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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 4 de enero de 2004

 

1. En este primer domingo del nuevo año, el segundo después de la Navidad, la liturgia vuelve a proponer a nuestra meditación la estupenda página del prólogo del evangelio de san Juan.

"Al principio —escribe— era el Verbo..." (Jn 1, 1). El término griego es "Logos", pero en la mente del Apóstol se trata de una referencia a la "Sabiduría", que en el Antiguo Testamento es personificada como reguladora del cosmos y de la historia. "...Y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por él" (Jn 1, 1. 3).

2. Sin embargo, la afirmación sorprendente es esta:  "El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Precisamente san Juan, que fija la mirada de la fe en el origen divino de Cristo, insiste con fuerza en la realidad de su encarnación. Junta dos términos aparentemente incompatibles:  "Verbo" y "carne". ¡Sí! Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Es el Hijo unigénito de Dios, a quien san Juan y los demás Apóstoles "vieron", "oyeron" y "tocaron" (cf. 1 Jn 1, 1-3). En su humanidad, habita toda la plenitud de la divinidad (cf. Col 2, 9).

3. Queridos hermanos, guiados por el evangelista san Juan, acerquémonos al misterio del Niño de Belén, en quien Dios ha revelado plenamente su rostro. Contemplemos en silencio, juntamente con la Virgen María, al Verbo eterno, que por nosotros se hizo niño. A cuantos creen en su nombre, hoy como entonces, les da el "poder de hacerse hijos de Dios" (cf. Jn 1, 12). ¡Este es el misterio y el don de la Navidad!

 



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