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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo, 26 de septiembre de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Reanudando la reflexión sobre la encíclica Fides et ratio, deseo hoy hablar del papel que desempeña la razón en el ámbito del camino de fe.

La razón está implicada en él de diversas maneras. Ya está presente en la maduración del asentimiento de fe, puesto que éste, aun basándose en la "autoridad de Dios mismo que revela" (Constitución Dei Filius del concilio Vaticano I: DS 3008), se desarrolla de modo profundamente razonable a través de la percepción de los "signos" que Dios ha dado de sí en la historia de la salvación (cf. Fides et ratio, 12).

Es evidente que no se trata de "pruebas", en el sentido de la ciencia experimental. En efecto, los signos de Dios se insertan "en el horizonte de la comunicación interpersonal" (ib., 13), y, según la lógica de esta última, no sólo exigen el razonamiento, sino también una profunda implicación existencial. Con esta condición, y acompañados por la ayuda interior de la gracia, se convierten en indicaciones luminosas, una especie de "señalizaciones del Espíritu", que indican la presencia de Dios e impulsan al hombre a abandonarse a él con plena confianza.

2. La tarea de la razón sigue también más allá de este nivel de "fundación". La fe madura recurre a la inteligencia, comprometiéndola, según una expresión de san Anselmo, en la "búsqueda de lo que ama" (ib., 42). Así, la fe, además de ser "razonable", se convierte en "razonante". Ésa es la tarea que está llamada a realizar la teología, recogiendo los datos de la revelación y reflexionando sobre ellos de forma sistemática, para profundizar en sus diferentes dimensiones, captar la armonía entre los diversos aspectos de la verdad y, por último, responder a los desafíos siempre nuevos planteados por la cultura y la historia.

Entre inteligencia y fe se instaura así una relación vital. Es más, se puede decir que "una está dentro de la otra" (ib., 17): por una parte, es necesario creer si se quiere percibir algo del misterio que nos trasciende ―"credo ut intelligam"―; y, por otra, es necesario comprender ―"intelligo ut credam"― para que la fe sea razonable y cada vez más madura.

3. Hoy queremos encomendar a la santísima Virgen de modo especial a los teólogos, a quienes corresponde la tarea tan importante de la investigación y la enseñanza, según las exigencias de una fe adulta. Que María, "Sede de la sabiduría", les ayude a vivir su "ministerio" con el esfuerzo intelectual y espiritual que requiere, y con absoluta docilidad al Espíritu Santo.

* * *

Al final, Su Santidad añadió:

Durante estos días mi pensamiento se ha dirigido constantemente al querido pueblo de Taiwán, que ahora se está recuperando del reciente terremoto y de sus trágicas consecuencias. Con profundo dolor encomiendo a las víctimas a Dios todopoderoso, e imploro su consuelo divino y su fuerza sobre todos sus familiares. Confío, asimismo, en que la comunidad internacional responda con renovada solidaridad y pronta asistencia a la tarea urgente de socorro y reconstrucción.

 



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