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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo 27 de septiembre de 1992

 

1. Antes de la plegaria del Ángelus deseo saludar cordialmente a todos los obispos de la Conferencia episcopal irlandesa que han venido aquí junto con sus fieles para la beatificación de los mártires de esa nación, perseguidos a causa de su fidelidad a los principios del Credo católico y de su adhesión plena a esta Sede Apostólica.

Saludo así mismo a los obispos y a los fieles procedentes de España, de Francia, de América Latina y de otros países, presentes también para la beatificación de tres religiosas y de un monje cisterciense de estrecha observancia.

2. La Bienaventurada Virgen sea para nosotros ejemplo y aliciente en el camino de la vida espiritual, como lo fue para los nuevos beatos quienes, con su ayuda, alcanzaron la gloria de los altares.

Así sucedió con la beata Nazaria Ignacia, que se consagró como «esclava» a María según la fórmula montfortiana, y con la beata María Josefa, que exhortaba a invocar a la Virgen para sentir enseguida su especial protección. Así sucedió también con el beato Rafael, consagrado a la Virgen cuando aún era niño después de una curación obtenido gracias a su intercesión. La beata Léonie Françoise, por su parte, solía pedir a la Virgen lograr hacer todo en comunión íntima con ella para estar segura, de este modo, de agradar al Señor. También los beatos mártires irlandeses sacaron fuerza y valentía de la devoción mariana de su pueblo, que en tantas plegarias antiguas se dirigía confiado a la «Madre de la Gracia»: A Mhuire na Grásta.

3. Queridos hermanos y hermanas, la Madre del Verbo encarnado, heroica en el sacrificio y enraizada en la humildad más profunda, sigue siendo para nosotros modelo incomparable de virtud y signo de esperanza segura.

Como los nuevos beatos, dejémonos guiar por ella, que nos llevará a su Hijo Jesús.



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