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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 17 de diciembre de 1986

 

El protoevangelio de la salvación

1. En la cuarta plegaria eucarística (canon IV), la Iglesia se dirige a Dios con las siguientes palabras: "Te alabamos, Padre santo, porque eres grande: porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor. A imagen tuya creaste al hombre y le encomendaste el universo entero, para que, sirviéndote sólo a Ti, su Creador, dominara todo lo creado. Y, cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte...".

En armonía con la verdad que expresa en esta plegaria la Iglesia, en la catequesis precedente pusimos de relieve el complejo contenido de las palabras del Gén 3, que constituyen la respuesta de Dios al primer pecado del hombre. En ese texto se habla de la lucha contra "las fuerzas de las tinieblas", en la que el hombre está comprometido a causa del pecado desde el comienzo de su historia en la tierra: pero al mismo tiempo se asegura que Dios no abandona al hombre a sí mismo, no lo deja "en poder de la muerte", reducido a ser "esclavo del pecado" (cf. Rom 6, 17). De hecho, dirigiéndose a la serpiente tentadora, Dios le dice así: "Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gén 3, 15).

2. Estas palabras del Génesis se han considerado como el "protoevangelio", o sea, como el primer anuncio del Mesías Redentor. Efectivamente, ellas dejan entrever el designio salvífico de Dios hacia el género humano, que después del pecado original se encontró en el estado de decadencia que conocemos (status naturae lapsae). Ellas expresan sobre todo lo que en el plan salvífico de Dios constituye el acontecimiento central. Ese mismo acontecimiento al que se refiere la IV plegaria eucarística antes citada, cuando se dirige a Dios con esta profesión de fe: "Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como Salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió nuestra condición humana en todo, menos en el pecado".

3. El anuncio del Gén 3 se llama "protoevangelio", porque ha encontrado su confirmación y su cumplimiento sólo en la Revelación de la Nueva Alianza, que es el Evangelio de Cristo. En la Antigua Alianza este anuncio se recordaba constantemente de diversos modos, en los ritos, en los simbolismos, en las plegarias, en las profecías, en la misma historia de Israel como "pueblo de Dios" orientado hacia un final mesiánico, pero siempre bajo el velo de la fe imperfecta y provisional del Antiguo Testamento. Cuando suceda el cumplimiento del anuncio en Cristo, se tendrá la plena revelación del contenido trinitario y mesiánico implícito en el monoteísmo de Israel. El Nuevo Testamento hará descubrir entonces el significado pleno de los escritos del Antiguo Testamento, según el famoso aforismo de San Agustín: "In vetere Testamento novum latet, in novo vetus patet", es decir, "En el Antiguo Testamento el Nuevo está latente, en el Nuevo el Antiguo resulta patente" (cf. Quaestiones in Heptateucum, II, 73).

El análisis del "protoevangelio" nos hace, pues, conocer, a través del anuncio y promesa contenidos en él, que Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte. Quiso tenderle la mano y salvarlo. Y lo hizo a su modo, a la medida de su santidad transcendente, y al mismo tiempo a la medida de una "compasión" tal, como podía demostrar solamente un Dios-Amor.

Las mismas palabras del "protoevangelio" expresan esa compasión salvífica, cuando anuncian la lucha ("¡Establezco enemistades!") entre aquel que representa "las fuerzas de las tinieblas" y Aquel que en el Génesis llama "estirpe de la mujer" ("su estirpe"). Es una lucha que se acabará con la victoria de Cristo ("te aplastará la cabeza"). Pero ésta será la victoria obtenida al precio del sacrificio de la cruz ("cuando tú le hieras en el talón"). El "misterio de la piedad" disipa el "misterio de la iniquidad". De hecho precisamente el sacrificio de la cruz nos hace penetrar en el mismo núcleo esencial del pecado, dejándonos captar algo de su misterio tenebroso. Nos guía de modo especial San Pablo en la Carta a los Romanos cuando escribe: " ...si por la desobediencia de uno, todos se convirtieron en pecadores, así, por la obediencia de uno, todos se convertirán en justos" (Rom 5, 19). " ...si el pecado de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la salvación y la vida" (Rom 5, 18).

5. En el "protoevangelio" en cierto sentido Cristo es anunciado por primera vez como "el nuevo Adán" (cf. 1 Cor 15, 45). Más aún, su victoria sobre el pecado obtenida mediante la "obediencia hasta la muerte de cruz" (cf. Fil 2, 8), comportará una abundancia tal de perdón y de gracia salvífica que superará desmesuradamente el mal del primer pecado y de todos los pecados de los hombres. Escribe también San Pablo: "Si por la culpa de uno murieron todos, mucho más, gracias a un solo hombre, Jesucristo, la benevolencia y el don de Dios desbordaron sobre todos" (Rom 5, 15).

Incluso sin dejar el terreno del "protoevangelio", se puede descubrir que en la suerte del hombre caído (status naturae lapsae) se introduce ya la perspectiva de la futura redención (status naturae redemptae).

6. La primera respuesta del Señor Dios al pecado del hombre, contenida en Gén 3, nos permite, pues, conocer desde el principio a Dios como infinitamente justo y al mismo tiempo infinitamente misericordioso. Él, desde el primer anuncio, se manifiesta como el Dios que "tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3, 16); que "mandó a su hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10); que "no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros" (Rom 8, 32).

Tenemos así la certeza de que Dios, que en su santidad transcendente aborrece el pecado, castiga justamente al pecador, pero en su inefable misericordia al mismo tiempo lo abraza con su amor salvífico. El "protoevangelio" ya anuncia esta victoria salvífica del bien sobre el mal, que se manifestará en el Evangelio mediante el misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado.

7. Hay que notar cómo en las palabras de Gén 3, 15 "Establezco enemistades", en cierto sentido se coloca en primer lugar a la mujer; "Establezco enemistades entre ti y la mujer". No: entre ti y el hombre, sino precisamente: entre ti y la mujer. Los comentaristas desde tiempos muy antiguos subrayan que aquí se opera un paralelismo significativo. El tentador —"la antigua serpiente"— se dirigió, según Gén 3, 4, primero a la mujer, y a través de ella consiguió su victoria. A su vez el Señor Dios, al anunciar al Redentor, constituye a la Mujer como primera "enemiga" del príncipe de las tinieblas. Ella ha de ser, en cierto sentido, la primera destinataria de la definitiva Alianza, en la que las fuerzas del mal serán vencidas por el Mesías, su Hijo ("su estirpe").

8. Este —repito— es un detalle especialmente significativo, si se tiene en cuenta que, en la historia de la Alianza, Dios se dirige antes que nada a los hombres (Noé, Abraham, Moisés). En este caso la precedencia parece ser de la Mujer, naturalmente por consideración a su Descendiente, Cristo. En efecto, muchísimos Padres y Doctores de la Iglesia ven en la Mujer anunciada en el "protoevangelio" a la Madre de Cristo, María. Ella es también la que por primera vez participa en esa victoria sobre el pecado lograda por Cristo: está, pues, libre del pecado original y de cualquier otro pecado, como en la línea de la Tradición subrayó ya el Concilio de Trento (cf. DS 1516; 1573) y, por lo que concierne especialmente al pecado original, Pío IX definió solemnemente, proclamando el Dogma de la Inmaculada Concepción (cf. DS 2803).

"No pocos antiguos Padres", como dice el Concilio Vaticano II (Const. Lumen Gentium, 56), en su predicación presentan a María, Madre de Cristo, como la nueva Eva (así como Cristo es el nuevo Adán, según San Pablo). María toma su sitio y constituye lo opuesto de Eva, que es "la madre de todos los vivientes" (Gén 3, 20), pero también la causa, con Adán, de la universal caída en el pecado, mientras que María es para todos "causa salutis" por su obediencia al cooperar con Cristo en nuestra redención (cf. Ireneo, Adv. haereses, III, 22, 4).

9. Magnifica es la síntesis que de esta doctrina de fe hace el Concilio, del que por ahora nos limitamos a referir un texto que puede ser el mejor sello a las catequesis sobre el pecado, que hemos desarrollado a la luz de la antigua fe y esperanza en el adviento del Redentor: "A la encarnación ha precedido la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas... Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo" (cf. Lumen Gentium 56)

"Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la anunciación como 'llena de gracia' (cf. Lc 1, 28), a la vez que Ella responde al mensajero celestial: 'He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1, 38). Así, María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios Omnipotente" (Lumen Gentium, 56).

En María y por María, así, se ha transformado la situación de la humanidad y del mundo, que han vuelto a entrar de algún modo en el esplendor de la mañana de la creación.


Saludos

Dirijo ahora mi más cordial saludo a los peregrinos de lengua española aquí presentes. En primer lugar, saludo con particular afecto a las Hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos que, provenientes de España, Paraguay, Argentina y Perú, tienen un Encuentro sobre la espiritualidad de su Fundador. Que el Señor os mantenga siempre fieles a vuestro carisma y disponibles a las necesidades de la Iglesia.

Me es grato saludar también a los dos grupos de Madrid, que vienen acompañados por el Señor Cardenal Arzobispo y los cuatro Obispos Auxiliares de esa comunidad eclesial. Que vuestra visita a la tumba del Apóstol Pedro acreciente vuestra vida de fe y os anime cada día más a ser testigos del amor de Cristo en vuestro ambiente.

A todos vosotros, así como a los demás peregrinos de España y de América Latina, imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



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