



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