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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 27 de abril de 1983

 

1. La alegría pascual, que es la actitud habitual del cristiano y que, en este tiempo litúrgico, sentimos de una manera especial, no puede hacernos olvidar, queridísimos hermanos y hermanas, la inmensidad de los sufrimientos del mundo. Por lo demás, ¿acaso no es cierto que la resurrección de Cristo, de la que brota nuestra alegría, nos remite continuamente al misterio de su pasión? También la humanidad que, en la Pascua, ha sido introducida en el misterio de la pasión y de la resurrección del Salvador, está llamada a vivir continuamente el paso del sufrimiento a la alegría. Y más aún, según el designio divino, donde abundan más los sufrimientos, allí precisamente sobreabunda la alegría.

En su obra de reconciliación, el Hijo de Dios encarnado tomó voluntariamente sobre Sí el sufrimiento y la muerte, que los hombres habían merecido por sus pecados. Pero no nos ha exonerado de este sufrimiento y de esta muerte, porque quiere hacernos partícipes de su sacrificio redentor. Él ha cambiado el sentido del dolor: debería ser un castigo por las culpas cometidas; en cambio. ahora, en el Señor crucificado, se ha convertido en materia de una posible ofrenda al amor divino para la formación de una nueva humanidad.

Jesús corrigió la opinión que consideraba el sufrimiento únicamente como castigo por el pecado. Efectivamente, en la pregunta de los discípulos respecto al ciego de nacimiento, excluye que aquella enfermedad se derive del pecado, y afirma que tiene como motivo la manifestación de las obras de Dios, manifestación que tendrá lugar con el milagro de la curación y aún más con la adhesión del enfermo curado a la luz de la fe (cf. Jn 9, 3).

2. Para comprender el sentido del sufrimiento, no se debe mirar tanto al hombre pecador, cuanto más bien a Cristo Jesús, su Redentor. El Hijo de Dios que no había merecido el sufrimiento y que habría podido eximirse de él, en cambio, por amor nuestro, se comprometió a fondo en el camino del sufrimiento. Él soportó dolores de toda especie, tanto de orden físico como de orden moral. Entre los sufrimientos morales no están sólo los ultrajes, las acusaciones falsas y el desprecio de los enemigos, juntamente con la desilusión por la ruindad de los discípulos; estuvo también la misteriosa aflicción sufrida en lo íntimo del espíritu a causa del abandono del Padre. El sufrimiento invadió y envolvió todo el ser humano del Hijo encarnado.

La palabra "Aquí tenéis al hombre" (Jn 19, 5), que Pilato pronunció para apartar a los acusadores de su designio, mostrándoles el estado digno de conmiseración en que se hallaba Jesús, fue recogida y conservada por los cristianos como una invitación a descubrir un nuevo rostro del hombre. Jesús aparece como el hombre oprimido por el dolor, por el odio, por la violencia, por el escarnio, y reducido a la impotencia. En ese momento Él personificaba los sufrimientos más profundos de la humanidad. Jamás un hombre ha sufrido tan intensamente, tan completamente, y este hombre es el Hijo de Dios. En su rostro humano se transparenta una nobleza superior. Cristo realiza el ideal del hombre que, a través del dolor, lleva el valor de la existencia al nivel más alto.

3. Este valor no es únicamente el resultado del sufrimiento, sino del amor que en él se manifiesta. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13, 1). En el misterio de la pasión el amor de Cristo por nosotros alcanza su cumbre. Y precisamente desde esa cumbre se difunde una luz que ilumina y da sentido a todos los sufrimientos humanos. En la intención divina los sufrimientos están destinados a favorecer el crecimiento del amor y, por esto, a ennoblecer y enriquecer la existencia humana. El sufrimiento nunca es enviado por Dios con la finalidad de aplastar, ni disminuir a la persona humana, ni de impedir su desarrollo. Tiene siempre la finalidad de elevar la calidad de la vida, estimulándola a una generosidad mayor.

Ciertamente, siguiendo a Jesús, debemos esforzarnos por aliviar y, en cuanto sea posible, suprimir los sufrimientos de los que nos rodean. Durante su vida terrena, Jesús dio testimonio de su simpatía por todos los desdichados, y les prestó una ayuda eficaz, curando un gran número de enfermos y tullidos. Luego recomendó a sus discípulos que socorrieran a todos los desventurados reconociendo en cada uno de ellos su propio rostro.

Pero en los sufrimientos que nos afectan personalmente y que no podemos evitar, Cristo nos invita a captar la posibilidad de un amor más grande. Advierte a sus discípulos que estarán particularmente asociados a su pasión redentora: "En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará; vosotros os entristeceréis, pero vuestra tristeza se cambiará en gozo" (Jn 16, 20). Jesús no ha venido a instaurar un paraíso terrestre, de donde esté excluido el dolor. Los que están más íntimamente unidos a su destino, deben esperar el sufrimiento. Sin embargo, éste terminará en la alegría. Como el sufrimiento de la mujer que da a luz a su hijo (cf. Jn 16, 21).

El sufrimiento siempre es un breve paso hacia una alegría duradera (cf. Rom 8, 18), y esta alegría se funda en la admirable fecundidad del dolor. En el designio divino todo dolor es dolor de parto; contribuye al nacimiento de una nueva humanidad. Por tanto, podemos afirmar que Cristo, al reconciliar al hombre con Dios mediante su sacrificio, lo ha reconciliado con el sufrimiento, porque ha hecho de él un testimonio de amor y un acto fecundo para la creación de un mundo mejor.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

En esta audiencia, que se desarrolla en un marco de meditación de la Palabra revelada y de plegaria, a fin de disponer los espíritus a obtener los dones del Jubileo, dirijo mi cordial saludo a todos los aquí presentes de lengua española. De manera particular a las secretarias provinciales de la Compañía de Santa Teresa de Jesús (a quienes aliento a seguir con entusiasmo el ejemplo del beato Enrique de Ossó), y a los miembros de la peregrinación de la Comunidad Cristiana de Viudas, así como a los peregrinos venidos de Barcelona, de México y Argentina.

A todos dejo una breve reflexión espiritual, apropiada al tiempo de pascua en el que estamos y el la perspectiva del Año Santo. El Señor, cuando estaba para volver al Padre tras su resurrección, nos advirtió que tendríamos tristezas y dolor en nuestra vida terrena. Pero ese dolor no debe desalentarnos, sino ser un estímulo hacia el bien y la generosidad en favor de los demás, porque caminamos hacia un destino eterno, hacia una alegría perdurable que nadie podrá quitarnos. Que os aliente en el buen camino esa promesa del Maestro y la bendición que con afecto os imparto.

 



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