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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 22 de diciembre de 1982

 

Hermanos y hermanas queridísimos:

1. Nos encontramos ya en el culmen del Adviento. La Iglesia, por medio de su liturgia, nos ha hecho meditar, estos días de gracia, en el misterio de la doble venida de Cristo: la venida en la humildad de nuestra naturaleza humana, y la de su parusía definitiva. Por tanto, la liturgia nos recomienda que el Señor, que nos concede prepararnos con alegría al misterio de su nacimiento, nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (cf. Prefacio de Adviento, II).

En este tiempo los cristianos estamos invitados a meditar los acontecimientos admirables y misteriosos de la Encarnación del Hijo de Dios que se hace humilde, pobre, débil, frágil, en la conmovedora realidad de un Niño envuelto en pañales y colocado en un pesebre.

Pero este Niño es precisamente el que guía, orienta, marca el comportamiento, las opciones y la vida de las personas que están a su lado o a quienes afecta de lleno su aparición. Está la anciana Isabel, que ha sentido florecer milagrosamente en su seno la vida de un hijo, esperado desde años, como una gracia del Señor: Juan el Bautista será el precursor del Mesías; está su marido Zacarías, cuya lengua se desata para cantar las grandes gestas de Dios en favor de su pueblo; están los pastores que pueden contemplar al Salvador, los Magos, desde años en búsqueda del Absoluto en los signos de los cielos y de los astros, y que se prosternan en adoración ante el recién Nacido, está el anciano Simeón, que ha esperado también desde hace mucho tiempo al Mesías, "luz de las gentes y gloria de Israel" (cf. Lc 2, 32); Ana, la venerada profetisa que exulta de júbilo por la "redención de Jerusalén " (cf. Lc 2, 38); José, el silencioso, vigilante, atento, tierno, paternal custodio y protector de la fragilidad del Niño; finalmente y, sobre todo Ella, la Madre, María Santísima, que ante el designio inefable de Dios se sumergió en su pequeñez, definiéndose "esclava" del Señor e insertándose con plena disponibilidad en el proyecto divino.

Pero al lado y alrededor de este Niño están, por desgracia, no sólo personas que lo han esperado, buscado, amado adorado; está también la muchedumbre indiferente de los peregrinos y de los habitantes de Belén, o, incluso el rey, potente y suspicaz, Herodes, que, con tal de mantener su poder, asesina a los pequeños inocentes con el propósito de eliminar al hipotético pretendiente al trono.

2. Ante el pesebre de Belén —como luego ante la cruz en el Gólgota— la humanidad hace ya una opción de fondo con relación a Jesús, una opción que, en último análisis, es la que el hombre está llamado a hacer improrrogablemente, día tras día, con relación a Dios, Creador y Padre. Y esto se realiza, ante todo y sobre todo, en el ámbito de lo íntimo de la conciencia personal. Aquí tiene lugar el encuentro entre Dios y el hombre.

Esta es la tercera venida, de la que hablan los Padres, o el "Adviento intermedio" analizado teológica y ascéticamente por San Bernardo: "En la primera venida, al Verbo se le vio en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua El mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, verá toda carne la salvación de Dios, y mirarán al que traspasaron. La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos lo ven en su interior, y así sus almas se salvan" (Sermo V, De medio adventu et triplici innovatione, 1: Opera, Ed. Cisterc., IV, 1966, pág. 188).

Este Adviento, en el que el hombre se inserta, impulsado por la gracia, imitando las actitudes interiores de todos los que esperaron, buscaron, creyeron y amaron a Jesús, está vivificado por la constante meditación y asimilación de la Palabra de Dios, que para el cristiano sigue siendo el primero y fundamental punto de referencia para su vida espiritual; está fecundado y animado por la plegaria de adoración y alabanza a Dios, de la cual son modelos incomparables los cánticos del "Benedictus" de Zacarías, el "Nunc dimittis" de Simeón, pero especialmente el "Magnificat" de María Santísima. Este Adviento interior se refuerza con la práctica constante de los sacramentos, en particular el de la reconciliación y el de la Eucaristía, que, purificándonos y enriqueciéndonos con la gracia de Cristo, nos hacen "hombres nuevos", en sintonía con la invitación urgente de Jesús: "Convertíos" (cf. Mt 3, 2; 4, 17; Lc 5, 32; Mc 1, 15).

En esta perspectiva, para nosotros, cristianos, cada día puede y debe ser Adviento, puede y debe ser Navidad. Porque, cuanto más purifiquemos nuestras almas, cuanto más espacio demos al amor de Dios en nuestro corazón, tanto más podrá venir y nacer en nosotros Cristo. "Isabel —escribe San Ambrosio— es colmada después de haber concebido, María, antes... Se alegra de que María no haya dudado, sino creído, y por esto, había conseguido el fruto de su fe. "Feliz", le dice "tú que has creído". Pero felices también vosotros, los que habéis oído y creído; pues toda alma creyente concibe y engendra la Palabra de Dios y reconoce sus obras. Que en todos resida el alma de María para glorificar al Señor; que en todos esté el espíritu de María para alegrarse en Dios" (Expos. Evang. sec. Lucam II, 23. 26: CCL 14, págs. 41, 42).

3. Por tanto, no podemos transformar y degradar la Navidad en una fiesta de inútil despilfarro, en una manifestación caracterizada por el fácil consumismo: la Navidad es la fiesta de la humildad, de la pobreza, Al desasimiento, del abajamiento del Hijo de Dios, que viene a darnos su amor infinito; por tanto, se debe celebrar con auténtico espíritu de compartir, de compartir con los hermanos que tienen necesidad de nuestra ayuda cariñosa. Debe ser una etapa fundamental para meditar sobre nuestra conducta con relación a; "Dios que viene"; y a este Dios que viene podemos encontrarlo en un niño indefenso que gime; en un enfermo que siente decaer inexorablemente las fuerzas de su cuerpo; en un anciano, que después de haber trabajado durante toda la vida, se halla de hecho marginado y soportado en nuestra sociedad moderna, basada sobre la productividad y el éxito.

En las Vísperas de hoy la Iglesia eleva a Cristo esta espléndida oración: "¡O Rex gentium et desideratus; earum, lapisque angularis, qui facis utraque unum: veni et salva hominem quem de limo formasti"! ¡Oh Cristo, Rey de las naciones, esperado y deseado durante siglos por la humanidad herida y dispersa por el pecado; Tú que eres la piedra angular sobre la que la humanidad puede volver a construirse a sí misma y recibir una definitiva e iluminadora guía para su caminar en la historia; Tú que has unificado, mediante tu entrega sacrificial al Padre, los pueblos divididos, ven y salva al hombre, mísero y grande, hecho por Ti "con barro de la tierra", y que lleva en sí tu imagen y semejanza!

Con estos deseos doy a todos los que estáis aquí mi felicitación afectuosa y cordial: ¡Feliz Navidad!

 



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