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MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves Santo 12 de abril de 1990

1. "Gracia y paz a Vosotros de parte de Jesucristo" (Ap 1, 5).

¡Venerables y queridos hermanos en la vocación episcopal y sacerdotal! ¡Y vosotros todos, amados hermanos y hermanas!

Al participar en la liturgia matutina del jueves Santo, dirijamos los ojos de nuestra fe hacia el misterio pascual de Cristo, que tiene su expresión litúrgica en los próximos días del Triduo Sacro. Dirijamos los ojos de nuestra fe hacia Jesucristo, "el testigo fiel" (ib.). El, el Unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, ha dado testimonio de aquel Dios al que nadie ha visto jamás (cf. n 1, 18), ni puede ver; del Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El "testigo fiel" ha dado testimonio del Padre, como Hijo que conoce al Padre (cf. Mt 2, 27). Y la última palabra de este testimonio es el Triduo Sacro: el evento pascua! En este evento El mismo, Jesucristo, se ha revelado como "el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra (Ap 1, 5).

2. Todos nosotros, queridos hermanos en el ministerio episcopal y en el sacerdotal. nosotros que recibimos en herencia de los Apóstoles el sacramento del servicio salvífico, en estos días fijemos de modo especial nuestros ojos en Cristo, el Señor. Efectivamente, El es "el testigo fiel" de nuestro sacerdocio. Por su voluntad y mediante su gracia somos administradores de los misterios de Dios" (cf. 1 Co 4, 1). Todo nuestro sacerdocio deriva de El. El sacerdocio existe en El. El ha reconciliado al mundo con Dios mediante la sangre de su cruz (cf. Col 1, 20). El testigo de la infinita Majestad del Padre, el testigo de que el hombre y todo el cosmos son criaturas. Solamente El "conoce al Padre" y solamente El sabe que todo debe someterse al Padre y Creador, "para que El sea todo en todos’ (1 Co 15, 28). Y solamente El tiene el poder de perdonar y devolver todo esto y a nosotros, los hombres, a Dios, para que el hombre viviente sea la gloria de Dios (cf. san Ireneo, Adversus haereses, IV, 20, 7). Sólo en El está la sabiduría del sacerdocio. Y esto que nosotros, queridos hermanos, heredamos de los Apóstoles el sacerdocio sacramental del servicio jerárquico deriva todo de El.

Hoy venimos a dar gracias de modo especial por habernos concebido a nosotros, indignos, participar en su sacerdocio. Y al mismo tiempo venimos a pedir perdón por toda nuestra dignidad y pecaminosidad. Y nuestra expiación está llena de confianza.

3. Celebramos la liturgia del Crisma, la liturgia de los Oleos sagrados. Ellos nos recuerdan nuestra unción sacerdotal: la efusión del Espíritu Santo por la ilimitada abundancia de la. Redención de Cristo, de la que hemos sido hechos participes.

La liturgia, a la vez que nos recuerda el don recibido el día de nuestra ordenación sacerdotal, nos habla de nuestra especial vocación a darnos a los demás. A este fin se ha instituido en la Iglesia el ministerio de los obispos y de los presbíteros, además del de los diáconos.

Reavivando hoy la gracia del sacramento del sacerdocio y confirmando nuestra total dedicación a Cristo en el celibato, oremos al unísono por todos los que El, Buen Pastor, nos ha confiado. Al mismo tiempo les pedimos a ellos —a nuestros queridos hermanos y hermanas— oraciones para que nos sea concedido servirlos digna y fructuosamente, llevando los otros el peso de los otros (cf. Ga 6, 2).

4. He aquí a Cristo, el testigo fiel, Aquel que nos ama, que nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, que ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre El, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén (cf. Ap 1, 5-6).



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