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VIGILIA PASCUAL

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Basílica de San Pedro
Sábado Santo 14 de abril de 1979

 

1. La palabra "muerte" se pronuncia con un nudo en la garganta. Aunque la humanidad, durante tantas generaciones, se haya acostumbrado de algún modo a la realidad inevitable de la muerte, sin embargo resulta siempre desconcertante. La muerte de Cristo había penetrado profundamente en los corazones de sus más allegados, en la conciencia de toda Jerusalén. El silencio que surgió después de ella llenó la tarde del viernes y todo el día siguiente del sábado. En este día, según las prescripciones de los judíos, nadie se había trasladado al lugar de la sepultura. Las tres mujeres, de las que habla el Evangelio de hoy, recuerdan muy bien la pesada piedra con que habían cerrado la entrada del sepulcro. Esta piedra, en la que pensaban y de la que hablarían al día siguiente yendo al sepulcro, simboliza también el peso que había aplastado sus corazones. La piedra que había separado al Muerto de los vivos, la piedra límite de la vida, el peso de la muerte. Las mujeres, que al amanecer del día después del sábado van al sepulcro, no hablarán de la muerte, sino de la piedra. Al llegar al sitio, comprobarán que la piedra no cierra ya la entrada del sepulcro. Ha sido derribada. No encontrarán a Jesús en el sepulcro. ¡Lo han buscado en vano! "No está aquí; ha resucitado, según lo había dicho" (Mt 28, 6). Deben volver a la ciudad y anunciar a los discípulos que El ha resucitado y que lo verán en Galilea. Las mujeres no son capaces de pronunciar una palabra. La noticia de la muerte se pronuncia en voz baja. Las palabras de la resurrección eran para ellas, desde luego, difíciles de comprender. Difíciles de repetir, tanto ha influido la realidad de la muerte en el pensamiento y en el corazón del hombre.

2. Desde aquella noche y más aún desde la mañana siguiente, los discípulos de Cristo han aprendido a pronunciar la palabra "resurrección". Y ha venido a ser la palabra más importante en su lenguaje, la palabra central, la palabra fundamental. Todo toma nuevamente origen de ella. Todo se confirma y se construye de nuevo: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el día en que actuó el Señor. ¡Sea nuestra alegría y nuestro gozo!" (Sal 117/118, 22-24).

Precisamente por esto la vigilia pascual —el día siguiente al Viernes Santo— no es ya sólo el día en que se pronuncia en voz baja la palabra "muerte", en el que se recuerdan los últimos momentos de la vida del Muerto: es el día de una gran espera. Es la Vigilia Pascual: el día y la noche de la espera del día que hizo el Señor.

El contenido litúrgico de la Vigilia se expresa mediante las distintas horas del breviario, para concentrarse después con toda su riqueza en esta liturgia de la noche, que alcanza su cumbre, después del período de Cuaresma, en el primer "Alleluia". ¡Alleluia: es el grito que expresa la alegría pascual!

La exclamación que resuena todavía en la mitad de la noche de la espera y lleva ya consigo la alegría de la mañana. Lleva consigo la certeza. de la resurrección. Lo que, en un primer momento, no han tenido la valentía de pronunciar ante el sepulcro los labios de las mujeres, o la boca de los Apóstoles, ahora la Iglesia, gracias a su testimonio, lo expresa con su Aleluya.

Este canto de alegría, cantado casi a media noche, nos anuncia el Día Grande. (En algunas lenguas eslavas, la Pascua se llama la "Noche Grande", después de la Noche Grande, llega el Día Grande: "Día hecho por el Señor").

3. Y he aquí que estarnos para ir al encuentro de este Día Grande con el fuego pascual encendido; en este fuego hemos encendido el cirio —luz de Cristo— y junto a él hemos proclamado la gloria de su resurrección en el canto del Exultet. A continuación, hemos penetrado, mediante una serie de lecturas, en el gran proceso de la creación, del mundo, del hombre, del Pueblo de Dios; hemos penetrado en la preparación del conjunto de lo creado en este Día Grande, en el día de la victoria del bien sobre el mal, de la Vida sobre la muerte. ¡No se puede captar el misterio de la resurrección sino volviendo a los orígenes y siguiendo, después, todo el desarrollo de la historia de la economía salvífica hasta ese momento! El momento en que las tres mujeres de Jerusalén, que se detuvieron en el umbral del sepulcro vacío, oyeron el mensaje de un joven vestido de blanco: "No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí" (Mc 16, 5-6).

4. Ese gran momento no nos consiente permanecer fuera de nosotros mismos; nos obliga a entrar en nuestra propia humanidad. Cristo no sólo nos ha revelado la victoria de la vida sobre la muerte, sino que nos ha traído con su resurrección la nueva vida. Nos ha dado esta nueva vida.

He aquí cómo se expresa San Pablo: "¿O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte? Con El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rom 6, 3-4).

Las palabras "hemos sido bautizados en su muerte" dicen mucho. La muerte es el agua en la que se reconquista la vida: el agua "que salta hasta la vida eterna" (Jn 4, 14). ¡Es necesario "sumergirse" en este agua; en esta muerte, para surgir después de ella como hombre nuevo, como nueva criatura, como ser nuevo, esto es, vivificado por la potencia de la resurrección de Cristo!

Este es el misterio del agua que esta noche bendecimos, que hacemos penetrar con la "luz de Cristo", que hacemos penetrar con la nueva vida: ¡es el símbolo de la potencia de la resurrección!

Este agua, en el sacramento del bautismo, se convierte en el signo de la victoria sobre Satanás, sobre el pecado; el signo de la victoria  que Cristo ha traído mediante la cruz, mediante la muerte y que nos trae después a cada uno: "Nuestro hombre viejo ha sido crucificado para que fuera destruido el cuerpo del pecado y ya no sirvamos al pecado" (Rom 6, 6).

5. Es pues la noche de la gran espera. Esperemos en la fe, esperemos con todo nuestro ser humano a Aquel que al despuntar el alba ha roto la tiranía de la muerte, y ha revelado la potencia divina de la Vida: El es nuestra esperanza.

 



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