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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de diciembre de 1987

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. El Adviento, que comenzamos con la invitación apremiante de la Iglesia a vivir en la vigilancia y en la espera, está a punto de concluirse con el día de la fiesta tan deseado, porque es portador de alegría y de paz.

La liturgia nos ha preparado, creciendo poco a poco en intensidad, a la celebración inminente de la Santa Navidad, al mismo tiempo que ofrecía a nuestra reflexión y a nuestra oración los acontecimientos, los dichos y las personas, que han preparado el nacimiento en el tiempo del Verbo Encarnado.

La Palabra de Dios se ha hecho carne y no puede ser superada ni por palabras humanas ni por el ruido del mundo. Es Palabra omnipotente a la que nada puede ofuscar. Sin embargo, para que sea acogida debe encontrar corazones humildes puros, como el de la Virgen María. María reconoció su propia pequeñez ante Dios, a quien se había entregado totalmente, poniendo sólo en Él su confianza porque lo amaba sobre todas las cosas.

Fue precisamente éste el motivo por el que a Ella, la "llena de gracia", se le concedió la riqueza más preciosa, el Hijo de Dios, y en Ella se realizó en modo altísimo la bienaventuranza que Jesús mismo proclamara: "Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos". (Mt 5, 3).

Pidamos, por tanto, a la Madre del Redentor y Madre nuestra que haga partícipes también a nuestras almas de los mismos sentimientos que habitaban en Ella, los días anteriores a la Navidad de Cristo. Asombrados y confundidos por la humildad de Dios, por su generosidad para con nosotros, podremos así reconocer en el Niño, que yace en el pesebre, la amplitud, la altura y la profundidad del Amor divino. (cf. Ef 3, 18).

2. El clima inconfundible de serena espera, característico de estos días tan próximos a la fiesta que celebra la venida de Dios entre los hombres, enriquece con un significado particular la audiencia de hoy.

En esta circunstancia me es grato, queridísimos hermanos y hermanas, exhortaros a mantener despierto el sentido de la majestad de Dios. Esto no quiere decir tener miedo de Él, como si fuera un extraño o un rival, a la manera que lo presentan ciertas corrientes filosóficas de nuestra época. Simplemente, Dios exige que reconozcamos su amor sin límites y, llenos de su grandeza y bondad, vayamos a Él para adorarlo.

Acerquémonos, pues al Niño Jesús con fe grande y aprenderemos cada vez mejor de qué modo la humanidad entera es reconciliada en Él, vivificada y hecha grata al Padre. En Cristo, el Omnipotente nos concede un corazón capaz de conocerlo y de volver a Él (cf. Jer 24, 7), por el camino que indicó la "alegre noticia" de un Dios que se ha hecho Hombre para que el hombre pudiese llegar a Dios.

Peregrinos de fe y de amor, pongámonos en camino hacia Cristo. Él es la realización plena de las promesas del Padre.

3. Con este pensamiento me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes presentes en este encuentro, especialmente a los que habéis venido de la parroquia de Santa María Asunta de Montevecchio, Nocera Umbra. Propongo a vuestra reflexión e imitación el comportamiento de los pastores, que fueron los primeros en recibir de los Ángeles el anuncio del nacimiento del Salvador y acudieron presurosos a la gruta.

Para encontrar a Jesús, a María a José hay que ponerse en camino, dejando atrás compromisos, dobleces y egoísmos; hay que hacerse disponibles interiormente a las sugerencias que Él no dejará de provocar en todo corazón que sabe ponerse a la escucha. Es lo que os deseo en las próximas fiestas navideñas. Que paséis junto con el Niño Jesús y con su Madre Santísima, en serena alegría. estos días benditos.

Un saludo y una felicitación particular deseo dirigiros también a vosotros, queridísimos enfermos. Tengo ante los ojos, en este momento, todas las situaciones trágicas dolorosas de la tierra, a todos los enfermos y a todos los que sufren en sus casas o en los hospitales. Quisiera repetir con fuerza a todos y a cada uno las palabras de Jesús: "Ánimo, soy yo, no temáis" (Mc 6, 50).

El dolor no es necesariamente un castigo o una fatalidad; puede ser la ocasión providencial, aunque misteriosa, para que se manifiesten las obras de Dios (cf. Jn 9, 1-3). ¡Que el Niño Jesús os haga oír a todos vosotros, los que sufrís, su anuncio de paz!

Finalmente, os saludo con afecto también a vosotros, queridos nuevos esposos. Vuestra presencia me hace pensar en el año nuevo, que dentro de poco comenzará. También la humanidad se renueva cada día y la Providencia alimenta con nuevas vidas su Iglesia y el mundo.

Mirad a la gruta de Belén: las personas que veis en ella (cf. Lc 2, 16) pueden ser vuestro modelo y vuestro ejemplo. Como Jesús que ha venido no para ser servido, sino para servir, como María y José que lo han ofrecido a los hombres, así también vosotros aprended a daros, comunicando la felicidad y la alegría de las que Dios os ha colmado.

Con la ayuda materna de María, vuestra nueva familia sea una pequeña Iglesia en la que Jesús venga a nacer.

A vosotros y a todos los presentes deseo una feliz Navidad y de corazón os imparto mi bendición.


Saludos

La proximidad de la fiesta grande del Señor que viene, amadísimos hermanos y hermanas, es ocasión propicia para desear a todas las personas de lengua española una feliz Navidad.

La espera de toda la Iglesia durante estas semanas de Adviento acrecienta en nuestras almas el deseo de recibir al Niño Jesús, como lo deseó María, la joven virgen de Nazaret.

Que estos días tan entrañables de las fiestas navideñas sean motivo de encuentro fraterno y familiar. Que el Niño que nos va a nacer nos traiga esperanza, alegría, paz. “ La paz –en palabras de San León Magno– es la que engendra los hijos de Dios, alimenta el amor y origina la unidad; es el descanso de los bienaventurados y la mansión de la eternidad ”.

Dispongámonos, pues, a acoger la Palabra que se hace carne para habitar entre nosotros, y respondamos a su venida haciendo vida en cada uno, en la familia y en la sociedad su mensaje de amor, que es el único que puede salvar al mundo.

Mientras a todos bendigo de corazón repito: ¡Feliz Navidad!



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