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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 16 de octubre de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Durante la celebración eucarística que acabamos de concluir, he tenido la alegría de elevar al honor de los altares a cinco nuevos beatos y beatas.

Su glorificación llega en un momento providencial, mientras se está celebrando el Sínodo de los obispos dedicado a la vida consagrada. En efecto, aunque no todos eran religiosos, vivieron el espíritu de la vida religiosa y la promovieron, dando a la Iglesia nuevas instituciones, beneméritas en el campo de la educación y de la caridad. Su testimonio vuelve a proponer con fuerza a todo el pueblo de Dios la vocación común a la santidad y, sobre todo, recuerda a los religiosos y a las religiosas que su vida no tendría sentido, si no la eligieran y la vivieran como un camino especial de santificación.

2. Al repasar la biografía de los nuevos beatos y beatas, se ve claramente cómo la vida religiosa, en lugar de ser una huida frente a los problemas del mundo, es más bien una concentración de caridad y de esperanza, cuyo primer beneficiario es el mismo mundo. En estas cinco espléndidas figuras, que vivieron en siglos y en naciones diferentes de Europa y de América Latina, se hizo realidad la caridad cristiana en múltiples obras de misericordia espirituales y corporales. La caridad se convierte en proyecto educativo para la infancia en la congregación fundada por el beato Roland, o se transforma en casa y hogar para los sin techo en las instituciones del beato Alberto Hurtado; se convierte en hospitalidad para los abandonados y los marginados en la obra de la beata Petra de San José, o ternura solicita para los que sufren y los enfermos en el carisma de las beatas María Rafols y Josefina Vannini.

Así, la vida consagrada se expresa en su sentido más profundo, que no es la renuncia, sino el amor, o, mejor dicho, la renuncia por amor. Precisamente por eso, manifiesta una vitalidad y una fecundidad sorprendentes, también para la historia de los hombres. El testimonio de los nuevos beatos muestra cuán grande es el espacio de creatividad y de servicio que se abre en la Iglesia tanto a los hombres como a las mujeres, sin ninguna discriminación, cuando son dóciles a la acción del Espíritu de Dios.

3. Encomendemos la renovación de la vida religiosa a la intercesión materna de María, de quien todos los nuevos beatos fueron hijos devotos.

Que la Virgen santísima haga sentir el calor de su protección materna a toda la Iglesia y, en particular, a cuantos han recibido la llamada a la vida de consagración especial.

4. Saludo ahora cordialmente a los peregrinos que han venido de Francia, fieles al recuerdo de Nicolás Roland. Haced que resplandezca en vuestro país el ejemplo del nuevo beato, apóstol, educador y fundador de la congregación de las Religiosas del Niño Jesús. Que su intercesión os sostenga en vuestras tareas eclesiales. Saludo también a los peregrinos de lengua española, venidos desde España y América Latina para honrar a los nuevos beatos. Que siempre intercedan por los institutos que fundaron y os protejan a vosotros y vuestras familias.

Un especial saludo a todos los chilenos aquí presentes, con el señor presidente de Chile y con todo el Episcopado chileno. Me acuerdo muy bien de la beatificación de Teresa de los Andes, en Santiago, y, después, de la canonización, aquí en Roma.

Agradezco al cardenal Gantin, decano del Colegio cardenalicio, las afectuosas palabras de felicitación que me ha dirigido con ocasión del aniversario de mi elección a la Cátedra de Pedro.

Espero que, como hizo la Iglesia primitiva con respecto al apóstol Pedro, también se eleve por mí una oración incesante (cf. Hch 12, 5), para que Dios me conceda servir a mis hermanos, confirmándolos en la fe (cf. Lc 22, 32). Y por esta oración, que me consta se está realizando, pues tengo muchos signos, doy gracias a todos los presentes y a todos los presentes y a todos mis hermanos y hermanos del mundo.

Que María santísima, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, nos acompañe siempre con su celestial protección y siga siempre delante del pueblo de Dios peregrinante, como signo de esperanza segura y de consuelo (cf. Lumen gentium, 68).

Sólo unas palabras más para los enfermos. Os agradezco vuestra presencia. Os doy las gracias y me encomiendo a la oración de todos los enfermos de Roma y del mundo. Sois débiles, pero sois la fuerza de todos. Por esto, confiamos en vuestra oración, que nos da la fuerza necesaria para seguir cumpliendo la misión que nos ha encomendado el Señor.

¡Alabado sea Jesucristo!


Después del Ángelus

Saludo también a los peregrinos de lengua española, venidos desde España y América Latina para honrar a los nuevos Beatos. Que siempre intercedan por los institutos que fundaron y os protejan a vosotros y vuestras familias.

Un especial saludo a todos los chilenos aquí presentes, con el Señor Presidente de Chile e con todo el Episcopado Chileno. Me acuerdo bien la Beatificación de Teresa de los Andes en Santiago y después la Canonización aquí en Roma.



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