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MISA CRISMAL

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Jueves Santo, 16 de abril de 1992

 

1. "Os he llamado amigos" (Jn 15, 15). Cristo dirige estas palabras a los Apóstoles reunidos en el cenáculo, la víspera de su pasión. Hoy volvemos al cenáculo y volvemos también a estas palabras que tienen para nosotros un significado fundamental.

"Os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15, 15). Todo lo que había que decir con las palabras, ya se ha dicho. Ahora sólo queda pronunciar una última palabra: la palabra de la cruz y de la resurrección, la palabra de la Pascua de Cristo. Esta palabra será la mayor prueba de amistad, porque "nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15, 13).

Pero sólo un amigo puede comprender esta palabra definitiva. Sólo un amigo la puede acoger como suya. La palabra de la cruz y de la resurrección. La palabra de la Eucaristía.

2. Hoy el presbiterio de la Iglesia que está en Roma se une a todos los hermanos en la vocación y en el ministerio sacerdotal, esparcidos por el mundo. Una es la unción que hemos recibido del Espíritu Santo. Esta unción es el signo de una amistad especial. A través de ella se manifiesta la fuerza del Espíritu de Dios injertada en el corazón humano. Esta fuerza la debemos a Cristo, "que nos ama y nos ha lavado con su sangre de nuestros pecados" (Ap 1, 5). Él ha hecho de nosotros los sujetos del sacerdocio ministerial de su Iglesia. En este ministerio nos ha confiado una responsabilidad especial para la Iglesia, para todo el pueblo santo, pueblo sacerdotal, pueblo profético, pueblo real, pueblo del que hemos sido elegidos y para el que hemos sido constituidos (cf. Hb 5, 1) "Os he llamado amigos". Tenemos una parte especial en esta amistad con la que Cristo abrazó a sus Apóstoles.

3. Hoy, más que en cualquier otro tiempo, deseamos expresar nuestra gratitud por esta amistad. Deseamos responder a ella, confirmando y renovando las promesas que han acompañado el nacimiento sacramental del sacerdocio en cada uno de nosotros.

Año tras año, estas promesas plasman cada vez más nuestra vida. Día tras día, cada vez más profundamente, comprendemos lo que hace nuestro Señor. Comprendemos especialmente lo que ha hecho en este triduo pascual: triduo de la redención del mundo. Lo comprendemos; y este saber es desconcertante. La conciencia del misterio divino, que se nos ha confiado a fin de que vivamos de él y reavivemos a los otros mediante nuestro ministerio.

4. "O Redemptor!". El último Sínodo de los obispos ha puesto de relieve que la conciencia sacerdotal de nuestra generación ha madurado, entre diversas experiencias y pruebas. Ha madurado en el contexto de la perspectiva, profunda e integral, del misterio de la Iglesia y de la realidad de la Iglesia.

Al renovar hoy las promesas vinculadas con nuestra vocación sacerdotal, oremos a Cristo, sacerdote de la nueva y eterna alianza de Dios con la humanidad, a fin de que esta conciencia halle un espacio cada vez más pleno en la vida de las generaciones que vienen a nosotros y en las de aquellas que vendrán.

Bendito "aquel que es, que era y que va a venir" (Ap 1, 8).

"Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que... dé también vida eterna a todos los que tú le has dado" (Jn 17, 1-2). Amén.



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