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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 8 de febrero de 1995

 

La vida consagrada, signo y testimonio del reino de Cristo

1. Después de haber descrito la vocación religiosa, el concilio Vaticano II afirma: «Así, pues, la profesión de los consejos evangélicos aparece como un símbolo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana» (Lumen gentium, 44). Eso significa que el compromiso radical de los consagrados en el seguimiento de Cristo impulsa a todos los cristianos a tomar mayor conciencia de su llamada y a apreciar mejor su belleza; les ayuda a aceptar con alegría los deberes que forman parte de su vocación, y los estimula a asumir tareas que respondan a las necesidades concretas de la actividad apostólica y caritativa. La vida consagrada es, por consiguiente, un signo que fortalece el impulso de todos al servicio del Reino.

2. Tratemos de profundizar en el contenido de esta enseñanza conciliar. Ante todo, podemos decir que el estado religioso hace presente, en el momento actual, como en todos los tiempos de la historia cristiana, la forma de vida que asumió el Hijo de Dios encarnado. Por ello, ayuda a descubrir mejor al Cristo del Evangelio (cf. Lumen gentium, 44).

Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por él, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo demás. Por esta razón, tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como «apostólica vivendi forma». Más aún, a ejemplo de Pedro, Juan, Santiago, Andrés y los demás Apóstoles, los consagrados imitan y repiten la vida evangélica que vivió y propuso el Maestro divino, testimoniando el Evangelio como realidad siempre viva en la Iglesia y en el mundo. En este sentido, también ellos realizan las palabras de Jesucristo a los Apóstoles: «Seréis mis testigos» (Hch 1, 8).

3. «El estado religioso -añade el Concilio- proclama de modo especial la elevación del reino de Dios sobre todo lo terreno y sus exigencias supremas; muestra también ante todos los hombres la soberana grandeza del poder de Cristo glorioso y la potencia infinita del Espíritu Santo, que obra maravillas en la Iglesia» (Lumen gentium, 44). En otras palabras, la vida de acuerdo con los consejos evangélicos manifiesta la majestad sobrenatural y trascendente del Dios uno y trino y, en particular, la sublimidad del plan del Padre que ha querido la entrega total de la persona humana como respuesta filial a su amor infinito. Revela la fuerza de atracción de Cristo, Verbo encarnado, que penetra toda la existencia para ennoblecerla en la más elevada participación en el misterio de la vida trinitaria; al mismo tiempo, es signo del poder transformador del Espíritu Santo, que derrama en todas las almas los dones del Amor eterno, obra en ellas todas las maravillas de la acción redentora, e impulsa hacia la más alta cima la respuesta humana de fe y obediencia en el amor filial.

4. Por estas mismas razones, la vida consagrada es signo y testimonio del auténtico destino del mundo, que va mucho más allá de todas las perspectivas inmediatas y visibles, incluso legítimas y debidas, para los fieles llamados a un compromiso de carácter secular: según el Concilio, «los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas» (Lumen gentium, 31).

El estado religioso tiende a poner en práctica y ayuda a descubrir y amar las bienaventuranzas evangélicas, mostrando la felicidad profunda que se obtiene mediante renuncias y sacrificios. Se trata de un testimonio preclaro, como dice el Concilio, porque refleja algo de la luz divina que encierra la palabra, la llamada, los consejos de Jesús. Además, se trata de un testimonio inestimable, porque los consejos evangélicos, como el celibato voluntario o la pobreza evangélica, constituyen un estilo particular de vida, que tiene un valor incalculable para la Iglesia y una eficacia inigualable para todos los que en el mundo, más o menos directa o conscientemente, buscan el reino de Dios. Y, por último se trata de un testimonio vinculado al estado religioso como tal: por eso, es normal verlo resplandecer en nobles figuras de religiosos que con una entrega plena de su ser y de su vida responden con fidelidad a su vocación.

5. La vida consagrada es también un reclamo al valor de los bienes celestiales que el cristianismo enseña a considerar ya presentes en la perspectiva del misterio de Cristo, Hijo de Dios que bajó del cielo a la tierra y ascendió al cielo como primicia -nuevo Adán- de la nueva humanidad llamada a participar en la gloria divina. Es la doctrina que expone el Concilio en un pasaje bellísimo: «Y como el pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura, el estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas, cumple también mejor, sea la función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial» (Lumen gentium, 44).

Los consejos evangélicos tienen, por consiguiente, un significado escatológico y, en particular, el celibato consagrado anuncia la vida del más allá y la unión con Cristo Esposo; la pobreza proporciona un tesoro en el cielo; el compromiso de la obediencia abre el camino a la posesión de la perfecta libertad de los hijos de Dios en la conformidad con la voluntad del Padre celestial.

Así pues, los consagrados son signos y testigos de una anticipación de vida celestial en la vida terrena, que no puede hallar en sí misma su perfección, sino que debe orientarse cada vez más a la vida eterna: un futuro ya presente, en germen, en la gracia generadora de esperanza.

6. Por todas estas razones, la Iglesia quiere que la vida consagrada florezca siempre, para revelar mejor la presencia de Cristo en su Cuerpo místico, donde hoy vive renovando en sus seguidores los misterios que nos revela el Evangelio. En particular, resulta importante para el mundo actual el testimonio de la castidad consagrada: testimonio de un amor a Cristo más grande que cualquier otro amor, de una gracia que supera las fuerzas de la naturaleza humana, de un espíritu elevado que no se deja atrapar en los engaños y ambigüedades que encierran a menudo las reivindicaciones de la sensualidad.

Así mismo, hoy, como ayer, sigue siendo importante el testimonio de la pobreza, que los religiosos presentan como secreto y garantía de una riqueza espiritual mayor, y el de la obediencia, profesada y practicada como fuente de la verdadera libertad.

7. También en la vida consagrada, la caridad es el culmen de todas las demás virtudes. En primer lugar, la caridad con respecto a Dios: con ella la vida consagrada se convierte en signo del mundo «ofrecido a Dios» (Lumen gentium, 31). En su ofrenda completa, que incluye asociarse de forma consciente y amorosa al sacrificio redentor de Cristo, los religiosos abren al mundo el camino de la verdadera felicidad, la que proporcionan las bienaventuranzas evangélicas.

En segundo lugar, la caridad con respecto al prójimo, manifestada en el amor mutuo entre los que viven en comunidad, en la práctica de la acogida y la hospitalidad, en la ayuda a los pobres y a todos los infelices, y en la entrega al apostolado. Este es un testimonio de importancia esencial, para dar a la Iglesia un auténtico rostro evangélico. Los consagrados están llamados a testimoniar y difundir «el mensaje [...] oído desde el principio: que nos amemos unos a otros» (1 Jn 3, 11), convirtiéndose así en pioneros de la tan anhelada civilización del amor.


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo dar ahora la bienvenida a los visitantes de lengua española, saludando con afecto a las Religiosas de María Inmaculada, a los feligreses de Valdastillas, diócesis de Plasencia (España), así como a los peregrinos argentinos de Rosario y al grupo de estudiantes de la Universidad Católica de Chile.

Al alentar a las Religiosas, para que su vida sea siempre testimonio de consagración a Dios y de entrega a los hermanos a quienes sirven en los diversos apostolados, imparto a todos los presentes mi bendición.



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