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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 10 de noviembre de 1991

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Como sabéis, a fines de este mes de noviembre se celebrará aquí en el Vaticano la Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos. El domingo pasado hice referencia a ese acontecimiento, ya inminente, recodando que es necesario orar a Dios para obtener la gracia de comprender el pasado y caminar en la comunión hacia el futuro.

¡Orar para comprender el pasado! La lectura de los acontecimientos con que ha sido tejida la historia no es fácil.

Para quien sigue al Señor en la fidelidad y en el testimonio, todo lo que sucede tiene un significado. Por tanto, es necesaria una actitud de atención, que implica, al mismo tiempo, abrir los ojos para ver, y dilatar la mente para comprender.

2. En efecto, a los ojos de los llamados, los acontecimientos de la historia pierden su supuesta neutralidad o indiferencia. "En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio" (Rm 8, 28). Por esta razón, repito ahora cuanto dije al anunciar el Sínodo especial el 22 de abril del año pasado en Velehrad: es indispensable "velar sobre el tiempo que vivimos, para escrutar sus signos".

Y para que esta mirada meditativa sobre los acontecimientos históricos se realice en la verdad, es nuestro deber recurrir a la luz del Espíritu de Dios que mueve, sostiene y dirige la historia.

Estamos atravesando un momento histórico particularmente rico de sentido y de consecuencias para Europa y para el mundo. No basta sólo la capacidad humana de observación y de previsión para realizar una lectura profunda. Es necesario dirigirse al único que conoce "lo que hay en el hombre" (Jn 2, 25). Él puede ayudarnos a entrever cómo y por qué naciones y pueblos enteros, de modo imprevisto y radical, han sufrido grandes transformaciones, cambiando costumbres, rompiendo cadenas y abatiendo barreras. Cuando el apóstol Pedro, prisionero, vio caer de sus manos las cadenas, en un primer momento creyó que había tenido una visión y le costaba creer que era realidad lo que estaba sucediendo. El ángel del Señor lo sacó de la cárcel. Entonces Pedro se turbó y, volviendo en sí, exclamó: "Ahora me doy cuenta realmente de que el Señor ha enviado su ángel" (Hch 12, 11).

3. Hoy meditamos estas palabras de Pedro para prepararnos al próximo Sínodo. También nosotros quisiéramos poseer esa "ciencia", esa capacidad de conocer en profundidad las cosas con la que entonces fue premiado el Apóstol.

Pidamos este don a la Virgen María que, junto a los apóstoles que "perseveraban en la oración" (Hch 1, 14), conoció todo en Pentecostés gracias al don del Espíritu de su Hijo resucitado.



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