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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Solemnidad de Cristo Rey
Domingo 24 de noviembre de 1996

 

Esta mañana he tenido la alegría de proclamar a tres nuevos beatos: dos sacerdotes austríacos, ambos mártires: Otto Neururer, párroco, y Jakob Gapp, religioso marianista; y una mujer francesa, Catherine Jarrige, laica consagrada en la tercera orden de Santo Domingo. En este momento de plegaria mariana, me agrada poner de relieve el fuerte vínculo que los unió a la santa Madre de Dios, orientando profundamente su vida.

Así sucedió con el reverendo Neururer, para quien María inmaculada fue, por así decirlo, la patrona de la llamada al martirio. En efecto, fue el día de la fiesta de la Inmaculada de 1938 cuando se enemistó con las autoridades nacionalsocialistas por defender la indisolubilidad del vínculo matrimonial en un caso específico. A la luz de la Inmaculada, supo renunciar a cualquier componenda, y a través de María obtuvo la gracia del martirio.

El padre Gapp, como miembro de la «Sociedad de María», consagró de modo muy especial su persona y su sacerdocio a la Virgen. Ella lo acompañó por el camino de su vida y de su ministerio, e hizo de él un ejemplar «hijo de María», según la regla de la congregación: sencillo en el comportamiento, sencillo en el modo de hablar y sencillo en sus costumbres, convencido de que la sencillez evangélica merece el respeto de los hombres y la bendición de Dios.

La sencillez evangélica fue también una característica notable de la figura de Catherine Jarrige. Su vida humilde y, a la vez luminosa, nos hace pensar espontáneamente en María de Nazaret, en cuyo ejemplo se inspiró la nueva beata para entregarse generosamente al servicio del prójimo.

Estimulados por el testimonio de estos hermanos nuestros, dirijamos nuestra mirada a María, Reina de todos los santos, e invoquémosla con confianza.



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