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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 20 de marzo de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Los principios sencillos, pero exigentes, de la doctrina social de la Iglesia, algunos de los cuales recordé ayer en el encuentro con los trabajadores con ocasión de la fiesta de san José, tienen una aplicación especial y urgente al compromiso de la Iglesia en África. Sobre esto se reflexionará en la próxima Asamblea sinodal de los obispos.

La misión que Cristo ha confiado a la Iglesia «no es de orden político, económico o social», sino propiamente religioso (cf. Gaudium et spes, 42). Eso no quiere decir, sin embargo, que no implique consecuencias sobre la realidad temporal. En efecto, el Evangelio anuncia una redención integral, que afecta a todo el hombre. Jesucristo vino a salvar a todos los hombres, y a todo el hombre. La Iglesia camina tras las huellas de su Maestro, cuando se preocupa del destino eterno de la humanidad, sin olvidar la existencia concreta en el mundo.

En África se siente muy vivamente esta exigencia de aplicación del Evangelio a la vida concreta. ¿Cómo se podría anunciar a Cristo en ese inmenso continente, olvidando que coincide con una de las zonas más pobres del mundo? ¿Cómo se podría no tener en cuenta la historia, tejida de sufrimientos, de una tierra donde muchas naciones luchan aún contra el hambre, la guerra, las rivalidades raciales y tribales, la inestabilidad política y la violación de los derechos humanos? Todo ello constituye un desafío a la evangelización.

2. Los católicos, junto con los demás cristianos, no pueden menos de tomar en cuenta esa realidad. «Seréis mis testigos» (Hch 1, 8). Estas palabras de Jesús constituyen el tema de fondo del próximo Sínodo; invitan a la valentía del testimonio y a la audacia de la defensa de los pobres.

Es preciso trabajar en colaboración con todos los hombres de buena voluntad para que en África aumenten el respeto de la justicia y la construcción de la paz. Hay que promover la irradiación del Evangelio en todos los sectores de la cultura y de la sociedad. Evangelización y promoción humana caminan juntas.

África, ¡abre las puertas a Cristo, redentor del hombre!

No temas por tus valores y tu cultura. El Evangelio es luz que no destruye, sino que transfigura. Es fermento que renueva los corazones y da valor auténtico a todas las cosas, ayudando a comprenderlas y a vivirlas según el plan divino.

3. Pidamos a la santísima Virgen que infunda un nuevo impulso a la acción apostólica de la Iglesia en África. María lleva seguramente en su corazón de Madre los sufrimientos del continente africano. Las palabras del Magníficat constituyen el canto de los pobres que confían en Dios: «A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada» (Lc 1, 53). Que el Magníficat sea el himno de liberación de África en los umbrales del tercer milenio.

* * *

Después del Ángelus

El próximo domingo celebraremos la novena Jornada mundial de la juventud. El tema elegido recoge las palabras de Cristo a los Apóstoles en el cenáculo: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21). Quiera Dios que las iglesias y las plazas de nuestras ciudades se conviertan en cenáculos donde los jóvenes puedan escuchar con gran disponibilidad la consigna que Cristo quiere darle a cada uno.

La diócesis de Roma se preparará para esa importante cita con un encuentro que tendrá lugar el jueves próximo, en la sala Pablo VI, en el Vaticano. Invito a los jóvenes romanos a participar en él. Como en los años pasados, será una gran manifestación de fe y de entusiasmo juvenil.



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