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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 19 de octubre de 1994

 

La promoción de las vocaciones a la vida consagrada

1. Al tratar de la fundación de la vida consagrada por parte de Jesucristo, hemos recordado las llamadas que realizó desde el comienzo de su vida pública, explicitadas generalmente con la palabra: Sígueme. Su solicitud al hacer esos llamamientos, muestra que atribuía gran importancia para la vida de la Iglesia a ese seguimiento evangélico. Jesús vinculaba ese seguimiento con los consejos de vida consagrada, deseando que, mediante ellos, sus discípulos llegaran a conformarse con él, conformación que constituye la esencia de la santidad evangélica (cf. Veritatis splendor, 21). De hecho, la historia testimonia que las personas consagradas ―sacerdotes, religiosos, religiosas y miembros de otros institutos y movimientos análogos― han desempeñado un papel esencial en la expansión de la Iglesia, así como en los progresos de su santidad y de su caridad.

En la Iglesia de hoy las vocaciones a la vida consagrada no tienen menos importancia que en los siglos pasados. Por desgracia, en muchos lugares se constata que su número no basta para responder a las necesidades de las comunidades y de su apostolado. No es exagerado afirmar que para algunos institutos ese problema se plantea de modo tan dramático, que pone en peligro su supervivencia. Aunque no queramos compartir las previsiones pesimistas para un futuro no lejano, ya hoy se comprueba que, por falta de personal, algunas comunidades se han visto obligadas a renunciar a obras destinadas normalmente a producir abundantes frutos espirituales, y que, en general, a causa de la disminución de las vocaciones se reduce la presencia activa de la Iglesia en la sociedad, con notables daños en todos los campos.

La actual escasez de vocaciones en algunas zonas del mundo constituye un desafío que hay que afrontar con decisión y valentía, con la certeza de que Jesucristo, que durante su vida terrena lanzó tantos llamamientos a la vida consagrada, sigue dirigiéndolos aún en el mundo actual, y obtiene a menudo respuestas generosas de adhesión, como muestra la experiencia diaria. Dado que conoce las necesidades de la Iglesia, no cesa de dirigir su invitación: Sígueme, en especial a los jóvenes, a quienes su gracia hace sensibles ante el ideal de una vida entregada plenamente.

2. Por lo demás, la falta de obreros para la mies de Dios constituía, ya en los tiempos evangélicos, un desafío para Jesús mismo. Su ejemplo nos permite comprender que el número demasiado escaso de consagrados es una situación inherente a la condición del mundo, y no sólo un hecho accidental debido a las circunstancias actuales. El Evangelio nos muestra que Jesús, recorriendo ciudades y aldeas, sentía compasión por las muchedumbres, porque «estaban fatigados y decaídos, como ovejas sin pastor» (Mt 9, 36). Procuraba aliviar esa situación, brindando su enseñanza a la muchedumbre (cf. Mc 6, 34), pero quería que sus discípulos participaran en la solución de ese problema, invitándolos, ante todo, a la oración: «Rogad [...] al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). Según el contexto, esta oración está destinada a asegurar a la gente un número mayor de pastores. Pero la expresión «obreros de la mies» puede tener un sentido más amplio, designando a todos los que trabajan por el desarrollo de la Iglesia. En ese caso, la oración quiere obtener también un número mayor de consagrados.

3. El acento que se pone en la oración es sorprendente. Dada la iniciativa soberana de Dios en las llamadas, se podría pensar que sólo el Dueño de la mies, independientemente de cualquier otra intervención o colaboración, debe proveer al número de los obreros. Por el contrario, Jesús insiste en la cooperación y la responsabilidad de sus seguidores. También a nosotros, hombres de hoy, nos enseña que podemos y debemos influir con la oración en el número de las vocaciones. El Padre acoge esa oración, porque la desea y la espera, y él mismo la hace eficaz. En los tiempos y lugares donde es más grave la crisis de las vocaciones, mayor será la necesidad de esa oración. Pero debe subir al cielo en todo tiempo y lugar. Por tanto, toda la Iglesia y todos los cristianos tienen siempre una responsabilidad en este campo.

La oración debe ir acompañada por la promoción a fin de que aumenten las respuestas a la llamada divina. También en esto el Evangelio nos proporciona el primer modelo. Después de su primer contacto con Jesús, Andrés le lleva a su hermano Simón (cf. Jn 1, 42). Desde luego, Jesús es quien se muestra soberano en la llamada dirigida a Simón, pero Andrés, por iniciativa suya, desempeñó un papel decisivo en el encuentro de Simón con el Maestro: «Éste es el núcleo de toda la pastoral vocacional de la Iglesia» (Pastores dabo vobis, 38).

4. La promoción de las vocaciones puede realizarse mediante iniciativas individuales como la de Andrés, o mediante actividades colectivas, como sucede en muchas diócesis, en las que se ha desarrollado la pastoral de las vocaciones. Esta promoción vocacional no busca en absoluto limitar la libertad de elección que cada uno tiene con respecto a la orientación de su propia vida. De aquí que la promoción evite toda forma de coacción o de presión sobre la decisión de cada uno. Pero quiere iluminar a todos en su elección, y mostrar a cada uno en particular el camino abierto en su vida por el sígueme del Evangelio. Los jóvenes, sobre todo, necesitan y tienen derecho a recibir esa luz. Por otra parte, no cabe duda de que es preciso cultivar y reforzar las semillas de la vocación, especialmente en los jóvenes. La vocación debe desarrollarse y crecer: esto sólo sucede, por lo general, cuando se garantizan condiciones favorables para ese desarrollo y ese crecimiento. Este es el objetivo de las instituciones para las vocaciones y de las diversas iniciativas, reuniones, retiros, grupos de oración, etc., que promueve la Obra de las vocaciones. Nunca será suficiente lo que se haga en favor de la pastoral de las vocaciones, aunque toda iniciativa humana debe emprenderse siempre con la convicción de que, en definitiva, la soberanía divina es la que decide sobre la llamada de cada uno.

5. Una forma fundamental de colaboración es el testimonio de los mismos consagrados, que ejerce una atracción eficaz y saludable. La experiencia muestra que, frecuentemente, el ejemplo de un religioso o de una religiosa actúa de modo decisivo en la orientación de una personalidad joven, que, en su fidelidad, coherencia y alegría, descubre la concreción de un ideal de vida. En especial, las comunidades religiosas no pueden atraer a los jóvenes, si no es mediante un testimonio colectivo de consagración auténtica, vivida en la alegría de la entrega personal a Cristo y a los hermanos.

6. Por último, hay que destacar la importancia de la familia como ambiente de vida cristiana en el que la vocación puede desarrollarse y crecer. Invito, una vez más, a los padres cristianos a orar para obtener que Cristo llame a alguno de sus hijos a la vida consagrada. A los padres cristianos corresponde formar una familia en la que se aprecien, se cultiven y se vivan los valores evangélicos, y en la que una vida cristiana auténtica pueda elevar las aspiraciones de los jóvenes. Gracias a esas familias la Iglesia seguirá siendo generadora de vocaciones. Por eso, pide a las familias que colaboren en la respuesta al Dueño de la mies, que a todos nos exige el esfuerzo por enviar nuevos obreros a su mies.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora cordialmente a los peregrinos de lengua española presentes en esta Audiencia. En particular, a las Antiguas Alumnas del Sagrado Corazón, del colegio madrileño de Chamartín y del de la Coruña.

Saludo también a los diversos grupos latinoamericanos de México, Argentina y Colombia.

Al exhortaros a todos a colaborar en la promoción de las vocaciones a la vida consagrada, os imparto con afecto mi bendición apostólica.



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