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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 25 de noviembre de 1992

 

Pedro y sus sucesores, cimiento de la Iglesia de Cristo

(Lectura:
evangelio de san Mateo, capítulo 16, versículos 13-19)

1. Hemos visto que, según la enseñanza del Concilio, que resume la doctrina tradicional de la Iglesia, existe un «cuerpo episcopal, que sucede al colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral» y que, más aún, este colegio episcopal «como continuación del cuerpo apostólico, junto con su cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal, si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice» (Lumen gentium, 22).

Este texto del concilio Vaticano II nos habla del ministerio petrino del Obispo de Roma en la Iglesia, en cuanto cabeza del colegio episcopal. A este aspecto tan importante y sugestivo de la doctrina católica le dedicaremos la serie de catequesis que hoy comenzamos, proponiéndonos hacer una exposición clara y razonada, en la que el sentimiento de la modestia personal se una al de la responsabilidad que deriva del mandato de Jesús a Pedro y, en particular, de la respuesta del Maestro divino a su profesión de fe, en las cercanías de Cesarea de Filipo (Mt 16, 13-19).

2. Volvamos a examinar el texto y el contexto de ese importante diálogo, que nos transmite el evangelista Mateo. Después de haber preguntado: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (Mt 16, 13), Jesús hace una pregunta más directa a sus Apóstoles: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo? «(Mt 16, 15). Ya es significativo el hecho de que sea precisamente Simón el que responda en nombre de los Doce: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Se podría pensar que Simón actúa como portavoz de los Doce, por estar dotado de una personalidad más vigorosa e impulsiva. Tal vez, de alguna manera, también ese factor influyó algo. Pero Jesús atribuye la respuesta a una revelación especial hecha por el Padre celeste: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos (Mt 16, 17). Más allá y por encima de todos los elementos vinculados al temperamento, al carácter, al origen étnico o a la condición social («la carne y la sangre»), Simón recibe una iluminación e inspiración de lo alto, que Jesús califica como «revelación». Y precisamente en virtud de esta revelación Simón hace la profesión de fe en nombre de los Doce.

3. Entonces se produce la declaración de Jesús que, ya con la solemnidad de la forma, deja traslucir el significado comprometedor y constitutivo que el Maestro pretende darle: «Y yo te digo que tú eres Pedro» (Mt 16, 18). Sí, la declaración es solemne: «Yo te digo»; compromete la autoridad soberana de Jesús. Es una palabra de revelación, y de revelación eficaz, que realiza lo que dice.

Simón recibe un nombre nuevo, signo de una nueva misión. San Marcos (3, 16) y san Lucas (6, 14), en el relato de la elección de los Doce, nos confirman el hecho de la imposición de este nombre. También Juan nos lo refiere, precisando que Jesús hizo uso de la palabra aramaica «Kefas», que en griego se traduce por Petros (cf. Jn 1, 42).

Tengamos presente que el término aramaico Kefas (Cefas), usado por Jesús, así como el término griego petra que lo traduce, significan «roca». En el sermón de la montaña Jesús puso el ejemplo del «hombre prudente que edificó su casa sobre roca» (Mt 7, 24). Dirigiéndose ahora a Simón, Jesús le declara que, gracias a su fe, don de Dios, él tiene la solidez de la roca sobre la cual es posible construir un edificio, indestructible. Jesús manifiesta, también, su decisión de construir sobre esa roca un edificio indestructible, a saber, su Iglesia.

En otros pasajes del Nuevo Testamento encontramos imágenes análogas, aunque no idénticas. En algunos textos Jesús mismo es llamado, no la «roca» sobre la que se construye, sino la «piedra» con la que se realiza la construcción: «piedra angular», que asegura la cohesión del edificio. El constructor, en ese caso, no es Jesús, sino Dios Padre (cf. Mt 12, 10-11; 1 P 2, 4-7). Las dos perspectivas, por tanto, son diferentes.

En una tercera perspectiva se coloca el apóstol Pablo, cuando recuerda a los corintios que «como buen arquitecto» él puso «el cimiento» de su Iglesia, y precisa luego que ese cimiento es «Jesucristo» (cf. 1 Co 3, 10-11).

Con todo, en esas tres perspectivas diversas se puede descubrir una semejanza de fondo, que permite concluir que Jesús, con la imposición de un nombre nuevo, hizo partícipe a Simón Pedro de su propia cualidad de cimiento. Entre Cristo y Pedro existe una relación institucional, que tiene su raíz en la realidad profunda donde la vocación divina se traduce en misión específica conferida por el Mesías.

4. Jesús afirma a continuación: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18). Estas palabras atestiguan la voluntad de Jesús de edificar su Iglesia, con una referencia esencial a la misión y al poder específicos que él, a su tiempo, conferiría a Simón. Jesús define a Simón Pedro como cimiento sobre el que construirá su Iglesia. La relación Cristo-Pedro se refleja, así, en la relación Pedro-Iglesia. Le confiere valor y aclara su significado teológico y espiritual, que objetiva y eclesialmente está en la base del jurídico.

Mateo es el único evangelista que nos refiere esas palabras, pero a este respecto es preciso recordar que Mateo es también el único que recogió recuerdos de particular interés acerca de Pedro (cf. Mt 14, 28-31), tal vez por pensar en las comunidades para las que escribía su evangelio, y a las que quería inculcar el concepto nuevo de la «asamblea convocada» en el nombre de Cristo, presente en Pedro.

Por otra parte, también los otros evangelistas confirman el «nuevo nombre» de Pedro, que dio Jesús a Simón, sin ninguna discrepancia con el significado del nombre que explica Mateo. Y, por lo demás, tampoco se ve qué otro significado podría tener.

5. El texto del evangelista Mateo (16, 15-18), que presenta a Pedro como cimiento de la Iglesia, ha sido objeto de muchas discusiones ―que sería muy largo referir―, y también de negaciones, que, más que de pruebas basadas en los códices bíblicos y en la tradición cristiana, surgen de la dificultad de entender la misión y el poder de Pedro y de sus sucesores. Sin adentrarnos en pormenores, contentémonos aquí con hacer notar que las palabras de Jesús referidas por Mateo tienen un timbre netamente semítico, que se advierte también en las traducciones griega y latina; y que, además, implican una novedad inexplicable en el mismo contexto cultural y religioso judaico en que las presenta el evangelista. En efecto, a ningún jefe religioso del judaísmo de la época se le atribuye la cualidad de piedra fundamental. Jesús, en cambio, la atribuye a Pedro. Ésta es la gran novedad introducida por Jesús. No podía ser el fruto de una invención humana, ni en Mateo, ni en autores posteriores.

6. Debemos precisar también que la «Piedra» de la que habla Jesús es precisamente la persona de Simón, Jesús le dice: «Tú eres Kefas». El contexto de esta declaración nos da a entender aún mejor el sentido de aquel «Tú-persona». Después de que Simón declarara quién es Jesús, Jesús declara quién es Simón según su proyecto de edificación de la Iglesia. Es verdad que Simón es llamado Piedra después de la profesión de fe, y que ello implica una relación entre la fe y la misión de piedra, conferida a Simón. Pero la cualidad de piedra se atribuye a la persona de Simón, y no a un acto suyo, por más noble y grato que fuera para Jesús. La palabra piedra expresa un ser permanente, subsistente; por consiguiente, se aplica a la persona, más que a un acto suyo, necesariamente pasajero. Lo confirman las palabras sucesivas de Jesús, que proclama que las puertas del infierno, o sea, las potencias de muerte, no prevalecerán «contra ella». Esta expresión puede referirse a la Iglesia o a la piedra. En todo caso, según la lógica del discurso, la Iglesia fundada sobre la piedra no podrá ser destruida. La duración de la Iglesia está vinculada a la piedra. La relación Pedro-Iglesia repite en sí el vínculo entre la Iglesia y Cristo. Jesús, en efecto, dice: «Mi Iglesia». Eso significa que la Iglesia será siempre Iglesia de Cristo, Iglesia que pertenece a Cristo. No se convierte en la Iglesia de Pedro, sino, como Iglesia de Cristo, está construida sobre Pedro, que es Kefas en el nombre y por virtud de Cristo.

7. El evangelista Mateo refiere otra metáfora a la que recurre Jesús para explicar a Simón Pedro ―y a los demás Apóstoles― lo que quiere hacer de el: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos» (Mt 16, 19). También aquí notamos en seguida que, según la tradición bíblica, es el Mesías quien posee las llaves del reino. En efecto, el Apocalipsis, recogiendo expresiones del profeta Isaías, presenta a Cristo como «el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir» (Ap 3, 7). El texto de Isaías (22, 22), que alude a un cierto Elyaquim, es considerado como una expresión profética de la era mesiánica, en la que la «llave» sirve para abrir o cerrar no la casa de David (como edificio o como dinastía), sino el «reino de los cielos»: la realidad nueva y trascendente, anunciada y traída por Jesús.

En efecto, Jesús es quien, según la carta a los Hebreos, con su sacrificio «penetró en el santuario celeste» (cf. 9, 24): posee sus llaves y abre su puerta. Estas llaves Jesús las entrega a Pedro, quien, por consiguiente, recibe el poder sobre el reino, poder que ejercerá en nombre de Cristo, como su mayordomo y jefe de la Iglesia, casa que recoge a los creyentes en Cristo, los hijos de Dios.

8. Jesús dice a Pedro: «lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16, 19). Es otra comparación utilizada por Jesús para manifestar su voluntad de conferir a Simón Pedro un poder universal y completo, garantizado y autenticado por una aprobación celeste. No se trata sólo del poder enunciar afirmaciones doctrinales o dar directrices generales de acción: según Jesús, es poder «de desatar y de atar», o sea, de tomar todas las medidas que exija la vida y el desarrollo de la Iglesia. La contraposición «atar-desatar» sirve para mostrar la totalidad del poder.

Ahora bien, es preciso añadir enseguida que la finalidad de este poder consiste en abrir el acceso al reino, no en cerrarlo: «abrir», esto es, hacer posible el ingreso al reino de los cielos, y no ponerle obstáculos, que equivaldrían a «cerrar». Esa es la finalidad propia del ministerio petrino, enraizado en el sacrificio redentor de Cristo, que vino para salvar y ser puerta y pastor de todos en la comunión del único redil (cf. Jn 10, 7. 11. 16). Mediante su sacrificio, Cristo se ha convertido en «la puerta de las ovejas», cuya figura era la puerta construida por Elyasib, sumo sacerdote, con sus hermanos sacerdotes, que se encargaron de reconstruir las murallas de Jerusalén, a mediados del siglo V antes de Cristo (cf. Ne 3, 1). El Mesías es la verdadera puerta de la nueva Jerusalén, construida con su sangre derramada en la cruz. Y precisamente las llaves de esta puerta son las que Jesús confía a Pedro, para que sea el ministro de su poder salvífico en la Iglesia.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Doy mi más cordial bienvenida a esta Audiencia a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.

En particular, al grupo de sacerdotes capuchinos, a las Religiosas Adoratrices y de la Inmaculada Concepción, así como a las peregrinaciones de México y Argentina.

A todos imparto con afecto la bendición apostólica.



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