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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 1 de julio de 1990

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Cuando en el Ángelus decimos "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros", recordamos el misterio central de la Encarnación, que de modo completamente particular, sacramental, continúa en la Eucaristía. En toda celebración eucarística el Verbo, hecho carne, se hace presente entre nosotros.

La importancia esencial de la Eucaristía para la vida de la Iglesia nos hace comprender el papel insustituible del ministerio sacerdotal. Sin sacerdote no puede existir ofrenda eucarística. Por eso, el Concilio Vaticano II afirma que, en la celebración del misterio eucarístico, los sacerdotes desempeñan su función principal. En su calidad de ministros de las cosas sagradas son sobre todo ministros del sacrificio de la misa (cf. Presbyterorum ordinis, 13). La Eucaristía constituye el culmen de la vida sacramental de la Iglesia, y es también el sacramento que ejerce el mayor influjo en la vida ordinaria del cristiano.

2. Los que acceden al sacerdocio ministerial deben formarse de modo especial para el ministerio eucarístico. En la perspectiva del Sínodo, que tratará todos los aspectos de la formación sacerdotal, es obligado subrayarlo.

Los candidatos a la ordenación deben, ante todo, formarse en una fe muy viva en la Eucaristía. En el momento del primer anuncio de este sacramento, Jesús pidió a sus Apóstoles, o sea a quienes serían los primeros en desempeñar el ministerio sacerdotal, un acto de fe en la Eucaristía. Fue Pedro quien, en nombre de los Doce, hizo la profesión de fe. De ello se deduce que, como responsable de la celebración eucarística en la Iglesia, el sacerdote debe estar animado por una fe vigorosa en la ofrenda sacramental de Cristo, en el don que Él hace de su cuerpo y de su sangre mediante la comunión, y en su presencia eucarística permanente, que los cristianos están invitados a adorar.

3. Por tanto, será conveniente que los seminaristas participen cada día en la celebración eucarística, de modo que, a continuación, asuman como regla de su vida sacerdotal esta celebración diaria. Además, han de ser educados a considerar la celebración eucarística como el momento esencial de su jornada, y han de acostumbrarse a participar en ella activamente, sin contentarse nunca con una asistencia sólo rutinaria.

En fin, los candidatos al sacerdocio se formarán en las íntimas disposiciones que la Eucaristía promueve: la gratitud por los beneficios recibidos de Dios, pues Eucaristía significa acción de gracias; la actitud oblativa, que los impulsa a unir su propia ofrenda personal a la ofrenda eucarística de Cristo; la caridad, alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; y el deseo de contemplación y de adoración ante Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas.

Pidamos a la Virgen María que interceda ante su Hijo, con el fin de obtener numerosos y ardientes ministros de la Eucaristía.



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