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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 27 de julio de 1988

 

Jesús liberador: libera al hombre de la esclavitud del pecado

1. "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15): Estas palabras que dice Marcos al comienzo de su Evangelio, resumen y esculpen lo que vamos explicando en este ciclo de catequesis cristológicas sobre la misión mesiánica de Jesucristo. Según esas palabras, Jesús de Nazaret es el que anuncia la "cercanía del reino de Dios" en la historia terrena del hombre. Es aquel con el cual ha entrado el reino de Dios de modo definitivo e irrevocable en la historia de la humanidad, y tiende, a través de esta "plenitud del tiempo", hacia el cumplimiento escatológico en la eternidad de Dios mismo.

Jesucristo "transmite" el reino de Dios a los Apóstoles. En ellos se apoya el edificio de su Iglesia la cual, después de su partida, ha de continuar la propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 21. 22).

2. En este contexto se debe considerar lo que hay de esencial en la misión mesiánica de Jesús. El Símbolo de la fe lo expresa con estas palabras: "Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo" (Símbolo niceno-constantinopolitano). Lo esencial en toda la misión de Cristo es la obra de la salvación, que está indicada "en el mismo nombre de Jesús" (Yeshûa' = Dios salva), que se le puso en la anunciación del nacimiento del Hijo de Dios, cuando el Ángel dijo a José: "(María) dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). Con estas palabras, que José oyó en sueños, se repite lo que María había oído en la Anunciación: "Le pondrás por nombre Jesús" (Lc 1, 31). Muy pronto los ángeles anunciaron a los pastores, en los alrededores de Belén, la llegada al mundo del Mesías (= Cristo) como Salvador: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es Cristo el Señor" (Lc 2, 11): "...porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21).

3. "Salvar" quiere decir: liberar del mal. Jesucristo es el Salvador del mundo porque ha venido a liberar al hombre de ese mal fundamental, que ha invadido la intimidad del hombre a lo largo de toda su historia, después de la primera ruptura de la alianza con el Creador. El mal del pecado es precisamente este mal fundamental que aleja de la humanidad la realización del reino de Dios. Jesús de Nazaret, que desde el principio de su misión anuncia la "cercanía del reino de Dios", viene como Salvador. Él no sólo anuncia el reino de Dios, sino que elimina el obstáculo esencial a su realización, que es el pecado enraizado en el hombre según la herencia original, y que fomenta en él los pecados personales ( formes peccati). Jesucristo es el Salvador en este sentido fundamental de la palabra: llega a la raíz del mal que hay en el hombre, la raíz que consiste en volver las espaldas a Dios, aceptando el dominio del "padre de la mentira" (cf. Jn 8, 44) que, como "príncipe de las tinieblas" (cf. Col 1, 13) se ha hecho, por medio del pecado (y siempre se hace de nuevo), el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11).

4. El significado más inmediato de la obra de la salvación, que ya se ha revelado con el nacimiento de Jesús, lo expresará Juan el Bautista en el Jordán. Pues, al señalar en Jesús de Nazaret al que "tenía que venir", dirá: "He aquí el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). En estas palabras se contiene una clara referencia a la imagen de Isaías del Siervo sufriente del Señor. El Profeta habla de Él como del "cordero" que es llevado al matadero, y Él, en silencio ("oveja muda": Is 53, 7), acepta la muerte, por medio de la cual "justificará a muchos, y las culpas de ellos él soportará" (Is 53, 11). Así la definición "cordero de Dios que quita el pecado del mundo", enraizada en el Antiguo Testamento, indica que la obra de la salvación -es decir, la liberación de los pecados-se llevará a cabo a costa de la pasión y de la muerte de Cristo. El Salvador es al mismo tiempo el Redentor del hombre (Redemptor hominis). Realiza la salvación a costa del sacrificio salvífico de Sí mismo.

5. Todo ello, incluso antes de realizarse en los acontecimientos de la Pascua de Jerusalén, encuentra expresión, paso a paso, en toda la predicación de Jesús de Nazaret, como leemos en los Evangelios: "El Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). "El Hijo del hombre... no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45, Mt 20, 28). Aquí se descubre fácilmente la referencia a la imagen de Isaías referente al Siervo de Yavé. Y si el Hijo del hombre, en toda su forma de actuar, se da a conocer como "amigo de los publicanos y de los pecadores" (Mt 11, 19), con ello no hace más que poner de relieve la característica "Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve con El" (Jn 3, 17).

6. Estas palabras del Evangelio de Juan, el último que se escribió, reflejan lo que aparece en todo el desarrollo de la misión de Jesús, la cual encuentra confirmación al final en su pasión, muerte y resurrección. Los autores del Nuevo Testamento ven agudamente, a través del prisma de este acontecimiento definitivo -el misterio pascual-, la verdad de Cristo, que ha realizado la liberación del hombre del mal principal, el pecado, mediante la redención. El que ha venido a "salvar a su pueblo" (cf. Mt 1, 21), "Cristo Jesús, hombre... se entregó como rescate por todos" (1 Tim 2, 5-6). "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo... para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibiéramos la filiación adoptiva" (cf. Gál 4, 4-5). En Él "tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los delitos" (Ef 1, 7).

Este testimonio de Pablo se completa con las palabras de la Carta a los Hebreos: " Cristo penetró en el santuario una vez para siempre... consiguiendo una redención eterna... quien por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios" (Heb 9, 12. 14).

7. Las Cartas de Pedro son también unívocas como el corpus paulinum: "Habéis sido rescatados, no con algo caduco, oro o plata, sino con una sangre preciosa, como de cordero sin tacha y sin mancilla" (1 Pe 1, 18-19). "El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados" (1 Pe 2, 24-25).

El "rescate por todos" -el infinito "coste" de la Sangre del Cordero-, la redención "eterna": este conjunto de conceptos, contenidos en los escritos del Nuevo Testamento, nos hace descubrir en sus mismas raíces la verdad sobre Jesús (= Dios salva), el cual, como Cristo (= Mesías, Ungido) libera a la humanidad del mal del pecado, enraizado por herencia en el hombre y cometido siempre de nuevo. Cristo-liberador: El que libera ante Dios. Y la obra de la redención es también la "justificación" obrada por el Hijo del hombre, como "mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim 2, 5) con el sacrificio de Sí mismo, en nombre de todos los hombres.

8. El testimonio del Nuevo Testamento es particularmente fuerte. Contiene no sólo una limpia imagen de la verdad revelada sobre la "liberación redentora", sino que se remonta a su altísima fuente, que se encuentra en el mismo Dios. Su nombre es Amor.

Esto es lo que dice Juan: "En esto consiste el amor: No en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10). Pues "la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1, 7). "Él es víctima de propiciación por nuestros pecados; no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1 Jn 2, 2). "...Él se manifestó para quitar los pecados y en Él no hay pecado" (1 Jn 3, 5). En esto precisamente se contiene la revelación más completa del amor con que Dios amó al hombre: esta revelación se ha realizado en Cristo y por medio de Él. "En esto hemos conocido lo que es amor: en que Él dio su vida por nosotros..." (1 Jn 3, 16).

9. En todo esto encontramos una coherencia sorprendente, casi una profunda "lógica" de la Revelación, que une los dos Testamentos entre sí -desde Isaías a la predicación de Juan en el Jordán- y nos llega a través de los Evangelios y los testimonios de las Cartas apostólicas. El Apóstol Pablo expresa a su modo lo mismo que está contenido en las Cartas de Juan. Después de haber observado que "apenas hay quien muera por un justo", declara: "La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros pecadores, murió por nosotros" (Rom 5, 7-8).

Por lo tanto, la redención es el regalo de amor por parte de Dios en Cristo. El Apóstol es consciente de que su "vida en la carne" es la vida "en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gál 2, 20). En el mismo sentido, el autor del Apocalipsis ve las falanges de la futura Jerusalén como aquellos que al venir de la "gran tribulación han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del cordero" (Ap 7, 14).

10. La "sangre del Cordero": Con este don del amor de Dios en Cristo, totalmente gratuito, comienza la obra de la salvación, es decir, la liberación del mal del pecado, en la que el reino de Dios "se ha acercado" definitivamente, ha encontrado una nueva base, ha comenzado su realización en la historia del hombre.

Así la Encarnación del Hijo de Dios tiene su fruto en la redención. En la noche de Belén "nació" realmente el "Salvador" del mundo (Lc 2, 11).


Saludos

Presento ahora mi más cordial saludo a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España.

En particular, a la numerosa peregrinación salesiana procedente de México, a los miembros de la “Orden de María” y del movimiento “Regnum Christi”; así como a los componentes del grupo folklórico “Los Pucareños”, de Argentina, y a las peregrinaciones españolas de Barcelona, Zaragoza y Palma de Mallorca.

A todos bendigo de corazón.



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