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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de diciembre de 1990

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. La liturgia de este día nos presenta a Juan el Bautista que, a orillas del Jordán, señala en la persona de Jesús al Mesías anunciado por los profetas, y abre el camino de su ministerio al hablar del nuevo bautismo que conferirá "en Espíritu Santo y fuego" (Lc 3, 16).

En efecto, Cristo vino al mundo como el icono viviente del misterio trinitario ―Padre, Hijo y Espíritu Santo―, realidad eterna del Ser que es Verdad y Amor, abierto al mundo en la creación y comunicado al hombre en la redención. Él es igualmente el icono viviente del hombre, de su redención y elevación, y por tanto de su verdadera grandeza, a pesar del drama personal y social descubierto, enunciado y experimentado durante los días de la caída de los progenitores. En él todo ser humano, joven o viejo, erudito o ignorante, rico o pobre, empresario u obrero, reencuentro plenamente las razones de su dignidad de persona, llamada a un destino trascendente de gloria.

2. Precisamente el Papa León XIII, en la encíclica "Rerum novarum", reivindicaba esta dignidad para los obreros, acentuando su derecho a proveer responsablemente a sí mismos para el presente y el futuro, de modo tal que puedan satisfacer sus necesidades diarias con la ayuda de la sociedad y del Estado, pero sin someterse, como seres inconscientes e incapaces de autoadministrarse, a un único poder social desproporcionado y opresor. Por eso el Papa León advertía a los patronos y empresarios sobre sus deberes, recordándoles que éstos comienzan "por respetar, en los obreros, la dignidad de la persona humana", evitando "tratarlos como esclavos, ya que sería "verdaderamente indigno abusar de un hombre como si fuera una cosa para obtener provecho, y no estimarlo más de lo que valen sus nervios y sus fuerzas".

Volveremos de nuevo sobre este tema de la dignidad del hombre que es necesario respetar en todos los hombres, según la interpretación que dio León XIII en el contexto de las relaciones sociales en el mundo moderno. Deseo recalcar aquí que este discurso se inspira y toma su contenido sustancial en el Acontecimiento decisivo de la historia: la Encarnación del Verbo, el Adviento de aquel que con su palabra y con su propia vida en medio de nosotros nos enseñó que las relaciones entre los hombres han de estar iluminadas por la luz del icono de Belén, del Amor y de la Verdad, que es Cristo, "resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, que sostiene todo con su palabra poderosa", como se lee en el prólogo de la carta a los Hebreos (1, 3).

3. Ésta es la revelación cristiana del verdadero rostro del ser humano: todo hombre y toda mujer revisten a la luz de Cristo un significado, un valor que es el principio de solución del drama ―interior y exterior― de la existencia, agravada por la herencia de Adán y Eva, y el elemento central de la perenne reconstrucción personal y social.

En María Santísima, queridos hermanos y hermanas, tenemos ante nosotros el punto de llegada de esta reconstrucción. En ella, nueva Eva, resplandece en toda su belleza el proyecto que Dios va desplegando en la historia con vistas a su cumplimiento en el último día. Pidamos a la Santísima Virgen que sepamos colaborar responsablemente en esta empresa exaltante.



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