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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 13 de marzo de 1994

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. Dentro de un mes, aproximadamente, comenzará la Asamblea especial del Sínodo de los obispos dedicada a la evangelización en África, continente rico en valores culturales y religiosos. Los cristianos, aunque son numerosos, representan sólo una parte de la sociedad africana; los católicos son cerca del 13% de la población total.

La Iglesia, en contacto con el islam, con las religiones tradicionales y con los creyentes de otras confesiones cristianas, siente fuertemente en ese continente la urgencia del ecumenismo y del diálogo interreligioso.

No se trata de una mera exigencia práctica o de una oportunidad dictada por las circunstancias. En realidad, hoy sería inconcebible una vida eclesial en la que no se dé el diálogo y el ecumenismo. Nos lo recuerda providencialmente en este año el XXX aniversario de la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, que precisamente en 1964 diseñó una teología del diálogo, articulándola en el amplio horizonte de tres «círculos» concéntricos: el fundamental y global, que comprende todo el vasto campo de lo humano, en cuyo interior se circunscribe el círculo más específico de la relación con las diversas experiencias religiosas, y luego el propiamente ecuménico del diálogo con los cristianos de otras confesiones. Todo ello animado por la profunda experiencia del diálogo de Dios con el hombre y por una cordial actitud de apertura en el interior mismo de la Iglesia (cf. Enchiridion Vaticanum, 2/189-210).

2. El catolicismo africano se halla en las condiciones más estimulantes para desarrollar ese programa apostólico y pastoral. Ciertamente no se trata de un empeño fácil. Sobre todo, no puede ser auténtico y fructuoso si no se arraiga en una fuerte conciencia de la identidad cristiana. Por lo general, las comunidades eclesiales de África son muy jóvenes y se proyectan generosamente hacia el futuro. ¡Es su originalidad y su fuerza! Sin embargo saben bien que el futuro cristiano hunde sus raíces en la juventud antigua y siempre nueva que es propia del Evangelio. El alma del camino de la Iglesia en la historia es siempre la fidelidad a Cristo, dentro del respeto de la tradición viva de la Iglesia.

Sin embargo esa fidelidad está muy lejos de un sentimiento de orgullosa autosuficiencia, ya que precisamente el Evangelio nos recuerda que el Espíritu de Dios «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). A Él hay que prestarle oído, para discernir lo que de auténtico, justo y verdadero se halla en la historia y en la experiencia de los hombres. Es necesario recoger todo esto y saberlo valorar para una profunda inculturación de la fe.

3. Queridísimos hermanos y hermanas, pidamos a la Virgen santísima que guíe con mano segura, sobre estos temas tan delicados, la reflexión de la próxima asamblea sinodal. Se abren en África caminos providenciales de evangelización: ¡caminos prometedores, pero a veces no carentes de insidias! Que María, reina de África, nos obtenga el don de la sabiduría y una actitud de escucha dócil al Espíritu de Dios.



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