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VII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo de Ramos, 12 de abril de 1992

 

1. «Anunciaré tu nombre a mis hermanos» (Sal 22, 23).

Hoy las palabras del salmo se cumplen de una manera particular. En toda Jerusalén resuena la gloria del nombre de Dios. Del Dios que hizo salir a su pueblo de Egipto, de la situación de esclavitud.

Este pueblo espera la nueva venida de Dios. En Jesús de Nazaret se realiza el cumplimiento de sus esperanzas. Cuando Cristo se acerca a Jerusalén, yendo como peregrino junto con los demás para la fiesta de Pascua, es acogido como el que viene en el nombre del Señor. El pueblo, exultando, canta: «Hosanna».

Todos han captado con exactitud los signos que muestran que se han cumplido los anuncios de los profetas. También el signo del rey que tenía que llegar «montado en un asno» (cf. Zc 9, 9) había sido profetizado.

2. Pero la intuición colectiva tiene sus límites. Aquel que, según las palabras del salmista, viene para «anunciar el nombre de Dios a sus hermanos» es, al mismo tiempo —en este salmo— el abandonado, el escarnecido, el castigado.

«Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: “Acudió al Señor, que le ponga a salvo; que lo libere, si tanto lo quiere”» (Sal 22, 8-9).

Después, él dice de sí mismo, como si hablara entre sí: «Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos... Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven de prisa a socorrerme» (Sal 22, 17-20). «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (ib., 2).

Sorprendente profecía! Estas palabras nos transportan ya al Gólgota; participamos en la agonía de Cristo en la cruz. Precisamente estas palabras del salmista se encuentran de nuevo en su boca cuando va a morir.

Cristo, que ha venido a Jerusalén para la fiesta de Pascua, ha leído hasta sus últimas consecuencias la verdad contenida en los salmos y en los profetas. Esta era la verdad sobre él. Ha venido para cumplir esta verdad hasta sus últimas consecuencias.

3. Mediante el evento del Domingo de Ramos se abre la perspectiva de los acontecimientos ya cercanos, en los que la verdad plena sobre Cristo-Mesías encontrará su total cumplimiento.

Aquel que «a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo,… se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso, Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el “nombre sobre todo nombre”... ¡Jesucristo es Señor!» para gloria de Dios. Padre» (Flp 2, 6-9. 11).

4. Esta es la verdad de Dios, contenida en los eventos de esta Semana Santa de Pascua. Los eventos tienen el carácter humano. Pertenecen a la historia del hombre. Pero este hombre «realmente... era Hijo de Dios» (Mt 27, 54). Los eventos humanos descubren el inescrutable misterio de Dios. Este es el misterio del amor que salva.

Cuando, después de la resurrección, Cristo dice a los Apóstoles: «Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva» (Mc 16, 15), en ese momento les da el mandato de predicar precisamente este misterio, cuya plenitud ha sido alcanzada en los acontecimientos de la Pascua de Jerusalén.

5. Estas mismas palabras del Redentor del mundo van dirigidas hoy a todos los jóvenes de Roma y de toda la Iglesia; y se convierten en el hilo conductor de la Jornada mundial de la juventud de este año.

Es necesario, queridísimos jóvenes, que la verdad salvífica del Evangelio sea asumida hoy por vosotros como, hace veinte siglos, fue asumida la verdad sobre el Hijo de David («el que viene en nombre del Señor») por los hijos e hijas de la ciudad santa. Es necesario que vosotros asumáis hoy esta verdad salvífica sobre Cristo crucificado y resucitado, y viviendo intensamente de ella os esforcéis por llegar al corazón del mundo contemporáneo.

«Id por todo el mundo y proclamad la buena nueva» (Mc 16, 15): esta es la consigna que os dirige el mismo Cristo. Sobre este compromiso, que constituye el tema de la VII Jornada mundial de la juventud, habéis reflexionado y orado. Se trata de un compromiso que os afecta personalmente a cada uno. Todo bautizado es llamado por Cristo a convertirse en su apóstol en el propio ambiente en que vive y en todo el mundo.

¿Cuál será vuestra respuesta?

Que cada uno de vosotros sepa hacer suyas las palabras del salmista: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos».

Sí. ¡Tu nombre! Pues de ningún otro nombre bajo el cielo nos viene la salvación (cf. Hch 4, 12). Amén.



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