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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 6 de febrero de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El miércoles pasado, día 2 de febrero, celebramos la Presentación del Señor en el templo. Narra el evangelista Lucas que Jesús cuarenta días después de su nacimiento, fue llevado por María y José al templo, para ser ofrecido a Dios. Allí fue reconocido, en el Espíritu Santo, por el anciano Simeón como luz de los pueblos, mientras a la Virgen santísima se le anunciaba una misión de amor y dolor.

La fiesta de la Presentación, que nos muestra a la Sagrada Familia de Nazaret en camino hacia el templo, puede ayudarnos a profundizar la vocación de la familia cristiana.

La familia es para los creyentes una experiencia de camino, una aventura rica en sorpresas, pero abierta sobre todo a la gran sorpresa de Dios, que viene siempre de modo nuevo a nuestra vida. De etapa en etapa es preciso interrogarse sobre la dirección del camino, haciéndose la pregunta que ciertamente se hallaba presente en el corazón de María y de José: ¿Qué quiere el Señor de nosotros? ¿Cuál es el camino que Él ha trazado para nuestro hijo?

2. Preguntas como esas pueden hallar respuesta sólo en el templo de Dios, es decir, en la oración y en la escucha de la palabra del Señor. A veces, cuando los avatares de la vida se hacen complejos, descubrir la voluntad de Dios resulta difícil. Pero a una familia que hace oración no le faltará nunca la conciencia de la propia vocación fundamental: la de ser un gran camino de comunión. Así la planeó Dios desde el principio, cuando creó al hombre y a la mujer a su imagen. Dice la Escritura: «A imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó» (Gn 1, 27). Así pues, es importante descubrir, en el libro del Génesis, esta gran verdad: la imagen de sí, que Dios ha puesto en el hombre, pasa también a través de la complementariedad de los sexos. El hombre y la mujer, que se unen en matrimonio, reflejan la imagen de Dios y son de alguna manera revelación de su amor. No sólo del amor que Dios alberga hacia el ser humano sino también de la misteriosa comunión que caracteriza la vida íntima de las tres Personas divinas.

Imagen de Dios se puede considerar, además, la misma generación, que hace de toda familia un santuario de la vida. El apóstol Pablo nos dice que de Dios toma su nombre toda paternidad y maternidad (cf. Ef 3, 14-15). Él es el manantial último de la vida. Por eso, se puede afirmar que la genealogía de toda persona hunde sus raíces en lo eterno. Al engendrar un hijo, los padres actúan como colaboradores de Dios. ¡Misión realmente sublime! No ha de sorprendernos, por consiguiente, que Jesús haya querido elevar el matrimonio a la dignidad de sacramento, mientras san Pablo habla de él como de un gran misterio, poniéndolo en relación con la unión de Cristo con su Iglesia (cf. Ef 5, 32).

3. Se celebra hoy en Italia la Jornada por la vida. Es una cita importante, que cobra un valor y un significado especiales en el marco del Año de la familia. Por esta razón los obispos han escogido como tema: La familia, templo de la vida.

En efecto, la familia es el santuario de la vida humana desde su amanecer hasta su ocaso natural. El padre y la madre son las columnas de este templo, que tiene como cimiento el pacto conyugal, fundado sobre la fidelidad de Dios, gracias a la cual el hombre y la mujer en el matrimonio se prometen mutuamente amor fiel e indisoluble.

La familia está llamada a ser templo, o sea, casa de oración: una oración sencilla, llena de esfuerzo y ternura. Una oración que se hace vida, para que toda la vida se convierta en oración.

Unámonos hoy en una gran oración, para que la vida, toda vida humana, tenga una familia, dentro de la cual pueda sentir el gozo y la fuerza del amor auténtico.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, inspirémonos en el icono de la Presentación, para aprender de Jesús, María y José el secreto de este divino arraigo de la familia. La familia cuando camina hacia Dios y se «ofrece» a Él, abandonándose a su amor, se descubre «imagen» y revelación de su eterno misterio.

Invoquemos juntos a la Sagrada Familia; imploremos, en particular, la ayuda de la Virgen santísima para que todas las familias del mundo sean profundamente conscientes de su gran vocación.



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