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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo, 29 de septiembre de 1996

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Cierto extravío de la cultura humanística ha llevado a numerosos hombres y mujeres de nuestro tiempo a alejarse de Dios. Pero con el ocaso de las ideologías se ha visto con toda su dramática claridad que, cuando el hombre es huérfano de Dios, pierde también el sentido de su existencia y, en cierto modo, es huérfano de sí mismo.

¿Quién es el hombre? El cristianismo, en su doble tradición occidental y oriental, siempre ha considerado seriamente este interrogante. De él ha nacido una antropología profunda y armónica, basada en el principio de que hay que buscar la verdad última del ser humano en aquel que lo ha creado.

La espiritualidad oriental da una contribución específica al conocimiento auténtico del hombre, insistiendo en la perspectiva del «corazón». Los cristianos de Oriente suelen distinguir tres tipos de conocimiento. El primero se limita al hombre en su estructura bio-psíquica. El segundo pertenece al ámbito de la vida moral. Pero el grado más alto del conocimiento de sí se alcanza en la «contemplación», a través de la cual, entrando profundamente en sí mismo, el hombre se reconoce como imagen divina y, purificándose del pecado, se encuentra con el Dios vivo, hasta transformarse él mismo en «divino» por el don de la gracia.

2. Éste es el conocimiento del corazón. Aquí «corazón» indica mucho más que una facultad humana, como es, por ejemplo, la afectividad. Se trata, más bien, del principio de unidad de la persona, como «lugar interior» en el que la persona se recoge completamente para vivir en el conocimiento y en el amor del Señor. A esto se refieren los autores orientales cuando invitan a «bajar de la cabeza al corazón». No basta conocer las cosas, no basta pensarlas, sino que es preciso que se transformen en vida.

Este importante mensaje vale no sólo para la experiencia específicamente religiosa, sino también para la vida humana en su conjunto. La cultura científica que domina hoy pone a disposición de todos nosotros una cantidad enorme de informaciones; pero, se constata todos los días que eso no basta para un camino auténtico de humanización. Hoy, más que nunca, tenemos necesidad de redescubrir las dimensiones del «corazón», tenemos necesidad de más corazón. Una confrontación renovada con las perspectivas cristianas, en su peculiar riqueza oriental y occidental, brinda aquí una aportación de gran valor.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, dejémonos guiar por María santísima para descubrirnos a nosotros mismos cada vez más profundamente. Para subrayar la actitud meditativa de la Virgen con respecto a los acontecimientos de su vida, el Evangelio dice que María «conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón» (Lc 2, 51).

Que la Madre de Dios nos enseñe el camino que, desde la superficie de nuestro ser, nos lleva hacia nuestra intimidad, en el sagrario misterioso donde es posible estar cara a cara con Dios, que nos acoge y nos ama.


Después del Ángelus

Saludo cordialmente a todos los peregrinos de lengua española. Que los santos Ángeles, servidores y mensajeros de Dios, os guíen y acompañen en vuestro camino. Con afecto os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.



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