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SOLEMNIDAD DE «CORPUS CHRISTI»

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Atrio de la Basílica de San Juan de Letrán
Jueves 10 de junio de 1993

 

1.«Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho andar» (Dt 8, 2).

Hoy nos reunimos para tomar parte en una liturgia del camino. La Eucaristía que celebramos debe convertirse en el camino que la Iglesia que está en Roma ha de recorrer día a día, tal como lo ha recorrido desde los tiempos de los apóstoles. Este camino constituye el recuerdo de todos los caminos por los que Dios conducía a su pueblo en el desierto.

«Que tu corazón no se engría de forma que olvides al Señor tu Dios que te sacó del país de Egipto... Te hizo pasar hambre, te dio a comer él maná que ni tú ni tus padres habíais conocido, para mostrarte que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor» (Dt 8, 14. 3).

La procesión del Corpus Christi, nuestra liturgia del camino, debe ser un recuerdo de esos caminos. Esos cuarenta años de viaje por el desierto hicieron que aquellos caminos quedaran vinculados al recuerdo del maná, el alimento que Dios enviaba cada día a los hijos e hijas de Israel.

La comida y la bebida son indispensables para el hombre en todos los caminos de su existencia terrena.

2. «Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron» (Jn 6, 49).

Aquel pan-maná, alimento cotidiano de los peregrinos, era solamente un anuncio. Confirmaba la verdad de que «no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».

De la boca de Dios sale la Palabra. La Palabra eterna, consustancial al Padre, se hizo carne (cf. Jn 1, 14). En ella alcanzó su ápice la verdad acerca del hombre. En ella también se reveló la verdad divina acerca del Pan de la vida eterna, acerca del alimento y la bebida que la Palabra de Dios destinó al hombre peregrino por los caminos de la historia y por los desiertos del mundo.

Cristo dijo: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo» (Jn 6, 51).

3. Caminando por las calles de la Ciudad Eterna, conservamos vivo el recuerdo de aquellos caminos por los que el Dios de la alianza conducía a su pueble a través del desierto. Conservamos vivo el recuerdo de cuanto el Señor realizó y continúa realizando en nuestra diócesis, que hace algunos días concluyó su asamblea sinodal. Nuestra vocación de creyentes es comunión en la fe. Estamos llamados a caminar en la comunión testimoniando, ante todo, a Cristo. Ser testigos de Jesucristo, de la Palabra que se hizo carne. Testigos de Jesucristo, que en su carne aceptó la muerte y, después de haber hecho morir a la muerte, vive.

4. Os saludo a todos con afecto, queridos hermanos y hermanas. Saludo al cardenal vicario y a los demás cardenales presentes, a los obispos auxiliares y a los demás obispos que se encuentran aquí, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los representantes de las parroquias, de las asociaciones y de los movimientos apostólicos. Os saludo a todos vosotros, que con vuestra presencia habéis querido rendir homenaje al sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, tesoro inestimable que la Iglesia custodia con gratitud siempre nueva y amor ardiente.

El patriarca de la Iglesia de Etiopía, Su Santidad Abuna Paulos, se ha unido a nuestra celebración. Su participación manifiesta la fe común de nuestras Iglesias en la Eucaristía, como presencia viva de Jesucristo en medio de sus discípulos.

En nuestra oración al Señor común incluyamos al Patriarca y a toda su Iglesia. Invoquemos con fervor a Jesucristo, presente en el Sacramento del altar, a fin de que nos sostenga a todos, católicos y ortodoxos, en el camino hacia la unidad plena.

Esta celebración tiene un significado especial para la diócesis de Roma, pues con la santa misa y la procesión del Corpus Christi se concluye el itinerario de preparación a la VIII Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Denver el próximo mes de agosto.

A vosotros, jóvenes, que tendréis la alegría de participar en esa cita eclesial tan importante, os confío el «mandato» de dar testimonio con alegría de vuestra fe ante cuantos encontréis en vuestro camino.

El símbolo eucarístico del pelícano, distintivo que ostentaréis en Denver, y que dentro de poco será llevado al altar durante la procesión de las ofertas, expresa el sentido de este testimonio evangélico que se os pide. En efecto, alude muy bien al tema de la Jornada mundial de la juventud, que para nuestra diócesis es también el tema del día del Corpus Christi: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). Queridos jóvenes, con la palabra y el ejemplo sed testigos de la vida nueva que Cristo trajo al mundo.

5. El misterio de la Eucaristía, el mensaje eucarístico es verdad de vida: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre».

Todos debemos ser testigos ante el mundo: tanto nosotros, los que participamos en la Eucaristía y que en esta solemnidad caminamos en la procesión del Corpus Christi, como vosotros, los jóvenes que iréis a Denver.

Testigos de la vida, que está en nosotros mediante Cristo: en el poder de ese Cuerpo que entregó en la cruz para la vida del mundo, y en el poder de esa sangre, que derramó para el perdón de los pecados.

Seamos testigos de Cristo.

6. A través de nosotros Cristo quiere proclamar hoy: «El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él» (Jn 6, 56).

Por medio de nosotros Cristo repite a nuestra generación: «El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día» (Jn 6, 54).

Todo el misterio de la vida se expresa aquí hasta el fin, hasta la plenitud escatológica: el hombre se hace partícipe de la vida eterna mediante el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Vida eterna significa la vida de Cristo en nosotros, nuestra vida por Cristo en Dios.

«Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» (Jn 6, 57).

Somos testigos: Theo-fori, Christo-fori, Pneumato-fori.

Nuestra boca humana pronuncia palabras de alabanza, expresa la fe de la Iglesia, da testimonio de la Palabra que se hizo carne «para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10).

Verbum caro, vita in aeternum!

Amén.



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