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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 17 de octubre de 1979

 

1. "El obispo que visita las comunidades de su Iglesia es el auténtico peregrino que de nuevo llega a ese singular santuario del Buen Pastor, que es el Pueblo de Dios, el cual participa del sacerdocio real de Cristo. Más aún, este santuario es cada hombre cuyo 'misterio' se clarifica y se resuelve solamente en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22; cf. Signo de contradicción, pág. 186).

Tuve ocasión de pronunciar las anteriores palabras en la Capilla Matilde, cuando el Papa Pablo VI me invitó a dirigir los ejercicios espirituales en el Vaticano.

Las mismas palabras me vuelven de nuevo a la mente hoy, porque parece que encierran en sí todo lo que ha sido el contenido más esencial de mi viaje a Irlanda y a Estados Unidos, realizado con ocasión de la invitación hecha por el Secretario General de la ONU.

Este viaje, en sus dos etapas, ha sido realmente una auténtica peregrinación al santuario viviente del Pueblo de Dios.

Si las enseñanzas del Concilio Vaticano II nos permiten considerar de ese modo toda visita del obispo a una parroquia, lo mismo podrá decirse también de esta visita del Papa. Creo que tengo una obligación especial de hablar sobre este tema. Deseo grandemente también que quienes, con tanta hospitalidad, me han acogido, sepan que he tratado de hallarme en intimidad con el misterio que Cristo, Buen Pastor, ha plasmado y sigue plasmando en sus almas, en su historia, en sus comunidades. Para poner esto de relieve, he decidido interrumpir, en este miércoles, el ciclo de reflexiones referentes a las palabras de Cristo sobre el tema del matrimonio. Lo reanudaremos dentro de una semana.

2. Quiero ante todo dar testimonio del encuentro con el misterio de la Iglesia en tierra irlandesa. Jamás olvidaré aquel lugar en el que nos detuvimos brevemente la mañana del domingo 30 de septiembre: Clonmacnois. Las ruinas de la abadía y del templo hablan de la vida que latía allí en tiempos pasados. Se trata de uno de esos monasterios desde donde los monjes irlandeses no solamente injertaron el cristianismo en la Isla Verde, sino que de allí salieron para llevarlo a otros países de Europa. Es difícil mirar el conjunto de ruinas solamente como un monumento del pasado; enteras generaciones europeas les deben la luz del Evangelio y el substrato que sostiene su cultura. Esas ruinas siguen siendo portadoras de una gran misión. Siguen siendo un desafío. Siguen hablando de la plenitud de vida, a la que Cristo nos ha llamado. Es difícil que un peregrino llegue a aquellos lugares sin que las huellas de un pasado, aparentemente muerto, revelen la dimensión permanente e imperecedera de la vida. He ahí Irlanda: en el corazón de la misión perenne de la Iglesia, que comenzó San Patricio.

Peregrinando sobre sus huellas, caminamos en dirección de la sede primada de Armagh y nos detuvimos, durante el camino, en Drogheda, donde se hallaban expuestas, con este motivo, las reliquias de San Oliverio Plunkett, obispo y mártir. Solamente arrodillándose ante esas reliquias, puede expresarse toda la verdad sobre la Irlanda histórica y contemporánea y se pueden incluso tocar sus heridas, con la confianza de que cicatrizarán, permitiendo así que todo el organismo alcance la plenitud de vida. Tocamos, pues, también los dolorosos problemas contemporáneos, pero sin dejar de peregrinar a través de aquel magnífico santuario del Pueblo de Dios, que se abría ante nosotros, en tantos lugares, en tantas maravillosas asambleas litúrgicas, durante las celebraciones de la Eucaristía en Dublín, Galway, Knock, santuario mariano, Maynooth y Limerick. Y de modo particular tengo y tendré siempre presente también en mi pensamiento el encuentro con el Presidente de Irlanda, Señor Patrick J. Hillery, y con las ilustres autoridades de esa nación. Recuerden todos aquellos con quienes me encontré allí -sacerdotes, misioneros, hermanos y hermanas religiosas, alumnos, laicos, esposos y padres de familia, la juventud irlandesa, los enfermos, todos-; recuerden especialmente los amados hermanos en el Episcopado, que he estado presente en medio de ellos como un peregrino que visita el santuario del Buen Pastor, el cual habita en todo el Pueblo de Dios; que he caminado, a través de aquel magnífico cauce de la historia de la salvación en que, desde los tiempos de San Patricio, se convirtió la Isla Verde, con la cabeza inclinada y el corazón agradecido, buscando, junto a ellos, los caminos que conducen hacia el futuro

3. Lo mismo quiero decir también a mis hermanos y hermanas de allende el Océano. Su Iglesia es todavía joven, porque joven es su gran sociedad: sólo han pasado dos siglos de su historia sobre el mapa político del globo. Quiero dar las gracias a todos, por la acogida que me dispensaron, por la respuesta que dieron a mi visita, a mi presencia, forzosamente breve. Confieso que quedé sorprendido por esa acogida y esa respuesta. Hemos permanecido bajo la lluvia pertinaz durante la Misa de los jóvenes, la primera tarde, en Boston. La lluvia nos acompañó luego sobre las calles de dicha ciudad, así como también por las de Nueva York, entre los rascacielos. Pero esa lluvia no impidió que muchos hombres de buena voluntad perseveraran en la oración, esperando el momento de mi llegada, mi palabra, mi bendición.

Permanecerán imborrables en mi mente los barrios de Harlem, con su mayoría de población negra; de South Bronx, con los llegados últimamente de países de América Latina; el encuentro con la juventud en el Madison Square Garden y en el Battery Park, bajo la lluvia torrencial y la tempestad furiosa, así como en el estadio de Brooklyn, cuando finalmente apareció el sol. Y el gran Yankee Stadium, rebosante de fieles durante la celebración litúrgica del día anterior. Y luego: la ilustre Filadelfia, primera capital de los Estados independientes, con su campana de la libertad y casi dos millones de participantes en la Misa vespertina, en el mismo centro de la ciudad. Y el encuentro con la América rural en Des Moines. Y, a continuación, Chicago, donde se podía desarrollar, del modo más apropiado, la analogía sobre el tema "e pluribus unum". Y por último, la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos, con todo su denso programa, hasta la última Misa teniendo el Capitolio como fondo.

El Obispo de Roma, como peregrino, ha entrado, tras las huellas del Buen Pastor, en su santuario del Nuevo Continente y ha tratado de vivir junto con vosotros la realidad de la Iglesia, que surge de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, con toda la profundidad y rigurosidad que esa doctrina lleva consigo. Parece, en efecto, que todo ha estado acompañado especialmente de un gran gozo, por el hecho de que somos esta Iglesia; somos el Pueblo al cual el Padre ofrece redención y salvación en su Hijo y en el Espíritu Santo. Gozo por el hecho de que -en medio de todas las tensiones de la civilización contemporánea, de la economía y de la política- existe precisamente esa dimensión de la existencia humana sobre la tierra; y que nosotros participamos de ella. Y aunque nuestra atención se oriente también hacia las aludidas tensiones, que quisiéramos se resolviesen del modo más humano y digno, sin embargo el divino gozo del pueblo, que es consciente de ser el Pueblo de Dios y que busca la propia unidad en este carácter, resulta más grande y lleno de esperanza.

4. En este contexto, también las palabras pronunciadas ante la Organización de las Naciones Unidas han sido un fruto especial de mi peregrinación a través de esas importantes etapas de la historia de toda la Iglesia y del cristianismo. ¿Qué otra cosa podía decir ante aquel supremo "forum" de carácter político, sino lo que constituye la misma médula del mensaje evangélico? Palabras de un gran amor por el hombre, que vive en las comunidades de tantos pueblos y naciones, dentro de las fronteras de tantos Estados y sistemas políticos. Si la actividad política, en las dimensiones de cada Estado y en las dimensiones internacionales, debe asegurar al hombre un real primado sobre la tierra, si debe servir a su verdadera dignidad, es necesario el testimonio del espíritu y de la verdad, dado por el cristianismo y por la Iglesia. Por eso, en nombre del cristianismo y de la Iglesia, doy las gracias a cuantos el 2 de octubre de 1979 han querido escuchar mis palabras en la sede de la ONU en Nueva York. Como las doy al Presidente de los Estados Unidos, señor Jimmy Carter, por la acogida que me dispensó el 6 de octubre, en el histórico encuentro de la Casa Blanca, con él y con su querida familia, así como con todas las demás autoridades allí reunidas.

5. "Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos" (Lc 17, 10). Así enseñaba Cristo a los Apóstoles. Yo también, con estas palabras que proceden de mi más profunda convicción, termino mi alocución de hoy, cuya necesidad me ha sido dictada por la importancia de mi último viaje. Al menos de este modo podré pagar la gran deuda que he contraído con el Buen Pastor y con todos aquellos que abrieron los caminos de mi peregrinación.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

"El Obispo que visita las comunidades de su Iglesia es el auténtico peregrino que cada vez llega a ese singular santuario del Buen Pastor, que es el Pueblo de Dios, el cual participa del sacerdocio real de Cristo. Más aún, este santuario es cada hombre cuyo 'misterio' se clarifica y se resuelve solamente en el misterio del Verbo encarnado".

Estas palabras, que pronuncié durante los ejercicios espirituales que me invitó a predicar Pablo VI, me vienen hoy a la mente, porque resumen el contenido esencial de mi reciente viaje a Irlanda y a Estados Unidos, una peregrinación al santuario viviente del Pueblo de Dios.

Deseo vivamente que todos los que me han reservado tan cordial hospitalidad sepan que he tratado de encontrarme íntimamente con el misterio que Cristo, Buen Pastor, ha plasmado y sigue plasmando en sus almas, en su historia y en su comunidad.

Recuerden todas las personas a las que encontré: sacerdotes, religiosos, seglares, jóvenes, enfermos, todos, especialmente mis amados hermanos en el Episcopado, que he estado presente entre ellos como peregrino que visita el santuario del Buen Pastor, que habita en todo el Pueblo de Dios.

El Obispo de Roma, como peregrino, ha querido vivir esta realidad de la Iglesia, que brota de las enseñanzas del Vaticano II, con la profundidad y riqueza que esta doctrina lleva en sí.

"Somos siervos inútiles; lo que teníamos que hacer, eso hicimos" (Lc 17, 10). Así enseñaba Cristo a sus Apóstoles. También yo, con estas palabras, que brotan de mi más profunda convicción, quiero terminar esta alocución y pagar de este modo la gran deuda que he contraído con el Buen Pastor y con los que han abierto los caminos de mi peregrinación.

Un saludo cordial quiero hacer llegar a los componentes de la peregrinación de la ciudad de Vitoria (España).

Me alegra mucho que el motivo de vuestra venida a Roma sea celebrar los 25 años de la coronación canónica de la Virgen Blanca, Patrona de Vitoria.

Os aliento a cultivar siempre con esmero la devoción a la Santísima Virgen María, de tal modo que Ella os conduzca a Cristo, el Salvador. Que Ella os conceda también ese verdadero espíritu filial que hace mirar a todos, sin límites ni distinción, como hermanos en Cristo e hijos de la dulce Madre de la Iglesia.

Con mis respetos para las autoridades aquí presentes, os expreso mi profunda estima y os doy a vosotros y a todos los hijos de la querida provincia de Álava mi especial bendición.

Con particular afecto dirijo un saludo especial a vosotros, religiosas y seglares, miembros de la numerosa peregrinación venida a Roma para la beatificación del sacerdote don Enrique de Ossó y Cervelló.

Sé que procedéis en buena parte de España, pero también de México, Venezuela, Colombia, Paraguay, Uruguay, Argentina, Chile, Italia, Francia, Portugal, Angola, Brasil y Estados Unidos.

Habéis vivido aquí días de intensa alegría interior, tanto vosotras, religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, como las alumnas, ex-alumnas y amigos que os han acompañado en jornadas tan memorables.

Que el recuerdo de estos días, y sobre todo el ejemplo admirable del Beato Enrique de Ossó, sean para todos vosotros una perenne llamada hacia metas cada vez más altas de espiritualidad, de entrega generosa a la difusión del Reino de Cristo, de inserción fecunda en vuestros respectivos ambientes de trabajo.

(A los Hermanos Maristas de la Enseñanza)

Me da alegría saludar al grupo de superiores provinciales del instituto de Hermanos Maristas de la Enseñanza, llamados también Hemanitos de Jesús, que juntamente con el superior general, el hermano Basilio Rueda Guzmán. se han reunido en Roma para estudiar los problemas que afectan a su congregación ante las actuales exigencias espirituales y pastorales del mundo moderno.

Queridísimos hermanos: Os expreso mi agradecimiento cordial por vuestra visita y, al mismo tiempo, mi complacencia y aliento por vuestra presencia en la Iglesia católica, por vuestra tierna devoción a María, de la que toma el nombre y en la que se inspira vuestro instituto, y por vuestra actividad benemérita en el campo de la instrucción y educación cristiana de la juventud en los colegios, residencias, externados y orfanatos esparcidos por los cinco continentes, sin excluir las tierras de misión.

Os ilumine el Señor Jesús en los trabajos de esta conferencia general para que respondáis cada vez mejor a las inmensas necesidades de las almas que encontráis por los caminos del mundo: la Virgen María, Sede de la Sabiduría, os guíe siempre cerca de Jesús para gozo vuestro y bien de los hombres redimidos por El, a fin de que cumpláis con plenitud lo que está escrito en el lema de vuestro instituto: "Ad Iesum per Mariam".

Con este fin os doy una bendición especial que extiendo con mucho gusto a todos los miembros de vuestra congregación.

(A la Unión Apostólica del Clero)

Un saludo fraterno y cordial a los responsables de la Unión Apostólica del Clero, consejeros internacionales y directores nacionales, procedentes de cuarenta y cuatro naciones de todas las partes del mundo, que están celebrando estos días en Roma la importante asamblea internacional de la Asociación.

Queridísimos sacerdotes: Os doy sinceramente las gracias por vuestra presencia en la audiencia general junto al Pueblo de Dios. Sabed que sigo vuestro trabajo con ansias de padre y amigo. y aprecio vuestra obra como ya lo hicieron mis predecesores porque, sobre todo; el clero diocesano tiene necesidad de ayuda fraterna y concreta en las distintas situaciones de su ministerio.

De hecho, la Unión Apostólica quiere ser precisamente ayuda de los sacerdotes para que vivan de modo total y auténtico la espiritualidad típica del ministro de Cristo; quiere ser servicio, a fin de que las directrices del Papa y del obispo se acojan con fidelidad y se pongan en práctica con espíritu generoso y convencimiento; y en fin, quieren ser ideal para que el sacerdote que siente necesidad de sostenimiento espiritual y de amistad elevadora para mantener firmes los compromisos de su consagración, sepa donde encontrarlo.

Por tanto, ,qué necesaria es especial mente hoy vuestra obra! Proseguid vuestros afanes en todas las naciones en que actuáis. Os ilumine y estimule el Sagrado Corazón de Jesús. Os aliente María Santísima, a quien los sacerdotes en particular se confían en sus gozos y tribulaciones. Hago votos para que la Unión Apostólica contribuya eficazmente a realizar entre el clero la unidad de doctrina, caridad y disciplina que es absolutamente necesaria para la evangelización.

Bendigo de corazón a vosotros y a todos los miembros de la Unión.

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Y ahora me dirijo al nutrido grupo de participantes en el Congreso internacional que ha versado sobre "La violencia contra los ancianos - Los ancianos contra la violencia".

Queridísimos: Saludo a todos cordialmente y os manifiesto mi complacencia sincera por vuestras iniciativas encaminadas a estudiar y mejorar la condición de las personas ancianas, uno de los problemas más urgentes de la sociedad actual. Pues tengo el convencimiento de que el respeto y amor a los ancianos son índice evidente y garantía segura del respeto y amor a cada hombre y a todo el hombre. Vuestros problemas son, por tanto, problemas de la socia dad entera que encontrará para sí misma una dimensión más humana en la solución de los problemas de los ancianos.

Bendigo de corazón a vosotros y a cuantos se dedican con solicitud amorosa al bien de los ancianos

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Dirijo un saludo cordial a la peregrinación de la ciudad de Pescara que está aquí presente, presidida por el párroco de la catedral, para cumplir un acto de fe eclesial y pedir la bendición del Papa para las tres estatuas de bronce que se colocarán en la fachada de la citada catedral.

Con sumo gusto bendigo dichas estatuas, a la vez que imploro la bendición de la Virgen, de San Pedro y San Ceteo representados en ellas, sobre toda la comunidad de Pescara.

* * *

Me dirijo ahora a los peregrinos franceses de la región apostólica de Midi-Pyrénées y a los de la diócesis de Digne. Los expreso mi alegría; mi gran alegría al recibir su visita antes de ir un día quizá, si Dios lo permite, a alentar y estimular la fe de sus compatriotas en la propia tierra Y les confío al mismo tiempo que pido por sus intenciones a fin de que esta peregrinación les infunda fuerzas nuevas para el testimonio que deben dar ante Dios y ante los hombres; mostraos convencidos, no vaciléis, sentíos felices de creer y proclamar todo lo que habéis recibido de la Iglesia. Afrontáis tantos problemas que la hora actual lo es de claridad y fidelidad. Gracias. gracias por lo que cada uno de vosotros, del más humilde hasta el que pena bajo el peso de responsabilidades, hará por anunciar generosamente la Buena Nueva.

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Saludo con especial cordialidad a los numerosos enfermos y al personal que los acompaña del tren austríaco de la peregrinación organizada por el servicio de socorro de la Soberana Orden Militar de Malta. A los hermanos y hermanas probados por penas y necesidades va mi especial atención en las audiencias públicas. Cuando la ayuda del hombre resulta ineficaz les exhorto a tener tanta más confianza en Dios y en su amorosa Providencia y bondad. El sabe convertir el dolor, los sufrimientos y hasta la ' muerte —según el ejemplo y por la gracia de salvación de Cristo— en bien nuestro. Para eso suplico al Señor ánimo, fe y confianza consoladora, así como la proximidad fortificante de Dios, y les imparto de corazón, a todos ustedes y a quienes les acompañan, la bendición apostólica.

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Queridos hermanos y hermanas de Suiza francesa:

Quisiera olvidaros, pero no podría hacerlo. Mis guardias me llamarían al orden. Adivináis con qué satisfacción os acoge el Papa y vuelve a ver a vuestro obispo mons. Mamie. Sin duda alguna me queréis confiar muchas intenciones, vuestras preocupaciones apostólicas y proyectos pastorales, vuestras familias y amigos, Todo eso que lleváis en el fondo del corazón lo presentaré al Señor y a la Santísima Virgen. Por mi parte, seguiré unido a vosotros por la oración en vuestro trabajo diario, vuestra vida personal y vuestros compromisos eclesiales, prolongando así en cierto modo nuestro encuentro de hoy.

(A los jóvenes,  a los enfermos y a los recién casados)

Un saludo particularmente cordial y afectuoso a los jóvenes y las jóvenes, a los muchachos y muchachas presentes en la audiencia.

Con ocasión del próximo Día mundial de las Misiones, quiero repetiros también a vosotros las palabras que dirigí a la muchedumbre de jóvenes reunidos en el "Madison Square Garden" de Nueva York en mi reciente viaje apostólico: "Os invito a mirar a Cristo. Cuando os preguntéis por el misterio de vosotros mismos, mirad a Cristo que es quien os da el sentido de la vida. Cuando os preguntéis qué significa ser persona madura, mirad a Cristo, plenitud de la humanidad. Y cuando os preguntéis por vuestro papel en el futuro del mundo y de los Estados Unidos, mirad a Cristo. Sólo en Cristo podréis realizar vuestra potencialidad de ciudadanos americano y ciudadano de la comunidad mundial". (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de octubre de 1979, pág. 6).

Tened presente este llamamiento mío y sed vosotros también misioneros y misioneras de Cristo hoy y toda la vida.

Y ahora un saludo y un abrazo lleno de afecto humano y cristiano, y de simpatía a cada uno de vosotros, queridísimos enfermos.

También a vosotros, al aproximarse el Día de las Misiones, tan importante para la vida de la Iglesia, quiero repetiros algunos pensamientos que llevo muy en el corazón: "Con sus sufrimientos y su muerte Jesús tomó sobre Sí todo el sufrimiento humano, confiriéndole un valor nuevo. De hecho, El llama a todo enfermo, a toda persona que sufre, a colaborar con El en la salvación del mundo. Por esto, el dolor y el sufrimiento no se soportan a solas ni en vano. Aunque resulte difícil comprender el sufrimiento, Jesús ha aclarado que este valor está vinculado a su mismo sufrimiento, a su mismo sacrificio. En otras palabras, con vuestros sufrimientos ayudáis a Jesús en su obra de salvación... Vuestra llamada al sufrimiento requiere fe fuerte y paciencia. Sí, esto quiere decir que estáis llamados al amor con una intensidad particular. Pero recordad que la Santísima Madre de Dios está junto a vosotros, como estaba junto a Jesús al pie de la cruz, y nunca os dejará solos" (Discurso en Knock, Irlanda; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 7 de octubre de 1979, pág. 13).

¡Animo, pues, queridos enfermos! Sois los primeros en la obra misionera de la Iglesia.

Os ayude y conforte siempre mi bendición.

Y, finalmente, también un saludo afectuoso y la enhorabuena a los recién casados que han venido aquí para iniciar su vida conyugal con la bendición del Papa. Gracias por vuestra presencia gozosa y significativa.

Pensando en la obra incansable de tantos misioneros y misioneras esparcidos por el mundo para anunciar el Evangelio, os digo con ansia y vehemencia: Mantened firme vuestra fe. "El mensaje de amor que trae Cristo es siempre importante. No es difícil ver cómo el mundo de hoy, a pesar de su belleza y grandeza, a pesar de las conquistas de la ciencia y la tecnología, a pesar de los apetecidos y abundantes bienes materiales que ofrece, está ávido de más verdad, más amor, más alegría. Y todo esto se encuentra en Cristo y en su modelo de vida" (Homilía en Boston; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 14 de octubre de 1979, pág. 9).

Sed misioneros también vosotros en vuestro ambiente. Pedid a Dios la gracia de llegar a ser padres de futuros misioneros y misioneras.

Por estas grandes causas complacido os doy mi bendición apostólica particular.

 



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