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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 30 de octubre de 1994

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ha concluido ayer la IX Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos dedicada a la reflexión sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo. Ha sido una experiencia eclesial muy significativa, que ha mostrado con singular evidencia la riqueza y la variedad de los carismas existentes dentro del pueblo de Dios y su convergencia para el crecimiento común.

Agradezco a todos los padres sinodales la aportación que han brindado. Doy las gracias también a cuantos han acompañado los trabajos con su oración y con el ofrecimiento de sus sacrificios y su sufrimiento. Pienso en la oración incesante que se ha elevado desde los monasterios, las casas religiosas y las parroquias; pienso en los numerosos enfermos y personas que sufren, que han ofrecido generosamente su dolor.

Espero poder entregar cuanto antes a la Iglesia un documento que, al igual que sucedió con las anteriores asambleas sobre la familia, sobre los laicos y sobre los presbíteros, contribuirá seguramente a dar un nuevo impulso a la vida consagrada, con vistas al tercer milenio de la fe.

2. Hoy se celebra en Roma la primera Jornada diocesana de la escuela católica. Saludo a los alumnos, a los padres, a los profesores y a los responsables de las escuelas que, guiados por el cardenal vicario, se han reunido aquí para esta importante ocasión.

La escuela católica de Roma se siente orgullosa de su prestigiosa presencia, arraigada en el entramado de la ciudad. Ojalá que esta realidad se reconozca adecuadamente y se promueva también en el plano legislativo y administrativo, a fin de que pueda seguir prestando su indispensable servicio cultural, social y religioso, sobre todo en favor de los más necesitados. Escuela católica romana, ¡no temas, mira con esperanza al futuro!

3. Tengo ahora la alegría de anunciaros que, el próximo 26 de noviembre, celebraré un consistorio, durante el cual nombraré a treinta nuevos cardenales, pertenecientes a veinticuatro naciones de todo el mundo. En ellos se refleja de modo significativo la universalidad de la Iglesia con la multiplicidad de sus ministerios: junto a prelados beneméritos por el servicio que han prestado a la Santa Sede, hay pastores que gastan con amor sus energías en diócesis de antigua y reciente creación.

Otras personas, muy queridas para mí, por su compromiso generoso en los diversos campos de la vida eclesial, hubieran merecido ser elevadas a la dignidad cardenalicia, pero he considerado oportuno respetar el límite establecido por mi predecesor Pablo VI.

4. Además del Sínodo que acaba de concluir, encomendemos a María santísima a los nuevos elegidos para la dignidad cardenalicia, pidiéndole que los asista, para que sepan testimoniar siempre con valentía y coherencia evangélica su amor a Cristo y a la Iglesia.



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