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VISITA PASTORAL A TURÍN

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 4 de septiembre de 1988

 

1. Estamos aquí en Turín-Valdocco, ante el santuario de María Auxiliadora, surgido del amor y del coraje de un Santo.

Antes de comenzar la construcción, Don Bosco había dicho: "La Virgen quiere que la veneremos bajo el título de María Auxiliadora: los tiempos que corren son tan tristes, que tenemos justamente necesidad de que la Virgen Santísima nos ayude a conservar y defender la fe cristiana" (Memorie biografiche 7, pág. 334).

Y cuando se inauguró el templo escribió: "Una experiencia de dieciocho años nos hace ver de modo luminosísimo que María ha continuado desde el cielo con el mayor de los éxitos la misión de Madre de la Iglesia y Auxiliadora de los cristianos, que había comenzado en la tierra" (G. Bosco, Meraviglie della Madre di Dio invocata sotto il titolo di Maria Ausiliatrice, Turín, 1869, pág. 45). Él nos invita a saber ver en María una presencia eficaz de defensa y ayuda, de intercesión y de servicio amoroso.

2. El Concilio Vaticano II nos presenta a María como modelo de la Iglesia por su riqueza de gracia, su firme testimonio de fe, su maternidad y su solicitud por la salvación de los hombres. Lo que María es personalmente de forma plena en su singular unión con Cristo y en la comunión con la primera comunidad de los Apóstoles, lo es también, a lo largo de la peregrinación de los siglos, la Iglesia, hecha Cuerpo místico de Cristo en todas las latitudes.

En particular, la Iglesia demuestra su fisionomía mariana a través de la generación de Cristo en el corazón de los creyentes y a través del solícito cuidado de su crecimiento en la fe. La Iglesia es verdaderamente Madre porque engendra y educa en la fe a sus hijos.

La maternidad de la Iglesia es una maternidad que tiene necesidad de intérpretes santos, dóciles y orantes como Don Bosco; sobre todo cuando se trata de educar en la fe a la juventud.

3. Desde este santuario mariano, tan significativo para los jóvenes, dirijo una llamada a los padres, a los presbíteros, a las personas consagradas y a los educadores todos, recordándoles que tienen la vocación de interpretar, con generosa donación de sí, la maternidad de la Iglesia en orden al nacimiento y el crecimiento de la fe en el corazón de los jóvenes. ¡Cuántas dificultades halla hoy la juventud a este respecto! Es un desafío preocupante, entre los más urgentes e incluso entre los más delicados y complejos. No es una tarea fácil, pero es muy necesaria.

Por tanto, invito a mirar a María, poderosa ayuda y materna guía de los educadores de la fe.

Si nos encomendamos de verdad a Ella, sentiremos crecer en nosotros una actitud de plena confianza y capacidad pedagógica, junto con un gran amor agradecido, como respuesta a su solicitud por la juventud. Guiados por "Aquella que ha creído", nos sentiremos más intensamente inclinados a la tarea de la educación de la fe, y percibiremos más claramente que la acción de la Iglesia en el mundo es como una prolongación de la maternidad de la Virgen llena de gracia.

De este modo, la participación en la misión de la Iglesia se traducirá en amor a María, Estrella de la evangelización, y en agradecimiento por su ayuda maternal.



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