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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de diciembre de 1981

 

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. La audiencia de hoy se celebra en el clima de la Navidad ya cercanísima, que habla con tanta elocuencia a la mente y al corazón. La liturgia del Adviento nos ha preparado espiritualmente a revivir el misterio que ha marcado un cambio en la historia humana: el nacimiento de un Niño, que es también el Hijo de Dios, el nacimiento del Salvador.

Se trata de una celebración que ha cambiado realmente el rostro del mundo. ¿Acaso no es un testimonio de ello la misma atmósfera jubilosa que se respira por las calles de las ciudades y de los pueblos, en los lugares de trabajo, en la intimidad de nuestras casas? La fiesta de la Navidad ha entrado en las costumbres como celebración incontrastable de alegría y de bondad y como ocasión y estímulo para un pensamiento noble, para un gesto de altruismo y de amor. Esta floración de generosidad y de cortesía, de atención y delicadezas, coloca a la Navidad entre los momentos más bellos del año, más aún, de la vida, imponiéndose incluso a los que no tienen fe y, sin embargo, no logran substraerse a la fascinación que brota de esta palabra mágica: Navidad.

Esto explica también el aspecto lírico y poético que envuelve a esta fiesta: ¡Cuántas melodías bucólicas, cuántas canciones dulcísimas han brotado en torno a este acontecimiento! Y, ¡qué carga de sentimientos o, a veces, de nostalgia, sabe suscitar! La naturaleza que nos rodea adquiere en este día un lenguaje dulce e inocente, que nos hace saborear la alegría de las cosas sencillas y verdaderas, hacia las cuales aspira nuestro corazón, aún sin saberlo.

2. Pero detrás de este aspecto sugestivo, he aquí inmediatamente la manifestación de otros que alteran su limpidez e insidien su autenticidad. Se trata de los aspectos puramente exteriores y consumísticos de la fiesta, que hacen correr el riesgo de vaciar a la solemnidad de su significado auténtico, cuando se toman no como expresión de la alegría interior que la caracteriza, sino como elementos principales de ella, o casi como su única razón de ser.

La Navidad pierde entonces su autenticidad, su sentido religioso, y se convierte en ocasión de disipación y derroche, cayendo en exterioridades inconvenientes y descomedidas, que suenan a ofensa para aquellos a quienes la pobreza condena a contentarse con las migajas.

3. Es necesario recuperar la verdad de la Navidad en la autenticidad del dato histórico y en la plenitud del significado que trae consigo.

El dato histórico es que en un determinado momento de la historia y en una cierta región de la tierra, de una humilde mujer de la estirpe de David nació el Mesías, anunciado por los Profetas: Jesucristo Señor.

El significado es que, con la venida de Cristo, toda la historia humana ha encontrado su salida, su explicación, su dignidad. Dios nos ha salido al encuentro en Cristo, para que pudiéramos tener acceso a Él. Mirándolo bien, la historia humana es un anhelo ininterrumpido hacia la alegría, la belleza, la justicia, la paz. Se trata de realidades que sólo en Dios pueden encontrar su plenitud. Pues bien, la Navidad nos trae el anuncio de que Dios ha decidido superar las distancias, salvar los abismos inefables de su trascendencia, acercarse a nosotros, hasta hacer suya nuestra vida, hasta hacerse nuestro hermano.

Así, pues: ¿buscas a Dios? Encuéntralo en tu hermano, porque Cristo se ha como identificado ya en cada uno de los hombres. ¿Quieres amar a Cristo? Ámalo en tu hermano, porque todo lo que haces a uno cualquiera de tus semejantes, Cristo lo considera hecho a Él. Si te esfuerzas, pues, en abrirte con amor a tu prójimo, si tratas de establecer relaciones de paz con él, si quieres poner en común tus recursos con el prójimo, para que tu alegría, al comunicarse, se haga más verdadera, tendrás a tu lado a Cristo y con Él podrás alcanzar la meta que sueña tu corazón: un mundo más justo y, por lo tanto, más humano.

Que la Navidad nos encuentre a cada uno comprometidos a descubrir de nuevo su mensaje, que parte del pesebre de Belén. Hace falta un poco de valentía, pero vale la pena, porque sólo si sabemos abrirnos así a la venida de Cristo, podremos experimentar la paz anunciada por los ángeles en la noche santa. Que la Navidad constituya para todos vosotros un encuentro con Cristo, que se ha hecho hombre para dar a cada hombre la capacidad de hacer se hijo de Dios.


Saludos

(En italiano)

Este es mi deseo para todos, mientras me complace dirigir un saludo especial a los directores, profesores y estudiantes de la escuela de música "Tomás Luis de Victoria", fundada por la Asociación italiana de Santa Cecilia y actualmente asociada ni Pontificio Instituto de Música Sacra.

Queridísimos: Os doy las gracias de todo corazón por haber venido a alegrar este encuentro en la proximidad de la Navidad con vuestros cantos armoniosos. Y doy las gracias también a vuestros familiares que sé que están presentes en número considerable.

En particular, me es grato recomendaros a vosotros, estudiantes, que continuéis con amor y constancia en este esfuerzo de estudio, que educa en el arte, ennoblece el corazón y une los espíritus en armonía de bondad y de vida.

Sabed completar, además, este estudio con un profundo conocimiento de las verdades religiosas, para que los valores de la fe estén unidos a los valores del arte.

Sed siempre, con la práctica de las virtudes cristianas, fieles testigos de Cristo en la escuela, en las familias y en la sociedad. Y que vuestro canto, unido al canto de los ángeles, pueda obtener del divino Niño paz verdadera y durable para toda la humanidad.

Hago extensivo el saludo a todos los jóvenes. Queridísimos: La inminencia de la Santa Navidad, que nos recuerda el amor sin límites del Hijo de Dios, bajado del cielo en carne mortal "por nosotros los hombres y por nuestra salvación", suscite en cada uno de vosotros sentimientos de amor sincero por el prójimo, confirmándoos en el propósito de poner las energías, con las que Dios os ha enriquecido, al servicio de los hermanos.

También dirijo mi palabra de saludo a los enfermos. Queridísimos hermanos y hermanas: A la luz de la Navidad, que tanta dulzura difunde en los corazones, quiero dirigiros un deseo especial de serenidad y de paz. El pensamiento de las estrecheces y molestias, en que se encontró —al nacer— el Niño Jesús, os conforte en vuestros sufrimientos y os ayude a ver en ellos una ocasión muy significativa para estar cercanos a El en la obra de la redención, a' la que dio comienzo ya desde el pesebre de Belén.

Están presentes en la audiencia numerosas parejas de nuevos esposos. También a vosotros, queridísimos, mi saludo y mi felicitación. En la escena del pesebre, donde el amor de dos Esposos se alegró con el vagido de un Recién Nacido, podéis contemplar, en su expresión más alta, lo que va buscando vuestro corazón. Que sean Jesús, María y José el modelo constante de vuestro compromiso de recíproca donación, y que el recurso a su ayuda os socorra en toda dificultad, alimentando en vuestros corazones la llama de ese amor que el sacramento ha consagrado ante Dios y ante los hombres.

A todos mis deseos de una alegre y santa Navidad. A todos mi cordial bendición.

(En francés)

Permitidme dirigir un saludo especial a un grupo de religiosas de María Reparadora.' También tengo el gusto de recibir a grupos de alumnos de la enseñanza católica de Francia, hoy concretamente a los .que han venido de Angulema y So-lesmes. A vuestros padres, profesores y amigos, transmitidles el estímulo y afecto del Papa. Os bendigo de todo corazón.

(En inglés)

Presento mi saludo especial a los miembros del "Richard Alten Center for Culture and Art" de Estados Unidos. Me complazco en que la presentación de vuestra "Navidad negra" se inspire en los Evangelios de Cristo. Que vuestros esfuerzos contribuyan a mantener vivos los profundos sentimientos religiosos de América negra.

(En alemán)

Dirijo un saludo especial a un grupo de obreros austríacos de Kärnten, que han demostrado ejemplar solidaridad y amor fraterno a las zonas devastadas por el terremoto italiano, con su esfuerzo de varios meses en orden a proporcionar nueva casa a muchas familias. Con vuestro ejemplo habéis enriquecido también interiormente a estas personas necesitadas. Os premie Dios con ricas gracias navideñas esta gran generosidad del corazón. Para ello os doy muy cordialmente mi bendición a vosotros y a cuantos están unidos a nosotros.

(En polaco)

Mis queridos compatriotas: Sabemos que la noche de Navidad es fiesta de familia y que al partir el "oplatek", la familia se une, se vuelven a reunir las personas más queridas. Es necesario extender esta imagen del "oplatek' y de la la vigilia a todas las familias polacas que están en la patria y fuera de sus fronteras. Hay que pensar en Polonia entera como una gran familia. En esta familia deben prevalecer la justicia y el amor; las fuerzas contrarias a éstas deben ser vencidas. Esta es la felicitación que dirijo durante el "oplatek" a todos mis compatriotas, tanto a los aquí presentes como a los que no están aquí con nosotros, pero están especialmente presentes en mi corazón estos días; o, mejor aún, están particularmente presentes en el corazón de toda la Iglesia. Que se sientan presentes en el corazón de la Iglesia, y que sientan la cercanía de todos sus hermanos y hermanas, de la sociedad y de las naciones. Y fortalecidos con esta convicción, celebren la Navidad del Señor con el espíritu de las mejores tradiciones de la patria.

(A todos los peregrinos de habla hispana)

Queridos hermanos y hermanas:

Agradezco vuestra felicitación navideña y saludo con afecto a todos los aquí presentes de lengua española, de modo particular al grupo catequista Dolores Sopeña, a los numerosos miembros de la peregrinación compuesta por españoles y mexicanos, así como a los peregrinos de Colombia y otros países latinoamericanos.

Dentro de unos días celebraremos la Natividad del Señor, la venida del Hijo de Dios para ser el Redentor del hombre. Es el gran misterio del acercamiento de Dios a nosotros, para así acercarnos a Él y revelarnos la medida de nuestra dignad; como hombres, como depositarios de una  vocación eterna, de unos valores que no acaban con nuestra dimensión terrena.

El Dios-con-nosotros, nacido en Belén por amor nuestro, es la gran elección del amor de Dios al hombre, a cada hombre. Preparémonos, pues, para celebrar en ese espíritu la Navidad. Abriendo nuestro corazón a los demás, sobre todo a los que sufren, a los necesitados,  a los que padecen por falta de paz. En el amor de Cristo que a todos nos hermana, descubramos de veras en cada hombre un hermano. Esa ha de ser la Navidad cristiana, no fiesta de consumismo, sino celebración del amor solidario.

Que el príncipe de la Paz os acompañe especialmente en las próximas Fiestas. Con mi cordial bendición apostólica.

 



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