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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 3 de junio de 1990

 

1. En el acontecimiento de Pentecostés vemos a los Apóstoles dar testimonio de las maravillas de Dios ante personas procedentes de todo el mundo. Desde el momento de su nacimiento, la Iglesia es misionera. Los primeros sacerdotes, los Apóstoles, fueron inmediatamente orientados por el Espíritu hacia el horizonte ilimitado del mundo. ¿Cómo no reconocer en eso una indicación muy clara acerca del carácter misionero de todo ministerio sacerdotal?

Con frecuencia se suele considerar misionero exclusivamente a quien se dedica a la evangelización en regiones lejanas. Aun tributando el máximo honor a esta forma generosa de entrega de sí, que manifiesta hasta qué punto puede llegar el amor total consagrado a Cristo, es preciso reafirmar que toda la comunidad cristiana es misionera en virtud del universal e indivisible plan divino de la salvación. Por ello, todos los cristianos, y en especial los sacerdotes, deben sentir y compartir el celo misionero.

2. En la Iglesia el sacerdocio es esencialmente misionero, y todo sacerdote debe ser plenamente consciente de ello. El próximo Sínodo no podrá dejar de afrontar también este aspecto de la formación sacerdotal. Realmente son numerosas las ocasiones que se presentan al sacerdote para ejercitar su ministerio en perspectiva misionera y evitar todo indebido encerramiento en los estrechos confines de su propia comunidad. Informándose e informando a los fieles sobre la situación de las Iglesias en los territorios de misión, invitándoles a orar por las misiones y a ofrecer su propia contribución concreta para sus necesidades, él participa en el esfuerzo misionero de la Iglesia y comparte su compromiso de servicio para la difusión del reino de Dios en el mundo.

Por eso, la formación sacerdotal debe ser una formación en el espíritu misionero. En los seminarios los educadores han de interesar a los jóvenes en el apostolado misionero de la Iglesia, a fin de que los candidatos al sacerdocio no tengan ante sus ojos sólo el ámbito de la diócesis a la que pertenecen, sino el más vasto horizonte de la Iglesia universal. El próximo Sínodo estudiará los medios que se han de emplear en este campo para lograr una formación sacerdotal abierta a todas las necesidades del mundo.

3. Elevemos ahora nuestro pensamiento a María Santísima, partícipe, junto con la comunidad primitiva, de la experiencia transformante de Pentecostés y testigo de su inicial apertura al mundo, y oremos a Ella para que ayude al Sínodo a preparar para la Iglesia sacerdotes animados por un ardiente espíritu misionero. A Ella, Reina de las misiones, encomendemos esta causa santa de la Iglesia de Dios.



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