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VISITA PASTORAL A TÚNEZ
(14 DE ABRIL DE 1996)

JUAN PABLO II

REGINA COELI

Catedral de Túnez
II Domingo de Pascua
, 14 de abril de 1996

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Al final de esta fervorosa celebración, os invito a dirigiros a la Virgen María, a quien veneráis aquí bajo la advocación de Nuestra Señora de Cartago. Desde el alba del cristianismo, se ha honrado a la Madre de Jesús en la tierra de África del norte. Bajo su protección, la santidad ha florecido en esta región. Me complace recordar con vosotros a los santos y a las santas que, desde san Esperato y sus compañeros, los primeros mártires de Cartago, al final de siglo II, han marcado la vida de la Iglesia en vuestra región. Y quisiera añadir el testimonio de todos aquellos y aquellas que, también hoy, aceptan dar su vida como el Señor Jesús, al servicio de sus hermanos.

2. Ahora que me encuentro en el Magreb, mi pensamiento se dirige, ante todo, a los siete hermanos trapenses del monasterio de Nuestra Señora del Atlas, en Argelia, que generosamente quieren ser testigos de lo absoluto de Dios en medio de sus hermanos. Que por la intercesión de la Virgen María, Cristo resucitado les permita, finalmente, ver terminada su prueba, con su liberación. ¡Que Dios sostenga la esperanza de la Iglesia en ese país y guíe al pueblo argelino por el camino de la paz y la reconciliación!

3. En esta tierra, a la vez africana y mediterránea, no podemos olvidar a nuestros hermanos de Liberia y de Oriente Medio, que sufren, una vez más, la violencia cruel de las armas. Pienso, sobre todo, en las poblaciones civiles, víctimas inocentes de los conflictos, y en las numerosas personas obligadas a abandonarlo todo para ir en búsqueda de un refugio precario, con la angustia del. futuro. ¡Quiera Dios, por la intercesión de María, Madre compasiva, inspirar a cada uno de los responsables de la comunidad internacional, para que nadie sea indiferente ante estos dramas humanos! ¡Que esos pueblos encuentren la valentía de reconstruir la paz!

4. En este tiempo de Pascua, acojamos de las manos de María el don de su Hijo Jesús, que Dios hace al mundo entero. La Virgen nos muestra también que formarnos una sola familia humana, que Jesús vino a reunir. La Madre de Jesús es la madre de todos los hombres; Cristo mismo, en la cruz, nos la dio. Sabemos que los creyentes del islam honran a María, la Madre virginal de Jesús, y a veces incluso la invocan con piedad. Pidámosle que ayude a todos sus hijos a reconocerse miembros de la misma familia humana y a trabajar juntos, en la comprensión mutua, a fin de promover para todos los hombres la justicia social, los valores morales, la paz y la libertad (cf. Nostra aetate, 3).

5. Queridos hermanos y hermanas, deseo invitaros a hacer de este tiempo pascual un tiempo de renovación espiritual. Los discípulos de Cristo deben «vivir la unidad entre sí, permaneciendo en el Padre y en el Hijo, para que el mundo conozca y crea» (Ecclesia in Africa, 77). La existencia diaria de María manifiesta claramente que se es apóstol «ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace» (ib.). Sed apóstoles del amor universal de Cristo. Y que María, Nuestra Señora de África, os ayude a perseverar en la confianza filial en ella, para caminar hacia su Hijo en la fidelidad a vuestra vocación de bautizados.

 



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