Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 15 de septiembre de 1996

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La difusión del ateísmo es uno de «los problemas más graves de esta época» (Gaudium et spes, 19). Pero el mismo Concilio, al hacer esta dura afirmación, advirtió que a veces el ateísmo, más que rechazo de Dios, es rechazo de una falsa imagen suya. Los que han recibido la gracia de la fe tienen el deber de dar un testimonio luminoso y creíble de ella, manifestando el rostro auténtico de Dios y de la religión (ib.).

El Oriente y el Occidente cristiano coinciden en considerar que, si Dios permite que lo conozcamos, de algún modo, por el camino de la inteligencia, mucho más aún nos sale al encuentro por el camino del amor. La espiritualidad oriental, en particular, subraya que nuestros pensamientos y nuestras palabras nunca podrán «capturar», por decirlo así, el misterio de Dios. Ante él no puede darse más que la adoración silenciosa. Sin embargo, por otra parte, Dios mismo se ha entregado a su criatura a través de su Hijo hecho hombre y del Espíritu Santo que actúa en los corazones. En Cristo, Dios salió de su silencio, revelándose como unidad de tres Personas divinas y llamándonos a una íntima comunión con él.

2. El cristianismo, como se ve, antes que ser una doctrina, es un «acontecimiento», más aún, una Persona: es Jesús de Nazaret. Él es el centro de la fe cristiana. Para gozar de su intimidad, legiones de santos, de monjes y de ascetas lo han abandonado todo.. Pero a Cristo se le puede encontrar también por las sendas del mundo. El gran Dostoievski, en una de sus cartas, recordando la incredulidad y la duda que marcaron tantos momentos de su vida, brinda este conmovedor testimonio: «En esos momentos compuse un credo: creer que no hay nada más hermoso, más profundo, más amable, más razonable y más perfecto que Cristo, y que no sólo no hay nada, sino que —me lo digo con un amor celoso— no se puede tener nada» (Carta a la señora Von Visine, 20 de febrero de 1854). A su vez, un pensador ruso reciente, Semen Frank, reflexionando sobre el enigma del dolor, escribe: «La idea de un Dios que vino al mundo, que sufre voluntariamente y participa en los sufrimientos humanos y cósmicos, la idea de un Dios-hombre que sufre, es la única teodicea posible, la única justificación convincente de Dios». (Dieu est avec nous, París 1955, p. 195).

Éste es el anuncio que, al acercarse el tercer milenio, están llamados a proclamar cada vez con más armonía los cristianos de Occidente y de Oriente. Deseo repetir una vez más, como escribí en la carta apostólica Orientale lumen: «Que no se desvirtúe la cruz de Cristo, porque, si se desvirtúa la cruz de Cristo, el hombre pierde sus raíces y sus perspectivas: queda destruido. Éste es el grito al final del siglo veinte. Es el grito de Roma, el grito de Constantinopla y el grito de Moscú. Es el grito de toda la cristiandad: de América, de África, de Asia, de todos. Es el grito de la nueva evangelización» (n. 3).

3. La Virgen santísima, cuya íntima participación en la cruz de su Hijo la Iglesia recuerda precisamente hoy, nos ayude a cultivar un amor cada vez más personal, profundo y coherente a Jesucristo. Nuestro anuncio de él no debe reducirse a palabras vacías. Deben ser palabras llenas de vida, palabras de hombres y mujeres profundamente transformados, porque han recibido la gracia de una esperanza que no defrauda, y dan razón de ella viviendo en el amor a Dios y a los hermanos.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana