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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 25 de septiembre de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El próximo domingo comenzará la IX Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, que congregará a un gran número de pastores procedentes de todo el mundo, acompañados por expertos y auditores, para reflexionar profundamente en el tema: «La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo». Ya desde ahora deseo invitaros a orar por este importante acontecimiento.

Los Sínodos celebrados durante los últimos decenios han dado grandes frutos a la comunidad eclesial. Han sido grandes etapas de un camino, en el que la Iglesia ha recogido la rica herencia del Concilio, desarrollando sus indicaciones con respecto a los desafíos de nuestro tiempo. En ese camino no podía faltar una etapa dedicada a los religiosos y a las religiosas.

El Concilio ha presentado a la Iglesia como misterio de comunión, como pueblo congregado por la Trinidad, animado y enriquecido por el Espíritu Santo con carismas y ministerios que se armonizan en la unidad del Cuerpo de Cristo.

Esta eclesiología de comunión orienta también las perspectivas del próximo Sínodo, que sigue la misma línea de los que lo han precedido, y en especial los de 1980 sobre la familia cristiana, de 1987 sobre los laicos, y de 1990 sobre el sacerdocio ministerial.

2. La decisión de dedicar particular atención a los religiosos y religiosas es, de por sí, un signo del puesto especial que ocupan en el pueblo de Dios y de la estima con que la Iglesia los mira. Según la enseñanza del Concilio, «el estado constituido por la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenece a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, de manera indiscutible, a su vida y santidad» (Lumen gentium, 44).

Es providencial que el Sínodo se celebre durante el período conclusivo del año dedicado a la familia. Esa coincidencia no atenúa su eco, sino que, por el contrario lo acrecienta, mostrando la armonía y la complementariedad de los diversos carismas. La familia, típica vocación seglar, está llamada a testimoniar la presencia de Dios en la historia, mediante el amor recíproco de los cónyuges y su servicio a la vida. Los consagrados viviendo el radicalismo de los consejos evangélicos de virginidad, pobreza y obediencia, son testigos privilegiados de lo absoluto de Dios, y, precisamente gracias a ese testimonio, dan una contribución específica a la humanización del mundo.

3. Encomendemos a la intercesión de la Virgen santísima los trabajos de la próxima asamblea sinodal. Ella obtenga que los religiosos, las religiosas y los miembros de los institutos seculares y de las sociedades de vida apostólica acrecienten su fervor espiritual, y ayude principalmente a los jóvenes a escuchar con docilidad la voz de Dios, que no cesa de suscitar vocaciones de consagración especial, de las que la Iglesia tanto espera para la exigente labor de la nueva evangelización.


Después del Ángelus

Deseo saludar con afecto a los peregrinos presentes que provienen de los diversos Países de América Latina y de España. En particular, a los Oficiales del IV año de la Academia Militar Politécnica del Ejército de Chile. A todos os agradezco la presencia aquí y, especialmente, vuestras oraciones.

Imploro sobre vosotros y sobre vuestros seres queridos la maternal protección de Nuestra Señora, a la que encomiendo el ya próximo Encuentro mundial de las familias, que tendrá lugar en Roma. Que ese importante momento de este Año sirva para renovar la conciencia de que la familia es la célula fundamental de la sociedad así como “camino de la Iglesia”, debiendo por lo tanto ser centro de su acción evangelizadora.

A todos vosotros, os imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



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