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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Viernes 1 de enero de 1993
Solemnidad de Santa María Madre de Dios
Jornada Mundial de la Paz

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Al comienzo del año nuevo os expreso a cada uno de vosotros mi deseo más cordial de serenidad y gozo. La atmósfera de fiesta, que sirve de marco a este primer encuentro, se enriquece con los contenidos de fe que ofrecen a nuestra reflexión las dos celebraciones de hoy: la solemnidad litúrgica de María santísima «Madre de Dios» y la Jornada mundial de la paz, que este año está dedicada de manera especial a la oración por las poblaciones de la región de los Balcanes, desgarradas por conflictos violentos y persistentes.

El tema de esta vigésima sexta jornada mundial ―«Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre»― es sumamente importante y comprometedor. Se nos invita a tomar conciencia de las situaciones de pobreza, que representan por sí mismas una amenaza constante contra la paz. Se nos exhorta a caer en la cuenta de las violencias y las injusticias, ante las que no podemos quedar indiferentes e inertes: es preciso que todos trabajemos de forma desinteresada y coherente para construir una sociedad realmente más justa y solidaria.

2. Pienso con temor, en este primer día del año en los numerosos focos de guerra esparcidos por los cinco continentes, y en la violencia fratricida que ensangrienta muchas regiones del mundo, especialmente en Europa, en África y en Oriente Medio.

¿Cómo no desear que, por fin, vuelva la paz a las martirizadas tierras de Bosnia-Herzegovina y a toda la región de los Balcanes? ¿Cómo no renovar una firme condena de la violencia que tiene lugar en Oriente Medio, venga de donde venga, y de las consiguientes represalias que, además de no respetar los derechos humanos, avivan por desgracia las discordias y alimentan aún más los conflictos haciendo más difícil el ya frágil proceso de las negociaciones de paz?

¡Que el Señor conceda al mundo este bien tan fundamental! Que haga de nosotros artífices generosos e incansables de justicia y de paz.

Los pobres, víctimas del odio y de la guerra, desde su difícil situación pueden ofrecer una orientación preciosa para nuestro compromiso diario al servicio de la construcción de la paz: la guerra no sirve al bien de la comunidad humana. Sólo el espíritu de solidaridad, abierto a la participación, permite avanzar por el camino seguro que lleva a la paz.

3. Pidamos a María este don precioso, confiando a ella el año que acaba de comenzar. Que la celestial Madre de Dios nos ayude a saber acoger a su Hijo Jesús en todo hombre con quien nos encontremos en nuestro camino, sin distinción de raza, lengua y cultura. Que ella nos haga dóciles para seguir los senderos de la solidaridad y la paz, escuchando con corazón compasivo el grito de ayuda que nos llega de los que sufren en la pobreza y el dolor.

Madre de Dios, ayúdanos a descubrir en la existencia de los pobres los signos de la presencia de tu Hijo Jesús. ¡Reina de la paz, ruega por nosotros!

 



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