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CARTA APOSTÓLICA
SESCENTESIMA ANNIVERSARIA
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
CON MOTIVO DEL SEXTO CENTENARIO
DEL "BAUTISMO" DE LITUANIA

 

A mons. Liudas Povilonis, administrador apostólico de Kaunas y Vilkaviskis,
Presidente de la Conferencia Episcopal Lituana
y a los demás obispos de Lituania
.

Venerables hermanos en el Episcopado de Lituania

1. El Sexto centenario del "bautismo" de vuestra nación, que celebráis solemnemente en este año de gracia, es para vosotros y para vuestros fieles una ocasión para ahondar en la fe, en la oración y en la renovación espiritual; a esta celebración toda la Iglesia se une con una participación intensa y fraterna.

Como he recordado en diversas circunstancias —y más recientemente en la homilía de la Santa Misa del primero de enero pasado—, la Iglesia rememora en unión con vosotros esta efemérides tan significativa y con vosotros "da gracias a Dios por este inefable don" (2 Cor 9, 15). La Iglesia de Roma y las demás Iglesias hermanas esparcidas por el mundo se asocian a la ferviente plegaria de agradecimiento, que eleváis al Señor por el don inestimable del "bautismo", por la acogida que éste encontró entre vuestras gentes y por los beneficios que les ha aportado, así como por la valentía y el fervor con que vuestros padres lo conservaron y lo acrecentaron en las vicisitudes de una historia seis veces centenaria.

La Iglesia universal es consciente y da gracias a Dios por la gran riqueza espiritual que la comunidad católica lituana ha representado y representa en la comunión eclesial (cf. Lumen gentium, 13), y reconoce en su testimonio plurisecular de fidelidad a Cristo la acción del Espíritu Santo, que "con la fuerza del Evangelio hace rejuvenecer a la Iglesia, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" [1].

Como vosotros sabéis, para manifestar esta comunión universal, el próximo 28 de junio, coincidiendo con la celebración nacional de Vilna, presidiré, junto a la tumba del Apóstol Pedro, una solemne celebración, durante la cual tendré el gozo de beatificar a un gran hijo y Pastor de vuestro pueblo: el arzobispo Jurgis Matulaitis. Estarán a mi lado los representantes de los Episcopados de Europa; su presencia desea expresar también visiblemente nuestra cercanía espiritual a la Iglesia que está en Lituania.

2. La conversión de los pueblos lituanos al cristianismo tuvo lugar algunos siglos más tarde que la de las naciones vecinas de la vieja Europa. Situados geográficamente entre Oriente, donde presionaban los pueblos eslavos, y Occidente, desde donde llegaban los poderosos caballeros teutónicos, vuestros antepasados, al comienzo del siglo XIII, habían consolidado las estructuras de un Estado autónomo, empeñado tenazmente en la defensa de su independencia y su libertad. Estas concretas circunstancias políticas y geográficas explican por qué los lituanos resistieron durante largo tiempo a acoger la cruz presentada por quien empuñaba la espada contra ellos y amenazaba someterlos.

Fue precisamente para liberarse de las presiones exteriores por lo que, en el año 1251, el Gran Duque Mindaugas decidió aceptar la fe católica y se puso bajo la protección especial de esta Sede Apostólica, obteniendo del Papa Inocencio IV la corona real. El Sumo Pontífice erigió al mismo tiempo la primera diócesis lituana y quiso que estuviera sometida únicamente a la Santa Sede. Pero la conversión de Mindaugas, que no había sido preparada de forma adecuada, encontró gran resistencia entre el pueblo, que no siguió el ejemplo del Gran Duque. Poco antes de 1260 el obispo se debió retirar y la trágica muerte de Mindaugas, ocurrida el año 1263, puso fin a aquella efímera primavera.

3. Se debió esperar más de un siglo para que resplandeciera el día luminoso del "bautismo". Fue obra y mérito de un hijo insigne de Lituania, el Gran Duque Yogaila, que el año 1386 aceptó ser bautizado en la fe católica junto con sus súbditos, y obtuvo la corona de Polonia y la mano de la reina Eduvigis, límpida figura de mujer cristiana, venerada aún hoy en Cracovia como Santa. Desde aquel momento en el arco de los cuatro siglos sucesivos, la historia de Lituania ha estado caracterizada por una singular unidad de destinos —políticos y religiosos— con Polonia.

El año 1387, el rey —que había tomado el nombre de Ladislao II— regresó a Vilna, capital del Gran Ducado, y dio comienzo a la conversión del pueblo, que recibió en masa el bautismo, merced también al empeño personal del Soberano. La diócesis de Vilna fue fundada aquel año y fue nombrado primer obispo el franciscano Andrés, que con anterioridad había sido misionero en vuestros pueblos.

El año 1413 Yogaila, con su primo el Gran Duque Vytautas, se dedicó a la evangelización de las poblaciones lituanas de Samogizia. Poco tiempo después el Concilio de Constanza designó sus legados para aquella región, con el fin de erigir la diócesis de Medininkai, consagrar al primer obispo, Matías, y perfeccionar la conversión de aquellas poblaciones.

El rey Yogaila, hombre de corazón noble y sencillo, llevó una vida ejemplar, de acuerdo con las exigencias cristianas, practicando las obras de piedad y misericordia y preocupándose con vivo celo de la suerte de la Iglesia. Adoptó sabias disposiciones con el fin de favorecer la libre difusión y el arraigo de la fe cristiana en todos los territorios del Gran Ducado.

4. El "bautismo" introdujo a vuestra nación en la gran familia de los pueblos cristianos de Europa, en aquella "christianitas" que marcó profundamente los destinos del continente y constituye su más precioso patrimonio común y el fundamento para la construcción de un futuro de paz, de auténtico progreso y de verdadera libertad. Lituania de ese modo entraba también en la gran transformación cultural que iniciaba en Europa en aquel siglo, imbuida por los principios cristianos y abierta a las exigencias de un nuevo humanismo, que hallaba en la fe las más profundas razones y la referencia para la promoción de los grandes valores, que han hecho gloriosa la historia de Europa y beneficiosa su presencia en los otros continentes [2].

La nación lituana sacó de esta inserción una nueva y prometedora fuente de energía espiritual, que progresivamente se expresó en las diversas formas de cultura, arte y organización social. Poco a poco vuestra tierra se llenó de iglesias y conventos, que fueron al mismo tiempo centros de irradiación de fe y de civilización. Con el paso del tiempo y según el cambio de los acontecimientos, a la obra evangelizadora se unieron en efecto favorables iniciativas de educación y de instrucción del pueblo, las escuelas nacieron junto a las casas religiosas y la vida de fe se templó mediante el ejercicio diario de la caridad, a través de innumerables formas de actividad asistencial y de promoción social.

Quiero recordar la importancia que tuvo al respecto la labor de las órdenes religiosas: los dominicos y franciscanos, los primeros en llegar a vuestras tierras, y a continuación los benedictinos, los franciscanos de la nueva observancia (popularmente llamados bernardinos por San Bernardino de Siena) y los monjes basilios.

5. Después del Concilio de Trento, otras órdenes y congregaciones religiosas dieron nuevo impulso a la vida de la Iglesia en Lituania, que a raíz de la Reforma protestante atravesaba un período de languidez y sufría a causa de las numerosas defecciones. Una mención particular debe hacerse a la labor llevada a cabo por la Compañía de Jesús, que se hizo especialmente benemérita por su trabajo en actuar la Reforma promovida por el Concilio de Trento. El año 1570, los jesuitas abrieron en Vilna un célebre colegio, que nueve años más tarde se convirtió en la primera universidad de la nación, centro donde se forjaron sacerdotes y hombres de cultura.

A la consoladora recuperación de la Iglesia católica se unió el aumento de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Se promovieron iniciativas en favor del pueblo: bibliotecas, publicación de libros religiosos, residencias para estudiantes pobres, farmacias populares, asociaciones y cofradías, escuelas de artes y oficios. Pero, de modo preferencial, se dio comienzo a una actividad apostólica capilar e intensa entre los más pobres, en el campo, donde subsistían situaciones de dependencia y de indigencia particularmente dolorosas y donde se advertía más urgente la exigencia del mensaje liberador de la caridad evangélica.

6. A este incansable trabajo pastoral correspondió, de modo consolador, la generosidad del pueblo lituano. El cristianismo fue la verdadera levadura evangélica de la nación, impregnó la vida diaria, echó en ella hondas raíces y llegó a ser, por así decir, su alma.

El pueblo se dejó impregnar por la fe y dio testimonio claro y decidido aún en los momentos más difíciles de su historia: en la hora del sufrimiento y del sacrificio.

Me es grato recordar algunas de las más elocuentes expresiones de esta fe, probada como el oro en el crisol (cf. 1 Pe 1, 7). Me refiero, ante todo, a la antigua y fervorosa devoción de los fieles a la pasión de Cristo, confirmada por las innumerables cruces erigidas al borde de los caminos, por las frecuentes imágenes de Jesús sufriente, típicas manifestaciones del arte popular, por los lugares llamados "calvarios" con sus respectivas estaciones del "Vía Crucis", que le han merecido a vuestra tierra el sobrenombre de "tierra de las cruces".

Y, ¿cómo olvidar, en esta tan esperada vigilia de la inauguración del Año Mariano, el gran amor de los fieles lituanos por la Madre de Dios? La Virgen Santísima, Madre de la Misericordia, es venerada e implorada especialmente en la Puerta de la Aurora de Vilna, así como en otros santuarios frecuentados: Siluva, Zemaiciu Kalvarija, Krekenava, Pivasiunai. Desde hace siglos, y todavía hoy, hacia estos centros de fe y piedad van en peregrinación los fieles de todas las diócesis con gran fervor y, a menudo, también con esfuerzo y sacrificio. Ellos confían en Aquella que Cristo desde la cruz, en un supremo acto de amor, nos dio como Madre y Mediadora de gracia.

Quisiera, finalmente, reconocer a la comunidad católica lituana otro signo elocuente de adhesión indefectible a Cristo y de vitalidad eclesial: es el amor intenso y la plena devoción con que ella siempre ha permanecido unida a la Sede de Pedro, a quien el Señor confió el ministerio de confirmar a sus hermanos y de mantenerlos unidos en la comunión de su Iglesia, estableciéndolo como Roca del edificio espiritual, contra el que nada pueden las potencias del infierno.

7. La Iglesia estuvo de tal modo inmersa, e incluso diría como identificada con la realidad nacional, que en torno a ella se unieron vuestros antepasados de cada época, pero sobre todo al surgir la prueba, en los momentos oscuros y dolorosos que han marcado, también en tiempos cercanos a nosotros, las vicisitudes de vuestra tierra.

En la Iglesia, en sus enseñanzas, en su obra evangelizadora y santificadora, en su servicio de unidad y verdad, vuestro pueblo encontró siempre el sentido de su propia historia, su identidad peculiar, las razones para vivir y esperar. Me complace repetir ahora lo que dije a un grupo de letones, reunidos en Roma para la celebración del VIII centenario de la cristianización de una tierra cercana a la vuestra, la Livonia: "Cuando la Palabra de Dios —incluso en medio de obstáculos de todo género— penetra hasta la conciencia más profunda de un pueblo y halla eco en ella, dicha Palabra determina de una vez para siempre la comprensión que ese pueblo tiene de sí mismo y de su destino. Al escuchar la Palabra de Dios un pueblo toma conciencia de su verdadera identidad" [3].

Y tanto más significativo aparece el hecho de que, junto a la Iglesia, la familia fue el otro baluarte de defensa para los lituanos: sí, la familia cristiana, auténtica "iglesia doméstica" [4], sólidamente anclada en los valores de la fe, que vive en el amor, en el sacrificio, en la donación recíproca. En vuestra patria, la familia cristiana ha sabido mantenerse siempre fiel a su vocación de recibir, custodiar y transmitir a sus hijos el don precioso del "bautismo", llegando a ser de este modo, según la bella expresión del Concilio Vaticano II, "escuela de la más rica y completa humanidad" [5].

La Iglesia y la familia, aunque en medio de muchos impedimentos y obstáculos, mantuvieron vivas la fe y la cultura. Se debe a ellas el que la nación no haya perdido la propia identidad y la propia conciencia. E incluso hoy, mientras por muchos aspectos los tiempos no son tan favorables como en el pasado, Iglesia y familia siguen custodiando este sagrado e inviolable depósito, santuario de los grandes valores humanos y cristianos: la libertad de la conciencia, la dignidad de la persona, la herencia de los antepasados, la tradición cultural y la carga de energías morales que contienen y en las que está depositada la esperanza para el futuro.

8. Los seiscientos años de vida cristiana de Lituania llevan consigo innumerables testimonios de la acción ininterrumpida del Espíritu Santo, que ha adornado vuestra Iglesia con sus frutos (cf. Gál 5, 22), suscitando numerosos hombres y mujeres dignos de ser reconocidos como verdaderos discípulos de Cristo. Quisiera recordar con vosotros algunas figuras de hijos de Lituania, que han dejado en el corazón del pueblo el signo indeleble de sus virtudes y de su celo apostólico.

El pensamiento y la plegaria de intercesión se dirigen, en primer lugar, a San Casimiro, que ya en 1636 el Papa Urbano VIII declaró Patrono de Lituania. Hace tres años, vosotros habéis conmemorado solemnemente el quinto centenario de su muerte y aquellas celebraciones jubilares, a las que quise asociarme intensamente, junto con toda la Iglesia, fueron un gran momento de gracia para vuestra comunidad eclesial.

Descendiente de la gloriosa estirpe de los Jagellones, el príncipe Casimiro estuvo adornado de singulares virtudes y "alcanzó en breve tiempo la perfección" (Sab 4, 13). A menos de un siglo de distancia, él fue el fruto maduro del "bautismo" de su pueblo. Fue enterrado en Vilna, corazón de la nación, que desde hace cinco siglos venera con inalterada devoción sus reliquias; es significativo que ante su tumba culminaran las celebraciones jubilares.

Casimiro, luminoso ejemplo de pureza y caridad, de humildad y servicio a los hermanos, no antepuso nada al amor de Cristo y mereció de sus contemporáneos el título elocuente de "defensor de los pobres". El Papa Pío XII lo proclamó Patrono especial de la juventud lituana y lo indicó como "noble y seguro ejemplo" para las generaciones que crecen entre tantas adversidades e insidias [6].

9. Recuerdo, también, al obispo de Samogizia, Merkelis Giedraitis, verdadero apóstol de la Reforma tridentina, que en el 350 aniversario de su muerte mi venerado predecesor el Papa Juan XXIII propuso como modelo, sobre todo, de los Pastores de la Iglesia lituana [7]. Hombre excelso por su piedad y virtudes sacerdotales, fuerte y sabio, el obispo Giedraitis mostró en su intenso apostolado "lo que significa luchar por la fe católica y defenderla con todas las propias fuerzas" [8].

Según la enseñanza del Apóstol Pablo a Timoteo, él "sostuvo el buen combate con fe y buena conciencia. Algunos que la perdieron naufragaron en la fe" (1 Tim 1, 18-19): ante la extensión de la herejía y la persistencia, en algunas regiones, de costumbres del antiguo paganismo, el obispo Giedraitis se hizo promotor de un auténtico renacimiento espiritual, dedicándose a la formación del clero, edificando nuevas iglesias y entregándose incluso personalmente a la catequesis del pueblo, desarrollada en su lengua natal.

Siguió sus mismas huellas, en el siglo pasado, su sucesor en la diócesis de Samogizia, mons. Motiejus Valancius. Su gobierno pastoral coincidió con tiempos tristes y oscuros para la nación que veía amenazada su misma identidad civil y religiosa. En tan difícil situación, el obispo Valancius fue no sólo Pastor solícito y cuidadoso de su grey, sino que llegó a ser guía moral de su pueblo. Son célebres sus vigorosas exhortaciones a los sacerdotes y a los padres cristianos a fin de que tomaran conciencia de su responsabilidad de transmitir a las jóvenes generaciones, junto con la fe de los antepasados, toda la riqueza de la tradición cultural y religiosa de la nación.

Al mismo tiempo, mons. Valancius se entregó a una difícil pero también benemérita reconstrucción de la base religiosa del pueblo, por medio de la catequesis y la instrucción, organizadas clandestinamente y con grave riesgo. Los niños, junto con sus madres, aprendían entonces a leer y escribir sobre textos del catecismo. La sabiduría y el gran corazón de mons. Valancius, que encontraron generosa y valiente respuesta por parte de vuestros antepasados, permitieron que también en aquellos tiempos difíciles no se perdiera la semilla de la Palabra de Dios, en torno a la cual la nación se conformaba en su unidad.

10. El 28 de junio próximo tendré el gozo de elevar al honor de los altares a otro dignísimo hijo de la Iglesia y de la nación lituana, el Siervo de Dios mons. Jurgis Matulaitis, muerto hace sesenta años. Verdadero "siervo y apóstol de Jesucristo" (2 Pe 1, 1), fue en Vilna un Pastor clarividente y solícito para con todos sus hijos, incluso los más lejanos. Fiel a su lema episcopal: "Vence el mal con el bien", afrontó en su ministerio numerosas y graves dificultades, haciéndose "siervo de todos para ganarlos a todos" (1 Cor 9, 19), y preocupándose exclusivamente del bien de la Iglesia y de la salvación de las almas.

A su fecundo servicio eclesial están unidas múltiples iniciativas pastorales, entre las que deseo recordar las obras de apostolado seglar y la divulgación de la doctrina social de la Iglesia, con las cuales trataba de estimular a sus fieles a la responsabilidad de instaurar todo en Cristo. A él se deben, además, la reforma de su congregación de los Clérigos Marianos y la fundación de las Hermanas de la Inmaculada Concepción y de las Esclavas de Jesús Eucaristía.

Nombrado por el Papa Pío XI visitador apostólico en Lituania, el Siervo de Dios actuó con prudencia y celo, de modo que el Pontífice pudo erigir la provincia eclesiástica lituana con la Constitución Apostólica Lituanorum gente (4 de abril de 1926). La vida católica conoció una revitalización notable en los diversos sectores de la catequesis, de las vocaciones sacerdotales y religiosas, de las actividades de la Acción Católica, de las diversas expresiones culturales inspiradas en el Evangelio.

La buena semilla, esparcida con tanta generosidad por mons. Matulaitis, produjo el céntuplo y la Iglesia conoció una nueva primavera. Pero él mismo quiso hacerse semilla, que muere en la tierra para no quedar sola y dar mucho fruto (cf. Jn 12, 24), como atestigua esta conmovedora invocación que él nos dejó casi como un testamento en el diario espiritual, y que yo deseo repetir hoy con vosotros: "Haz, Jesús, que yo me inmole por tu Iglesia, por la salvación de las almas redimidas con tu Sangre, para vivir contigo, para trabajar contigo, para padecer contigo y, como espero, también para morir y reinar contigo" [9].

11. Quisiera, finalmente, mencionar a los numerosos hijos e hijas de vuestra tierra, que en el curso de estos seis siglos han confesado con gran valentía la fe recibida en el "bautismo" y que ninguna prueba, incluso la más dura, ha podido separar jamás del amor de Cristo (cf. Rom 8, 35). Son obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas, simples fieles, que han afrontado humillaciones, discriminaciones, padecimientos, a veces la persecución e incluso el exilio, la cárcel, la deportación y la muerte, contentos "porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (Act 5, 41).

Ellos dan testimonio de la gracia que el Señor ha prometido a su Iglesia, la cual "en medio de las tentaciones y tribulaciones se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como Esposa digna de su Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no deje de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso" [10].

A través de ellos, el Espíritu Santo ha hablado y continúa hablando a vuestra comunidad y a toda la Iglesia católica. Su cruz, abrazada junto a los sufrimientos redentores de Jesús, ha venido a ser instrumento de gracia y de santificación.

Es éste un grupo elegido de confesores y de mártires, por los cuales hoy vosotros dais gracias al Señor, sintiéndoos justamente contentos y orgullosos. Os exhorto a recoger, junto con vuestros fieles, el luminoso ejemplo para que resplandezca en una vida de fe cada vez más convencida y coherente, en un apostolado cada vez más dedicado y fecundo en obras de caridad, en una adhesión pronta y consciente a la voluntad de Dios, que se manifiesta en la vocación de cada uno.

Deseo dirigirme sobre todo a vuestros jóvenes. Ellos tienen en sus manos el destino de la nación que van a introducir en el muevo milenio de la era cristiana. ¡Jóvenes de la Lituania fiel y generosa! ¡Sabed recoger con alegría y confianza en vuestro corazón el testimonio, a veces heroico, de amor a Cristo y a la Iglesia que ellos os han dejado! ¡Haced vuestro este inestimable tesoro y mostraos dignos de él para que llegue a ser en vosotros germen de una gran esperanza!

12. ¡Queridos hermanos en el Episcopado y en el sacerdocio, religiosos, religiosas, hermanos y hermanas todos de una Iglesia lejana, pero al mismo tiempo tan cercana a mi corazón y que tanto amo! ¡Hijos e hijas de tan noble nación! Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, me arrodillo con vosotros ante las reliquias de San Casimiro y junto con vosotros doy gracias a Dios, dador de todo bien, por el don de vuestro "bautismo"; para vosotros imploro que "os haga dignos de la vocación, y con toda eficacia cumpla todo su bondadoso beneplácito y la obra de vuestra fe, y el nombre de Nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en vosotros y vosotros en Él" (2 Tes 1, 11-12).

En nombre de toda la Iglesia encomiendo a Dios el acervo de vuestra fe, de la fe de vuestra nación, y le suplico que conserve y bendiga la obra que ha llevado a cabo durante estos seis siglos.

Sé propicio, oh Padre Omnipotente, con estos hijos tuyos, que de las tinieblas has traído al resplandor de tu verdad, infunde en sus corazones tu Santo Espíritu, Espíritu de la verdad y Consolador, para que puedan hacer presente en su nación la fecundidad de la Pascua de tu Hijo.

Concede a los Pastores de este pueblo, que es tuyo, piedad y sabiduría, para que puedan conducir la grey hacia los pastos de la vida. Haz, oh Dios Omnipotente, que ellos puedan ejercer con serenidad y libertad plena su sagrado ministerio.

Infunde tu luz y tu fuerza en el corazón de aquellos que has llamado a consagrarse a Ti, para que perseveren y sepan entregarse sin reservas. Multiplica el número de los que acogen la vocación al sacerdocio y a la vida religiosa; refuerza su propósito generoso y haz que puedan caminar sin obstáculos en el camino de tu divino servicio.

Dirige tu mirada, oh Señor, a las familias que viven unidas en tu amor. Haz que acojan con alegría y responsabilidad el don de la vida. Que puedan, con tu gracia, crecer en el amor mutuo. Que los padres sepan ofrecer a sus hijos el don de la fe, junto con el testimonio concreto de una vida auténticamente cristiana.

Dirige tu mirada de predilección, oh Dios, a los jóvenes de Lituania. Ellos llevan en su corazón una gran esperanza; hazlos fuertes y puros para que puedan construir con confianza el mañana. Haz que puedan recibir con libertad el don de la fe de sus padres; haz que lo acojan con gratitud y que lo desarrollen con generosidad.

Tu eres el Señor de los pueblos y el Padre de la humanidad. Invoco tu bendición sobre la familia lituana; que pueda continuar, en conformidad con su conciencia, la voz de su llamada a lo largo del camino señalado por vez primera hace ahora seis siglos. Que el hecho de pertenecer a tu reino de santidad y de vida no sea considerado por ninguno en contraposición con el bien de la patria terrenal. Que siempre y en todo lugar pueda darte la alabanza que te es debida y pueda dar testimonio libre y serenamente de la verdad, la justicia y la caridad.

¡Señor, bendice a esta nación, manifiesta sobre ella tu rostro y concédele tu paz!

Y ahora, en espíritu de profunda confianza, me dirijo a Ti, dulce Madre de Cristo y Madre nuestra, y uno mi voz a la de tantos hijos tuyos lituanos que te imploran confiados en tu intercesión. ¡Madre de la misericordia, a Ti acude este pueblo poniéndose bajo tu protección! No desoigas sus súplicas en las necesidades, sálvalo de los peligros y condúcelo a tu Hijo.

Tú eres, oh Madre, la memoria de la Iglesia. Tú conservas en tu corazón las vicisitudes de los hombres y de los pueblos. Te encomiendo la conmemoración de los seiscientos años de vida cristiana de los hermanos de Lituania y te pido que les ayudes a ser ahora y siempre fieles a Cristo y a la Iglesia.

A vosotros, venerables y amados hermanos, a vosotros fieles y a todos los lituanos esparcidos por el mundo, imparto con todo afecto mi bendición apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 5 de junio de 1987, IX año de mi pontificado.

 

JOANNES PAULUS PP. II

 


Notas

[1] Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 4.

[2] Cf. Acto europeísta en Santiago de Compostela: L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de noviembre de 1982, págs. 19-20.

[3] L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 31 de agosto de 1986, pág. 2.

[4] Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.

[5] Const. Past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 52.

[6] Cf. AAS 42, 1950, págs. 380-382.

[7] Cf. AAS 52, 1960, II, págs. 40-43.

[8] Cf. AAS 52, 1960, II, pág. 43.

[9] Diario, 17 de agosto de 1911.

[10] Const. Dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 9.



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